El valeroso guerrero, Andrés Guacurarí gustaba presentarse como Andrés Artigas y con su prolija letra siempre firmaba de igual manera, exteriorizando el orgullo que sentía haber sido adoptado como hijo por el indomable Caudillo Federal, oriundo de la Banda Oriental.
En nuestro país en diciembre de 2016 a iniciativa del entonces Jefe del Ejército, Gral. Guido Manini Ríos, el Presidente de la República Tabaré Vázquez asciende post- mortem al grado de General del Ejército Uruguayo al que es recordado con el afectuoso diminutivo de Andresito, uno de los lugartenientes más prominente y más leales del Protector de los Pueblos Libres.
Andrés Guacurarí tiene indiscutibles linajes indígenas, ya sean guaraníes o de alguna otra etnia «guaranizada» culturalmente, pero algunos historiadores consideran que también posee algún linaje español, como era lo normal en esta América que se identifica como mestiza.
¿Cuáles eran las razones para que el General Artigas lo adoptara legalmente como hijo?.
Se ha dicho que era un recurso para que pudiera ejercer el mando de tropas que Artigas le había encomendado.
Para quienes hemos estudiado la Patria Misionera sabemos que es uno de los tantos errores en que se incurre cuando se trata de hacer un relato acorde con los nuevos vientos que soplan. Andresito y los pueblos que él acaudillaba todavía conservaban fresca la estructura misionera que durante casi 200 años (seis generaciones) modeló un estilo de vida al que se aferraban en preservar.
Los Jesuitas entre las múltiples instrucciones que le impartían a los guaraníes, figuraba la capacitación en el manejo de las armas y la disciplina militar, para prepararlos en la defensa de las constantes incursiones de los feroces mamelucos (bandeirantes) que al mejor estilo corsario, en forma constante saqueaban estas comunidades, cuyo botín más buscado era llevar niños, mujeres y hombres jóvenes, para vender como esclavos en el mercado paulista.
Uno de los primeros trabajos sobre el comandante artiguista fue escrito hace 50 años por Salvador Cabral, titulado “Andresito Artigas, en la emancipación americana”. En el mismo su autor se adhiere a la tésis de “La Nación Latinoamericana” de Manuel Ugarte, coincidente con el mensaje arielista de José Enrique Rodó, que encendió la juventud universitaria y actuó como una bengala en la noche en que pretendían mantener sumergidos a nuestros pueblos.
“Porque al punto de vista de la ciencia histórica” señalaba Salvador Cabral, “poco le importa la discrepancia o polémica sobre la naturaleza étnica, sanguínea, o biológica de nuestro personaje histórico- indio puro, según algunos o mezcla de blanco e indio según otros -, porque desde el punto de vista histórico, social y cultural , Andresito Artigas era un criollo, y no un indio, aunque fuese sangre pura indígena, la que corriese en sus venas. Esta apreciación no lo hace, claro está, ni mejor peor, sino que rompe con el esquema de que sus grandezas se deben al hecho de ser indio, cuando el sentido de todo lo grande que significaba, estaba mucho más allá de la condición étnica del personaje.
Fue como todos los grandes criollos, hijo histórico del descubrimiento. En efecto, América dejo de ser ella misma para nacer de nuevo, y de ese encuentro, surgió el nacimiento de un nuevo tipo histórico de criollo”.
Andresito Guacurarí fue el principal capitán en la defensa federal de los extensos territorios ubicados entre el río Paraná al oeste y el río Yacuy al este durante las invasiones luso-brasileñas. En 1815 venció a los invasores en La Candelaria (cerca de la actual ciudad de Posadas), liberando luego Santa Ana, San Ignacio Miní y Corpus. En septiembre de 1816 cruzó el río Uruguay en Itaquí; derrotó nuevamente a las tropas brasileñas, logrando así liberar gran parte de las Misiones Orientales, en la extensión llamada El Tapé (el camino, en guaraní; en este caso, el camino hacia los puertos del Atlántico).
Entre 1818 y 1819, Andresito atendió el frente interno por indicación del general Artigas. Marchó sobre Corrientes, caída en manos de militares afines al poder central porteño, expulsó a los unitarios y repuso al gobernador Juan Bautista Méndez con la ayuda de la flotilla del corsario irlandés Peter Campbell y 2000 guaraníes de las antiguas misiones.
