Para alcanzar sus objetivos colectivos, los miembros de la guilda tenían que cooperar. Si algunos remoloneaban, todos saldrían perjudicados. Las corporaciones que deseaban reducir los costos de mano de obra tenían que conseguir que todos los maestros redujeran sus salarios. Si deseaban aumentar los precios de sus productos, tenían que conseguir que todos los miembros de la corporación restringieran la producción. Las guildas que deseaban desarrollar una reputación digna de respeto tenían que conseguir que todos sus miembros vendieran mercancías de calidad superior. Los miembros contribuían con dinero –para remunerar a los sacerdotes– y también con tiempo, emotividad y energía personal. Los miembros participaban con frecuencia en servicios religiosos, asistían a funerales y rezaban por las almas de sus hermanos; debían también vivir piadosamente, absteniéndose tanto de los placeres de la carne como de las tentaciones materiales de la vida secular. Los miembros también tenían que administrar sus asociaciones. La necesidad de coordinación era su denominador común.
Gary Richardson, profesor de economía en la Universidad de California, Irvine.
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