Los liberales asumen que los individuos pueden y deben dejar sus ideas políticas en la puerta cuando entran en la oficina o en la fábrica. Al hacerlo, ignoran el hecho de que los hombres siguen siendo animales políticos y religiosos incluso cuando van a trabajar. Como argumentaba Emile Durkheim en el prefacio a la segunda edición de La división del trabajo en la sociedad, el sistema de las guildas medievales –que combinaba la pertenencia política y religiosa con la función económica– no era más que una respuesta contextual a una arraigada necesidad humana. Los romanos también se habían organizado en agrupaciones profesionales que desempeñaban funciones religiosas y políticas, incluido el entierro de sus muertos. El problema no es que las ideas políticas invadan el lugar de trabajo, sino que esas ideas sean antinaturales y necesiten ser sustituidas. Es por ello que el liberalismo ha fracasado. Las personas necesitan pertenecer a una comunidad; y están comprensiblemente amargadas por la propagación de nuestro mercantilismo sexual. Tienen razón también cuando piensan que el trabajo debe orientarse hacia algo superador del mero afán de lucro. Por eso necesitamos un liderazgo diferente para el conservadurismo estadounidense, o para cualquier otro movimiento que pretenda oponerse con eficacia a los excesos del movimiento woke. No los liberales.
Matthew Schmitz, en American Conservative
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