El asesinato como arma política
El 17 de diciembre de 2014, se establece por ley el 30 de noviembre (día de San Andrés) como el “Día Nacional del Mate” en conmemoración del nacimiento de Andrés Guacurarí. ¿Por qué día del mate?, porque la Compañía de Jesús se propuso combatir el alcoholismo buscando una alternativa, en una yerba silvestre que en las Misiones por primera vez se inició como cultivo.
El pensador Alberto Methol Ferre señaló “nuestra historiografía no ha salido aún de una acentuada vaguedad e imprecisión con relación a las Misiones, que son como un telón de fondo de algo fantasmal. No digo, claro está, que nada se sepa. Nada de eso. Cualquier niño uruguayo que se inicie en la historia patria recibe algunas noticias – por lo menos de batallas – con relación a la tragedia final de las Misiones, de su destrucción sobrecogedora, del exterminio atroz de sus indios, fieles a su tierra y a Artigas hasta la muerta. No nos faltan casi nunca las referencias a las Misiones aquí o allá. Pero no se ha efectuado jamás un tratamiento orgánico de la cuestión. ¿Basta saber que Artigas fue amigo de los indios? ¿Basta saber que le siguieron hasta su último día? ¿Por qué le acompañaron con la confianza que sólo habían ofrecido a sus viejos promotores jesuitas?”.
Andresito no pudo cumplir con su sueño de regresar al terruño natal. Días antes del 17 de junio de 1821, fecha en la que debía embarcarse con destino a Montevideo con los otros lugartenientes, entre los que se encontraban Juan Antonio Lavalleja, Manuel Francisco Artigas (hermano del caudillo), Fernando Otorgues, entre otros y se buscó un pretexto para encarcelarlo de nuevo en la Isla Das Cobras y luego asesinarlo.
El misterio que impulsó el exterminio de los pueblos guaraníticos
La invasión del Reino de Portugal de 1816 fue una entrega consensuada entre las autoridades porteñas y el imperio británico. Es evidente que se sentían impotentes para recuperar el territorio de las provincias que reconocían al general Artigas como protector de los pueblos libres. Las tropas invasoras estaban dirigidas por oficiales portugueses que habían sido adoctrinadas por los ingleses en una confusa guerra de independencia peninsular contra Napoleón, lo que los convertía en avezados veteranos de guerra. A tal punto que cuando se decide la invasión quién pasa revista a estas tropas es nada menos que William Beresford, uno de los jefes que dirigió al invasión al Río de Plata en 1806, y que en ese entonces revistaba en Río de Janeiro con el grado de Mariscal del Ejército portugués.
La invasión está organizada en tres columnas. Una por el Atlántico hasta lo que hoy es el puerto de Río Grande, que ingresó por el Chuy. Las otras dos columnas golpearon las Misiones Orientales, el territorio que Artigas le había encomendado a Andresito su defensa. Lecor penetra sin demasiada resistencia y llega a Montevideo dónde es recibido por el Cabildo de la ciudad bajo podio y aplica una política conciliadora hasta promoviendo el casamiento de sus oficiales con damas orientales. Reparte mercedes a diestra y siniestra otorgándole a Rivera el cargo de Comandante de Campaña.
En cambio las tropas destinadas a atacar el territorio misionero defendido por Andresito aplicaron una feroz política de tierra arrasada, matando mujeres, niños y ancianos.
La carta del director supremo de Buenos Aires, Carlos M. de Alvear al embajador de Gran Bretañía en Río de Janeiro, Percy Strangford, de la cual era portador Manuel J. García, es lo suficientemente elocuente hasta dónde llegaba el odio anti federal de los gobernantes de Buenos Aires. En la misma se decía: “La generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias, que obedecerán su Gobierno, y recibirán sus leyes con el mayor placer, porque conocen que es el único medio de evitar la destrucción del país, a que están dispuestos antes que volver a la antigua servidumbre, y esperan de la sabiduría de esa nación (Inglaterra) una existencia pacífica y dichosa.”
Más allá del deseo del Reino de Portugal de consolidar su frontera en el Río de la Plata, se estaban moviendo sórdidos intereses.
TE PUEDE INTERESAR