La crítica literaria uruguaya a partir de la generación del 45 no le dio a Susana Soca la importancia que merecía y recién en el siglo XXI, de algún modo, se rescata su obra de los olvidados anaqueles de la biblioteca.
Con lento amor miraba los dispersos
colores de la tarde. Le placía
perderse en la compleja melodía
o en la curiosa vida de los versos.
No el rojo elemental sino los grises
hilaron su destino delicado,
hecho a discriminar y ejercitado
en la vacilación y en los matices.
Sin atreverse a hollar este perplejo
laberinto, atisbaba desde afuera
las formas, el tumulto y la carrera,
como aquella otra dama del espejo.
Dioses que moran más allá del ruego
la abandonaron a ese tigre, el Fuego.
J. L. Borges, Susana Soca.
Es interesante ver cómo, desde la segunda mitad del siglo XX, la poesía uruguaya cayó en el preceptismo coloquial que ignora y desdeña los meticulosos hábitos del verso y del lenguaje, haciendo de la poesía más un instrumento político, un símbolo de identidad donde abreva más la mera subjetividad, que el artificio sonoro y conceptual, rico por su tradición simbólica. En ese contexto, la obra y la personalidad de Susana Soca resultaron ser un jeroglífico incomprensible para su generación posterior, porque en ella se sintetizaban dos mundos culturales, el de París que entonces era la nueva Roma y el de Uruguay que ella describió tan bien en su libro, El país de la memoria.
Así, la vida de ese gran mecenas, que fue Susana Soca, que realizó aportes tan valiosos al mundo de la cultura estuvo determinada por la familia en la que nació. Su padre era el doctor Francisco Soca y su madre era Luisa Blanco Acevedo. Su padre fue el primer sudamericano que perteneció a la Academia de Medicina de París y de él aprendió el carácter cosmopolita de las ciencias y de las artes. Además, fue él quien decidió bautizar a Susana en París, en 1908, en la Catedral de Notre Dame, lo que de algún modo sería un designio de su futuro vínculo con esa ciudad.
Por parte de la familia materna, su tío abuelo fue Eduardo Acevedo Díaz, el autor de Ismael, y su otro abuelo Juan Carlos Blanco había sido opositor de Batlle y Ordoñez en las elecciones de 1903. Así, su vida fue influenciada por un ambiente en el que se respiraba cultura como también política. A su casa de Montevideo acudían escritores como Eugenia Vaz Ferreira, Carlos Reyles, y en París recibían a figuras como el célebre Anatole France, entre otros. De ese modo, Susana Soca tuvo una educación selecta y cosmopolita que le posibilitó aprender inglés, francés, alemán, ruso, italiano, como también latín y griego. En conclusión, todos estos detalles y aspectos hicieron de ella un ser excepcional que escapaba a las clasificaciones de su tiempo.
El lenguaje, un patrimonio universal
Un detalle a tener en cuenta y que no es menor fue que los libros de Susana Soca fueron todos editados póstumamente. En vida no publicó ningún libro propio, y gracias a la labor de amigos y personas de su entorno fue posible rescatar su obra y llevarla al público. Esto seguramente tenga razón en su temprana y repentina muerte a causa de un accidente aéreo en Río de Janeiro en enero de 1959 que acabó con su vida, la de 29 pasajeros y siete tripulantes. Pero, en definitiva, Susana Soca ha sido más reconocida en su labor de gestora cultural, que como poeta. De hecho, su revista publicada por primera vez en la primavera de 1947 en París, La Licorne (El unicornio) logró reunir escritos de pensadores importantes de la escena internacional de aquel momento, como Paul Eluard, y el sociólogo y escritor Roger Caillois. Además, logró promover autores latinoamericanos desconocidos entonces en Europa, como Jorge Luis Borges, Gabriela Mistral, Rulfo y Cortázar, entre otros.
