El bajo tipo de cambio, así como sus efectos, son temas de constante análisis en Uruguay. En este marco, La Mañana dialogó con Licandro, quien explicó a qué se debe ese fenómeno y detalló su punto de vista acerca de las causas de la apreciación del peso uruguayo. Por otra parte, respondió qué debería hacerse desde la política económica para mejorar la competitividad. “Hay que pasar del discurso aperturista a una práctica aperturista”, enfatizó en ese sentido.
¿Por qué el atraso cambiario es un tema recurrente en Uruguay?
Por diversas razones. En las últimas décadas, Uruguay ha sido un país con tipo de cambio real bajo, lo que no necesariamente es atraso cambiario; somos vecinos de Argentina, que desde los años 50 exporta capitales y de los que algo menos del 10% quedan en Uruguay; en diversas formas de inversión como inmuebles, actividad agropecuaria y también activos financieros, hoy en menor medida. Eso explica una economía uruguaya donde, por décadas, hay exceso de dólares que buscan refugio en nuestro país por seguridad y respeto a los derechos patrimoniales.
A esta situación estructural —porque ni Argentina cambia ni nosotros podemos remar y alejarnos del Río de la Plata— se suma el cíclico error de diagnóstico y de gestión de muchas administraciones. Entran capitales, crece la actividad económica por la tracción del consumo interno y la inversión, la recaudación aumenta y eso estimula a los gobiernos a gastar más: políticas procíclicas que actúan como tirar nafta al fuego. Ese mayor gasto público se financia con deuda que son divisas que ingresan y exacerban la oferta de dólares en Uruguay, reduciendo el tipo de cambio.
En la situación actual, ¿dónde está la causa principal de la apreciación del peso uruguayo?
El dólar se aprecia respecto a la mayoría de las monedas del mundo, simplemente por un aumento relativo mayor de tasas de la Fed, pero, contrario a todo sentido común, el peso uruguayo se aprecia respecto al dólar. No existe fundamento económico que justifique que la moneda nacional sea más fuerte que la mayor parte de las monedas del mundo. Tenemos una base monetaria pequeña en términos del PIB y una situación fiscal deficitaria. He escuchado el argumento que dice que como exportamos más, entran más dólares y eso hace bajar al tipo de cambio. Ese argumento, correcto hasta donde llega, no llega demasiado lejos, porque en igual situación se encuentran muchos países y su tipo de cambio no se aprecia de igual manera.
Entonces, hay que buscarlo en alguna decisión de política económica local. Y es fácil. El Banco Central ha elevado las tasas de interés que paga para colocar Letras de Regulación Monetaria (LRM) y se repite la estrategia de los tres períodos de gobierno del Frente Amplio. Tasas altas en pesos, dólares que se venden en el mercado, pesos que se colocan en aquellos instrumentos y, mientras dure, una rentabilidad en dólares muy alta para los inversores. Y aquí no hay más perro que el chocolate.
Pero, ¿dónde está la génesis de la situación actual? Hay que buscar en la Ley de Presupuesto Nacional y las sucesivas Rendiciones de Cuentas. En ellas el gobierno optó por mantener e incluso incrementar el gasto público en varias áreas, se comprometió a que los salarios públicos no caerán en términos constantes, además de incrementos reales para algunos sectores que consideraban rezagados. Esto compromete las finanzas públicas que se vuelven particularmente dependientes del nivel de actividad y de la recaudación de impuestos. Es decir, poca capacidad de maniobra autoimpuesta.
La situación fiscal ha mejorado en este período, incluso en la última Rendición de Cuentas se pudieron incrementar gastos por esa razón. ¿No es contradictorio con lo anterior?
Mejoró porque el comportamiento de los salarios públicos y la inflación provocó una leve caída en el promedio de aquellos. Y porque la inversión pública está en niveles muy bajos al tiempo que la recaudación de impuestos fue levemente mayor a lo proyectado, por la mayor actividad económica resultante en los últimos trimestres. La dificultad que observamos para los próximos dos años es que para cumplir lo comprometido en la Ley de Presupuesto en materia salarial, el gasto aumentará de manera independiente al menor crecimiento previsto para la economía. Además, es lógico esperar una recomposición de la inversión pública sobre fin del período. Nada diferente al último período del Dr. Vázquez. Ni hablemos de la última Rendición de Cuentas, en la que se justificó un gasto permanente en función de un mejor resultado del ejercicio anterior. Es como ganar en el casino una noche y ajustar el nivel de vida para siempre… Y el círculo se repite reflejándose, al final, sobre un tipo de cambio deprimido.
