Una historia tan fascinante que parece producto de la mente febril de un escritor fantástico. Pero Mateo Ricci existió; sus hazañas intelectuales y su indómito espíritu aventurero abrieron caminos que aún hoy deslumbran.
Ricci fue el jesuita que viajó a China en 1582 como misionero, viviendo allí como opción plenamente asumida en una tierra que aprendió a amar como pocos, hasta su muerte veintiocho años más tarde. Si hoy nos continúa pareciendo un país difícilmente aprehensible, China era para los occidentales una tierra inexplorada, lindante con el impreciso y misterioso Catay. Pero para la Corte imperial, Occidente era algo más que un rumor, una Última Thule situada más allá de todos los límites geográficos. Ricci construyó puentes entre dos mundos. Debido a que Ricci realmente estuvo signado por un profundo respeto y amor por la civilización oriental, pudo predicar el cristianismo con un tacto y una sensibilidad que no siempre mostró Occidente en sus relaciones con Asia.
Mateo Ricci, venerado por la Iglesia católica y declarado Siervo de Dios por el papa Benedicto XVI, fue también un científico y autor del primer mapa mundial de China en 1602. Sus ansias del saber lo llevaron a incursionar desde la teoría matemática hasta el estudio de la memoria. “El Palacio de la memoria fue una obra suya dedicada a la mnemotecnia, en el cual se anticipaban conceptos centrales de la teoría cibernética cuatro siglos antes.
Nacido en la ciudad italiana de Macerata en 1552, un mandarín, Wang Pan, inquirió sobre su tierra y su familia. Le respondió: “Mi padre sufrió mucho por mi partida, pero aprobó el viaje, convencido de que era necesario que los hombres que viven en tierras tan lejanas, respirando bajo la cúpula del mismo cielo, se conozcan y vivan en paz”. Un auténtico renacentista, dedicó sus esfuerzos también a la divulgación de los saberes matemáticos, traduciendo al chino Elementos de Euclides. Sus aportes en el campo de la astronomía y la predicción de eclipses fueron clave en el respeto que generó como sabio en la Corte. Cuando falleció, el emperador Wanli, además de proclamar un día de duelo nacional, por primera vez en la historia de China concedió que un extranjero fuera enterrado en suelo imperial.
Una biografía espléndida que incluye las propias cartas del padre Ricci y su relación con China escrita en Pekín.
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