Esta transición energética no se parece a ninguna anterior en la historia. Todas las transiciones anteriores fueron impulsadas en gran medida por ventajas económicas y tecnológicas, no por la política, que es el motor principal en esta ocasión. El objetivo de esta transición no es solo introducir nuevas fuentes de energía, sino cambiar por completo los fundamentos energéticos de lo que hoy es una economía mundial de US$ 100 billones, y hacerlo en poco más de un cuarto de siglo. Es una ambición muy grande y hasta ahora no se ha intentado nada a esa escala.
El economista Jean Pisani-Ferry ha observado que acelerar los objetivos de reducción de las emisiones netas de carbono de forma demasiado agresiva podría crear disrupciones económicas mucho más importantes de lo que generalmente se anticipa, lo que denominó “un shock de oferta adverso, muy parecido a los shocks de la década de 1970”. Una transición de este tipo es “poco probable que sea benévola y los responsables políticos deberían prepararse para tomar decisiones difíciles”, escribió el economista francés el año pasado, justo antes que se instalara la crisis energética. Para Pisani-Ferry “la acción climática se ha convertido en una cuestión macroeconómica de primer orden, pero la macroeconomía de la acción climática dista mucho del nivel de rigor y precisión que se necesita actualmente para proporcionar una base sólida a los debates públicos y orientar adecuadamente a los responsables políticos. Por razones comprensibles, la propaganda ha primado demasiado a menudo sobre el análisis. Pero a estas alturas del debate, los escenarios complacientes se han vuelto contraproducentes. La conversación política necesita ahora evaluaciones metódicas, examinadas por los pares, de los costes y beneficios potenciales de los planes de acción alternativos”.
Daniel Yergin, en Finanzas & Desarrollo, publicación del FMI
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