“No vamos a imitar a Occidente en lo que respecta a su competitividad, a su egoísmo, a su brutalidad”
Rabindranath Tagore, 1921.
Setenta años después de su independencia, la India, con sus instituciones y procesos estables y formalmente democráticos, parece estar más cerca de hacer realidad el proyecto nacionalista de las primeras élites poscoloniales. El Estado-nación indio se ha hecho más fuerte y su voz se escucha en la arena internacional, comenta en su libro Pankaj Mishra, “De las ruinas de los imperios. La rebelión contra occidente y la metamorfosis de Asia”.
Así la India no solo se ha vuelto un lugar atractivo para el capital, sino también para estrategias novedosas, ya sean políticas o financieras de alta gama. Esto quedó en evidencia en el espacio prominente que se le ha dado dentro del G-20, ya que, culminada la cumbre de Bali en Indonesia, se fijó como próxima sede para el evento, del 2023, justamente a la India.
Este posicionamiento del G-20 en Oriente por dos años consecutivos, responde al peso que ha adquirido la economía asiática, en el panorama global.
El ininterrumpido despegue de la India, luego de su independencia, no fue la obra ni de la casualidad ni de un milagro. Fue el resultado de una acertada conducción política, que supo planificar oportunas políticas de Estado, conjugándolas con la voluntad de un pueblo con vocación de ser libre y soberano.
Desde el inicio de su Independencia -hace 70 años- India transitó por un proceso con peculiaridades muy Importantes, como la de haber poseído en su epopeya liberadora, un conductor de la estatura de Mahatma Gandhi que supo amalgamar al complejo y heterogéneo pueblo hindú, con gestos de grandeza poco comunes en el universo de los liderazgos políticos: se cuidó de cometer el tan común error, de no permitir crecer en su entorno a figuras de relevancia. Y seleccionó como segunda figura a dirigente del calibre de Nehru. Cuando sus enemigos – o más bien los de su proyecto- imaginaron que, eliminándolo con un simulacro de asesinato, echaban por tierra el proyecto de una India soberana, nunca imaginaron que el vacío lo iba a llenar un maduro estadista de peso similar. Los principales líderes del movimiento nacionalista, aparte de cerrar filas entorno del nuevo caudillo, entendieron que para tener éxito en la formación y consolidación del naciente Estado-nación, era necesario crear un sistema constitucional, legal y político que diese seguridad y justicia a las minorías religiosas del subcontinente hindú y no únicamente a los musulmanes. Y contrarrestar de esta manera, los nocivos efectos de la exitosa política colonial del “dividir para reinar” aplicada por el Raj británico desde fines del XIX en adelante, la cual fragmentó y polarizó la población del subcontinente en base a la politización de las diferencias religiosas.
Jawaharlal Nehru, al escribir su autobiografía varias décadas después afirmaba, que «los heraldos del industrialismo», el ferrocarril, el telégrafo y la radio «llegaron a nosotros principalmente a fin de fortalecer el dominio británico» –hasta el extremo de que, según Nehru, «las vías férreas, un elemento vivificador, siempre me han parecido como unas cinchas de hierro que confinaban y aprisionaban a la India».
Nehru gobernó la India hasta su muerte, sucedido por su hija Indira, quien fue asesinada en 1984, manteniendo un liderazgo político que perduró 36 años e hizo consolidar las bases de un nacionalismo desarrollista que apuntaba a las mejoras sociales, pero nunca demolió las raíces de la tradición hindú.
Esta tradición religiosa no es casual y fue desarrollada por la cultura indoeuropea que emigró al subcontinente indio hacia el año 2800 a.C., y fueron estas tribus las fundadoras del hinduismo tal como los conocemos hoy. Además, los indoeuropeos fueron los autores de los cantos védicos, y basaron su religión en tres principios como Agni (fuego) Indra (aguas, lluvias) y Surya (sol). Posteriormente en Brahma, Visnú, Shiva. Estos principios asociaban dioses a fuerzas y fenómenos naturales, siendo una religión que pudo mezclar componentes animistas con conceptos metafísicos. Así, la India es una de las culturas más antiguas de nuestra historia, y lingüísticamente hablando fue el Indoeuropeo la antecesora más lejana de nuestras lenguas romances, como también lo fue obviamente, del latín, del griego y del proto-germánico.
