Han transcurrido exactamente 30 años desde el inicio de la investigación de Mani Pulite (Manos Limpias) y Tangentopoli, el escándalo judicial que marcó una época y constituye uno de los acontecimientos más importantes que contribuyeron a crear la Italia actual. Tangentopoli consistió en un conjunto de investigaciones realizadas por la judicatura entre 1992 y 1994, mediante las cuales se reveló un vasto sistema organizado de corrupción utilizado por todos los partidos políticos para financiar sus actividades y, en muchos casos, para enriquecer a los mismos políticos y dirigentes.
Entre 1992 y 1996 se investigaron en promedio por año dos mil personas por soborno, extorsión u otros llamados “delitos contra los deberes oficiales”. Nunca se habían alcanzado estas cifras y nunca se volverían a alcanzar en los años sucesivos. Tangentopoli provocó el derrumbe de los partidos históricos que habían conducido la Primera República, pero no logró provocar una moralización de la vida italiana. En efecto, los fenómenos que se encuentran a la raíz de la corrupción y la inmoralidad general que se percibe en la vida pública no cambiaron. Pero el propio legado de Tangentopoli y la actuación de los magistrados es sujeto de polémica. Los métodos de investigación, que en algunos casos traspasaron el límite de las garantías para los indagados, y la estrecha relación que se desarrolló entre los magistrados y la prensa, se convirtieron en elementos centrales de un proceso de “revisionismo” que sigue su curso.
La investigación de Mani Pulite y el escándalo Tagentopoli se iniciaron el 17 de febrero de 1992 con la detención de Mario Chiesa, político socialista de segundo rango y presidente del mayor centro de atención de ancianos de Milán, el Pio Albergo Trivulzio. Chiesa fue arrestado por Antonio Di Pietro, el hombre que se convertiría en el más carismático y popular de los magistrados del “pool” de Mani Pulite, mientras recibía un soborno por parte de un empresario. A partir de allí, las detenciones empezaron a sucederse una después de la otra. Como en un gigantesco dominó, cada sospechoso llevaba a otros sospechosos. Los empresarios denunciaban también a sus colegas de pagar sobornos para obtener contratos públicos. Los políticos de segunda línea implicados se apresuraban a denunciar a sus superiores en cuanto éstos insinuaban que los iban a descartar. En síntesis, quedó claro que los magistrados no se enfrentaban a numerosos casos de corrupción inconexos, sino a un sistema estructurado y preciso en el que, para conseguir contratos o realizar obras públicas, era necesario pagar sobornos, calculados cuidadosamente sobre el importe total de las obras. Estos sobornos se redistribuían luego entre todos los partidos. En Milán, el 50% de lo recaudado iba al Partido Socialista Italiano (el PSI), que era muy fuerte en la ciudad, el 20% a la Democracia Cristiana (DC), el 20% al Partido Demócrata de Izquierda (ndr: PDS, el partido heredero del Partido Comunista Italiano, que se había debido “reformular” luego de la caída del Muro de Berlín) y el resto a los partidos menores. Tras un año de investigaciones con más de un centenar de parlamentarios y casi todos los principales dirigentes partidarios implicados, muchos comienzan a temer por la estabilidad de las instituciones democráticas. Antes de Tangentopoli, Italia era un país anquilosado y en crisis, con una clase política alejada de sus votantes y despreciada por su corrupción. Han pasado treinta años y el panorama no parece haber cambiado demasiado.
Davide Maria De Luca, en Domani (16 febrero, 2022), Italia
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