La payada es un arte poético musical muy característico de la cultura gauchesca, en que una persona improvisa una rima acompañado de su guitarra. Pese a su larga historia, la payada conserva su actualidad en la voz de los payadores que la llevan a los escenarios de fiestas criollas y encuentros por el país y la región.
En las fiestas criollas a lo largo y ancho del país es tradicional que al relator de jineteadas lo acompañe un payador con guitarra en mano que describe lo que sucede en forma de canto, el denominado floreo. Pero la payada más extendida es la de “contrapunto”, una especie de duelo cantado, donde dos payadores se enfrentan cantando a través de preguntas y respuestas, que pueden durar horas.
Si bien existe en otras partes del mundo con otras denominaciones, las payadas de contrapunto son tradición indiscutida de la cultura uruguaya, argentina y del sur de Brasil, muy ligada a la figura del gaucho, donde se remontan a fines del siglo XVIII y principios del XIX.
Uno de los grandes exponentes actuales de la payada oriental es Nicasio “Cacho” Márquez, tacuaremboense oriundo del paraje Turupí, donde descubrió en la payada su vocación. En diálogo con La Mañana, contó que era “un pueblito chico donde venían los payadores”. “Yo tengo 61 años”, dijo, “estoy hablando de cincuenta y tantos años atrás, los payadores hacían gira, algunos de a caballo, y recorrían los pueblos, guitarreaban en los boliches, en las carreras”.
“Mi padre era guitarrero y cantor, no lo alcancé a conocer porque tenía dos años cuando se murió, pero había quedado una semilla sembrada ahí, en el recuerdo de la gente, entonces de chiquito ya me hacían cantar en los boliches y en las reuniones paisanas esos versos camperos”, contó. Así fue como comenzó a payar y nunca se detuvo.
Ya en la adolescencia, Márquez continuó improvisando e intentando mejorar su arte. “Tuve mucha suerte porque enseguida me contacté con los payadores que andaban al más alto nivel y fui muy mimado por ellos y me ayudaron a encarar”, contó. “Tenía 17 años y debuté con Abel Soria en el festival de jineteadas en La Calera, departamento de Rivera, y al poquito tiempo vino el ‘indio’ Juan Carlos Bares a Tacuarembó y me hicieron improvisar con él. Orientado por todos ellos tuve la posibilidad de andar recorriendo lugares y escenarios”, recordó.
Así fue como entre trabajo, canto y payada Márquez se radicó en Montevideo, siendo contratado ocasionalmente para payar y escuchando a los más experientes. A fines de 1979 vendió un caballo y emprendió una travesía hacia Paraguay, “para conocer el solar de Artigas”. Al cabo de pocos meses volvió con algunos trabajos en el camino porque el dinero escaseaba; “porque con la guitarra no tenía experiencia ni lo mío era muy bueno”, explicó.
Pocos meses después llegó la oportunidad de grabar su primer disco con la participación del payador Manuel Ocaña y la argentina Liliana Salvat, junto al guitarrista Luis Santana.
“Era un disco de versos criollos y canciones, y como ellos andaban de visita los invitamos a participar de la grabación. Hicimos una payada con Ocaña y otra con Salvat”, dijo. “En el 92 gané el Festival de Durazno como payador y ya desde ahí me radiqué en la ciudad de Tacuarembó. Empecé mis giras artísticas y hace más de treinta años que estoy viviendo profesionalmente de eso”.
Actualmente, dijo Márquez, su principal actividad consiste en la animación de jineteadas a través de relatos. “De payador es más difícil porque las movidas son de invierno, en julio es el mes del payador en Argentina, donde se hacen varios encuentros”, contó, “y en agosto es el mes del payador en Uruguay, que también se hacen ese tipo de actividades, pero nosotros andamos en la animación de jineteadas, y cuando hay encuentros también participamos”.
Un arte completo y complejo
“En la payada se juega el amor propio de cada uno. Todos tenemos nuestro corazoncito y tratamos de rendir el 100%, más que nada el compromiso con el arte que uno hace y el compromiso con el pueblo que ha sido el que lo ha ido llevando a los escenarios”, dijo Márquez al intentar explicar el acto de payar.
