Para los más desprevenidos, se trató de un gran gesto en señal de respeto por los derechos humanos. Resulta que la cadena de televisión británica BBC decidió no transmitir la inauguración del mundial de Catar, optando en su lugar por emitir una admonición condenatoria del supuesto maltrato que los trabajadores inmigrantes reciben en el país anfitrión. Días más tarde, la selección del país inventor del fútbol se inclinaba de rodillas antes de comenzar el partido contra Estados Unidos. El motivo: protestar contra “la discriminación, injusticia y desigualdad”, ofreciendo un gesto de “independencia de cualquier organización o ideología”. Tamaña hipocresía de parte de un país que supo enriquecerse gracias a las barbaridades cometidas por personajes como Kitchener en el Transvaal o Mountbatten en la India.
En su lugar, los jugadores británicos podrían haber aprovechado para pedir disculpas por la masacre que tuvo lugar el Domingo Sangriento del 21 de noviembre de 1920, en un partido de fútbol gaélico jugado en Croke Park (Dublín). Un rato antes, los oficiales del Ejército británico habían tirado una moneda para decidirse entre atacar el estadio o una de las principales calles de Dublín. Eran 10,000 las personas dentro del estadio que serían cazadas como patos por los Black and Tans. En 10 minutos se habrían producido 14 muertes y 65 habrían quedado heridos.
Las masacres perpetradas durante la independencia de Irlanda explican en gran parte por qué 60 años después, durante la Guerra de Malvinas, los muros de Belfast quedaron cubiertos de mensajes de apoyo en favor de los argentinos. Cabe destacar que durante el conflicto del Atlántico Sur los argentinos dejaron traslucir con su accionar un respeto por las vidas británicas que éstos últimos nunca mostraron por sus propios adversarios. En la madrugada del 2 de abril de 1982, el capitán de Fragata Pedro Edgardo Giachino, a cargo de 16 comandos, había sido designado responsable de tomar la casa del Gobernador británico. Tenía órdenes de no provocar bajas ni daños materiales a un oponente que se sabía rodeado y sin opción militar. A este oficial argentino no se le ocurrió atacar la casa con artillería, ni incendiarla, algo que no hubieran dudado en hacer los alumnos de Kitchener. Pero los británicos empezaron a disparar, probablemente sabiendo que los argentinos no tomarían represalias. Ante la negativa a rendirse, Giachino decidió entrar solo a la casa. Una ametralladora británica lo esperaba para matarlo a quemarropa.
En medio de este aquelarre que debemos sufrir en la actualidad, cabe un homenaje a este heroico infante de una causa que no pertenece solo a nuestros hermanos argentinos, sino a toda América Latina. A pesar que no son pocos los que circulan por la vida política despistados por los coloridos señuelos británicos.
Cristobal R. Stefanini
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