Borges le escribió un poema y Onetti le dedicó un texto en prosa. Ambos vieron en ella a una mujer generosa y espiritual, cuyos dones intelectuales la hacían inevitablemente excéntrica, pero al mismo tiempo valiente, porque esa misma mujer que parecía tan frágil fue la misma que aprendió ruso únicamente para entrevistarse con Pasternak (escritor expulsado del partido comunista ruso) en Moscú, y regresó esquivando los controles estalinistas con el manuscrito de la famosa obra, El Doctor Zhivago que estuvo a punto de publicarse por primera vez y para el mundo, en Uruguay.
París bajo la ocupación
Otro dato que no es menor sobre la biografía de Susana Soca fue su estancia en París durante los años de la ocupación nazi. Sobre esta época escribió un texto titulado, Aspectos de París, en el que narra su experiencia. Es interesante observar que los alemanes trataron durante la ocupación de que París no perdiera su característica de faro cultural por lo que, a pesar de las carencias que había, como la falta de electricidad, se trataba de que tanto el cine como el teatro continuaran su actividad.
“¿Cómo se comportaban los alemanes? De muchas maneras, según se tratara del ejército o de la policía y según el contacto de cada uno con los distintos organismos. El conjunto del ejército de ocupación se condujo con una corrección irritante para muchos franceses en el conjunto de los habitantes. En cambio, los servicios policiales especializados siguieron sus métodos hasta el fin en forma implacable”. (Susana Soca)
Esta forma irritantemente correcta de los alemanes muestra ese carácter paradójico que tuvo la ocupación de París, en que las reglas y las normas impuestas por los ocupantes se convertían en un arbitrio lúdico que la población en casi su totalidad cumplía a su antojo o según las necesidades del momento. Por otra parte, en esa silenciosa París, cubierta por la nieve bajo la luna, la vida cobraba una nueva significación, y la filosofía, el teatro, el cine, la pintura y la poesía alcanzaron nuevas formas.
Sin embargo, Susana Soca menciona también a aquellos que realmente se beneficiaron de la guerra vendiéndole tanto a los franceses como a los alemanes sin distinción. Este nuevo grupo de ricos Susana Soca los llamó la aristocracia del stock. Pues la mayoría de los artículos alimenticios y de otro tipo, como combustibles, debían comprarse en la clandestinidad y estos comerciantes que supieron vender en el momento oportuno se beneficiaron enormemente de la guerra.
En definitiva, París se adaptó a la guerra y la guerra se adaptó a París. Así la nueva moda de este período supo combinar lo deportivo con lo urbano adecuándose a las circunstancias. Y el teatro desarrolló ingeniosas formas simplificando al máximo su escenografía y vestuario. Obras como “El malentendido” de Camus o “Huis Clos” de Sartre fueron estrenadas durante la ocupación nazi y Picasso, al ver salir a las gentes de los teatros, llegó a decir que aquel era el más divertido ejemplo de la fauna humana (Susana Soca, ibidem).
El unicornio en el laberinto
El unicornio es un símbolo de la castidad y también funciona como emblema de la espada y de la palabra de Dios. En antigua China tenía la reputación de ser el más noble de los animales. En el caso de Susana Soca, el unicornio es lingüístico y semiótico, ya que de algún modo él mismo representa todas las posibilidades del logos (palabra -fuego, en antiguo griego). Por ello Borges culmina su soneto dedicado a ella con la siguiente expresión: Dioses que moran más allá del ruego/ la abandonaron a ese tigre, el Fuego. En conclusión, entender a Susana Soca es entender al filólogo que busca entre las declinaciones la resonancia de una vieja raíz capaz de significar algo puro. En esa búsqueda que forma parte de la escritura, decía:
Ya la sombra de Ariana, un instante, guiada por el partido hilo de la memoria, llega al viejo laberinto del poema, nunca a la entrada o la salida.
Y agregaba sobre estos versos: “Mientras componía Laberinto me acompañaba obstinadamente la imagen del mito de Ariadna […] Decidí terminar mi libro con Laberinto cuando creí reconocer a través del elemento autobiográfico que contiene, y entre algunos aspectos variables de la lucha del poeta con la poesía, otra lucha no menos grande y común a todos, la del pasado con el presente” (S. Soca).
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