Pero si el tipo de cambio aumenta entonces la inflación será mayor, ¿está de acuerdo?
El tipo de cambio se refleja en el IPC. Y el IPC, si su canasta está correctamente definida, debería reflejar en el largo plazo la inflación en la economía. La inflación es un fenómeno monetario. Sobre el IPC un movimiento del tipo de cambio se reflejará, en el tiempo que corresponda, al impactar sobre el precio local de los bienes transables. Aproximadamente un 25% del IPC corresponde a bienes transables, por lo que el impacto será en esa proporción. Un aumento del dólar del 10%, más o menos debería repercutir en 2,5% en el IPC, asumiendo una enorme cantidad de otros supuestos aburridos de detallar.
Pero como se ha optado por no flexibilizar el mercado de trabajo, que incide directamente en el precio de los bienes y servicios no transables, entonces es claro que la única variable sobre la que se actúa es el precio del dólar, a través de las tasas de interés a las que se colocan las LRM. Y se actúa con poca eficacia por la baja incidencia sobre el IPC.
Entonces, ¿usted prevé que esta situación continuará hasta el fin de este período de gobierno?
Cuando en 2020 se conocieron públicamente las claves del proyecto de Ley del Presupuesto Nacional, dije exactamente eso. Con déficit fiscal financiado con deuda y si luego intentan esterilizar con un instrumento de política monetaria promoviendo un exceso de oferta de dólares en la economía, el resultado es inevitable. Y las perspectivas para los próximos dos años son bastante claras. En tanto no se verifique un cambio muy importante en el resto del mundo, en particular aumentos de tasas de interés fuertes y en serio en Estados Unidos, la hoja de ruta del tipo de cambio es la actual.
¿Qué se puede hacer?
Estructuralmente, lo que deberían hacer inmediatamente es reducir los aranceles de importación, incrementando la demanda de dólares. Es por una sola vez, pero perdura en el tiempo. Ya existió la posibilidad de hacerlo, pero Uruguay se opuso a la propuesta de Brasil en el Mercosur y perdimos la oportunidad. Además, las cosas en Brasil cambiarán con el retorno de Lula da Silva y perderemos un aliado para la apertura.
Incumplir la promesa electoral con los funcionarios públicos parece poco viable políticamente. Y para reducir el resto del gasto público, es necesario un gran esfuerzo para un resultado quizás menor. Y para esto hay que estar convencido, tener ganas y voluntad y estar dispuesto a enfrentar el inevitable conflicto. Y estas cosas no suceden en los últimos años de una administración.
La competitividad no depende solamente del tipo de cambio. ¿Hay otros aspectos de la política económica para modificar y mejorar la competitividad del país?
Cierto. Igualmente, la coalición de gobierno se ha opuesto a algunas buenas ideas. En particular, la liberalización de importación de hidrocarburos. Una lástima. Si Ancap fuera eficiente como dicen, los precios no bajarían por la importación que, por otra parte, no existiría. Pero si no fuera así, con competencia inevitablemente el precio de combustibles habría bajado en Uruguay, obligando a Ancap a competir. El antecedente más obvio es el mercado de seguros, liberalizado a principios de los 90. El Banco de Seguros se ajustó, el mercado se diversificó y el precio de las pólizas bajó sensiblemente.
Hay que desregular la economía. Basta ver la maraña de regulaciones, permisos y obligaciones de la actividad agropecuaria, por ejemplo. Y las emergentes de la intervención del LATU en la economía y de cada uno de los ministerios, regulando cuanto movimiento quiere realizar un privado. Es interminable la lista de regulaciones y funcionamiento de monopolios. Solo a principios de los 90 se avanzó en la desregulación, pero ese impulso se detuvo.
También hay que flexibilizar el mercado de trabajo. Eso permite la búsqueda de productividad y salarios que reflejen la situación de las empresas y los mercados en los que actúan.
Y finalmente, avanzar en la apertura, que no es solo lograr acuerdos comerciales. La apertura unilateral sería el primer camino a seguir, medida obvia y cantada, pero parece no estar en la agenda. Hay que pasar del discurso aperturista a una práctica aperturista.
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