Ananda Coomaraswamy (1877-1947) un pensador hindú, defensor de las tradiciones de este país y un escritor reconocido por su erudición, no sólo de oriente sino también de occidente, afirmaba: “El brahmanismo o hinduismo no es sólo la más antigua de las religiones de misterios, o más bien de las disciplinas metafísicas, de las que tenemos un conocimiento pleno y preciso proveniente de fuentes literarias, […] sino, quizás, también la única de éstas que ha sobrevivido con una tradición íntegra, y que es vivida y comprendida en el presente día por millones de hombres, de quienes, algunos son campesinos, y otros hombres instruidos bien capaces de explicar su fe, tanto en lenguas europeas como en sus propias lenguas (Hinduismo y budismo)”.
Es interesante observar que la religión hindú es la tercer más grande del mundo en cuánto a la cantidad de creyentes y practicantes, contando con un estimativo de 1200 millones de personas, solo siendo superada por el islam que cuenta con una cifra un poco superior y el cristianismo con 2500 millones, lo que demuestra el peso de la religiosidad hindú en el contexto global.
Actualmente el primer ministro hindú Narendra Mod y el ex presidente Ram Nath Kovind han reivindicado el reencuentro de todos los hindúes bajo un concepto llamado “hindutva” que significar “calidad de ser hindú” o “hinduidad”, el cual define el sentido religioso y espiritual del hinduismo actual. Esta forma de combinar la política hindú con su tradicional filosofía y religión, ha significado un verdadero logro nacional ya que, desde los tiempos de Mahatma Gandhi, India había luchado por salvaguardar su patrimonio intelectual y religioso.
De ese modo, el milagro hindú se compone de elementos que occidente ha ido desechando a lo largo del siglo pasado, como es el cuidado de su legado cultural. Por ello René Guenón criticó en innumerables escritos a los orientalistas de la academia occidental, porque los mismos estaban habituados a deformar una tradición que no comprendían.
“Muchas dificultades se oponen, en Occidente, a un estudio serio y profundo de las doctrinas orientales en general, y de las doctrinas hindúistas en particular; y los mayores obstáculos, a este respecto, no son quizás aquellos que pueden provenir de los orientales mismos. En efecto, la primera condición requerida para tal estudio, la más esencial de todas, es tener la mentalidad adecuada para comprender las doctrinas de que se trata […] ahora bien, ésta es una aptitud que, salvo muy raras excepciones, falta totalmente a los occidentales” (René Guenón, Introducción General al estudio de las Doctrinas Hindúes)
En definitiva, mientras occidente se deja seducir por un progresismo cada vez más radical, en el que no hay lugar para la historia, ni para la filosofía, ni para la religión en la educación de sus jóvenes, pero sí para los contenidos de la nueva agenda que tiende a simplificar los dramas humanos en conflictos netamente identitarios, pierde cada vez más el liderazgo en la carrera por el desarrollo económico y la investigación académica, sobre todo en las nuevas generaciones. Esto es visible actualmente en Latinoamérica donde la educación ha sido completamente filtrada por nuevas ideologías y ha perdido el foco de lo que ha sido y es la verdadera cultura que hemos heredado desde el Peloponeso y la península itálica.
Así, el surgimiento de la India como estado independiente en 1947, se debió al trabajo político impulsado a través del partido Congreso Nacional Indio, el cual desarrolló un modelo de país que procuró respetar y rescatar las viejas tradiciones de la India que constituyen su verdadero tesoro. Y en ese contexto de dificultades políticas, legadas por el colonialismo británico, es interesante observar cómo el nacionalismo indio salió fortalecido no dejando de lado sus antiguas raíces, manteniendo sus convicciones religiosas, ya que como el mismo Mahatma Gandhi les había enseñado a sus compatriotas: es imprescindible en un mundo dividido por intereses financieros y económicos tener plena conciencia de lo que significaba “ser hindú”.
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