“Es una deuda que no se va a pagar y una meta que no se va a alcanzar tampoco ser un payador de élite. Cada payada es como un examen diferente”, continuó, “si anda bien satisface el esfuerzo y si no anda bien o no está al alcance del rival, en el caso del contrapunto, aparece la disconformidad y es como una inyección de ánimo para seguir investigando y preparándose para otros compromisos”.
Cacho asegura que una payada lo deja satisfecho “cuando uno puede expresar en el verso improvisado lo que está pensando o viviendo en el momento”. Comúnmente se improvisa en décima, una estrofa constituida por versos octosílabos, forma ampliamente utilizada en la poesía popular y rural, especialmente en las payadas.
“Cuando uno siente que está expresando lo que quiere decir y que las décimas les están saliendo bien –porque hay mucha exigencia en la décima, es decir, cada renglón tiene que ser octosilábico, hay que mezclar poesía con mensaje, con metáfora–, cuando uno logra más o menos eso, que salga una décima cerca de lo perfecto, satisface”, expresó.
A todo eso hay que sumarle que hay que acompañar musicalmente y afinar cantando. “Se habla científicamente de que el payador desarrolla un sexto sentido, creo que hay muchos que por ahí tienen un payador dentro y no lo encontraron aún. Hoy por suerte en Argentina han salido una cantidad de muchachos jóvenes con muy buenas condiciones, brillantes, y en Uruguay medio en cuentagotas, aunque fuimos muchos años cuna de los payadores, pero van apareciendo por suerte”, aseguró Márquez.
“Con el don de payar creo que se nace, después hay que descubrirlo y pulirlo, y también tener la manera de sacarle rentabilidad porque hubo y hay buenos payadores que se dedican a otra cosa, porque pasa que no hay festivales ni escenarios y no pueden hacerlo profesionalmente para vivir de ello, y dan un paso al costado, lo que es una lástima”, reflexionó.
“Yo lo hago con el compromiso y cariño que se merece el arte, que nos ha hecho recorrer tantos lugares de América”. Además, desde el Ministerio de Cultura se aprobó un taller de payadores en Tacuarembó, el cual dirige. “Lo hago con mucho gusto. Tenemos algunos que están pintando lindo, gurises y veteranos que les ha despertado la inquietud y andan muy bien improvisando, lo cual significa que esto no tiene edad”, concluyó.
Los encuentros de payadores: mucha tradición y poco apoyo
Hace cerca de 25 años Julio Nuñez comenzó a relatar jineteadas y se vinculó con payadores uruguayos y argentinos. Le empezó a tomar el gusto a las payadas y así surgió la idea de realizar un Encuentro de Payadores en Tranqueras, departamento de Rivera.
“El relato es donde se describe lo que un jinete va haciendo montado en el caballo, se describe la jineteada. Después viene la parte del payador que a través de su canto y sus versos en rima improvisa también; el relator lo habla y el payador lo describe cantando”, contó Nuñez a La Mañana.
“Eso son floreos de jineteadas que hace el payador, pero la payada propiamente surge entre dos payadores, en el contrapunto, y también está la improvisación que pueden hacer los payadores”.
Nuñez organiza hace catorce años el Encuentro de Payadores de Tranqueras. “He llegado a tener hasta ocho payadores, donde se hacen parejas, elige un tema o se hace tema libre, con payadores uruguayos y argentinos. Soy un defensor del payador, me gusta el tema, aunque yo solamente improviso y soy muy respetuoso con el oficio del payador”.
“El payador nace con el don y se reafirma con sus costumbres y vivencias, porque es poner todo eso en práctica. Esto nació en la época de la independencia, inclusive antes, y hay que estudiar mucho para llegar a poder hacerlo”, reflexionó.
Julio contó que todavía quedan algunos grandes encuentros de payadores, “y en Uruguay hay muchos y muy buenos exponentes”. Pero falta un gran empujón de parte de las autoridades”, agregó, “porque no adelanta que yo haga veinte encuentros si lo hago y queda acá, no hay apoyo en ese sentido a este tipo de encuentros” que en definitiva son los que mantienen viva la tradición de la payada.
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