Desde muy pequeña se destacó por su capacidad de redacción e imaginación, y a lo largo de su vida fue reconocida con diversos premios importantes del ámbito literario. También, aunque sin saberlo, de niña jugaba a trabajar de la que un día sería su otra profesión: ingeniera. Por vocación se lanzó a ese terreno, pese a las dificultades que tenía la carrera. En una larga entrevista con La Mañana, Soriano ahondó sobre sus orígenes y contó cómo conjuga hoy sus dos trabajos. Además, explicó la particular relación que tiene con el mundo de la música.
Su padre fue compositor y musicólogo y su madre profesora. ¿Cómo recuerda ese hogar en el que fue criada?
Desde pequeña tuve muy claro que mi casa era la de mis abuelos, en la que también vivían mis padres. Quiero decir que mis abuelos eran los dueños en un sentido total, o sea que eran los ejes de la familia y quienes marcaban las reglas, muchas de las cuales venían de los bisabuelos Lagarmilla, y seguramente de varias generaciones atrás. Mis padres viajaban mucho. Mamá era profesora de idiomas, pero también una excelente fotógrafa, que ganó varios premios y ya de mayor se graduó en meteorología.
Puede decirse que con mis padres empecé a tener un contacto más cercano en la adolescencia. Sin duda alguna mi abuela, Emma Baroffio, hija de italianos, fue la persona que más influyó en mi infancia. Era muy lectora y tenía una enorme cultura. Su padre era un muy buen acuarelista y escenógrafo, por lo que ella había vivido en contacto con muchos artistas y gente de teatro. Era una mujer muy sensible y amante de las artes, pero también le interesaba mucho la arquitectura y la construcción en general. Solía hacer en casa pequeños trabajos de albañilería y de pintura, cosa rara para una dama de aquella época. Pienso que podía haber sido una muy buena arquitecta, como lo fue su hermano Eugenio.
¿Qué quería ser cuando fuera grande?
Mi juego predilecto era lo que llamaba “las construcciones”. Venía en una caja que contenía cubos, viguitas, elementos de distintos colores y tamaños, con los que se podía armar estructuras. Pasaba horas entretenida con eso, e ideaba distintos procedimientos constructivos. También me gustaba, en los espacios del jardín que no estuvieran ocupados por las plantas, hacer verdaderos “movimientos de tierra”, parecidos a los que después dirigí de grande en mi profesión. Pero no había ingenieros en la familia ni sabía de la existencia de esa profesión, por lo que nunca manifesté mi propósito de serlo.
¿En alguna medida se vio influenciada por sus padres a la hora de elegir una profesión?
Absolutamente en ninguna medida. Con mis padres nunca hablamos de eso, ni yo les pedí orientación. Es una decisión personal e intransferible.
¿Por qué decidió estudiar ingeniería?
Supongo que fue porque tenía vocación, aunque era consciente de que era una carrera muy difícil. La etapa universitaria fue complicada, y también se hizo demasiado larga, porque tuvimos que afrontar tres cambios de plan, con el consiguiente desbarajuste entre asignaturas ya aprobadas que se suprimían en el nuevo plan y otras que se agregaban. También fueron años de gran agitación estudiantil, lo que significaba atrasos permanentes en los cursos. A pesar de todo nunca tuve la más mínima tentación de abandonar la carrera. El nivel de exigencia era altísimo y bastante poco práctico. Un ciclo básico de varios años en que se cursaban muchas asignaturas de física y matemática totalmente desconectadas de la realidad. Uno podía aprobar el examen sin terminar de entender de qué se trataba ese ejercicio mental de abstracción pura. Y claro está que tampoco era fácil aprobar. El examen consistía en una parte escrita, en que había que resolver bien por lo menos dos de tres problemas mucho más complejos de los que habíamos hecho durante el año. De aprobarse el escrito se pasaba a la prueba oral. Recuerdo algunos exámenes en los que se anunciaba, a casi un centenar de alumnos que nos habíamos presentado al escrito, que no había pruebas orales porque todos habíamos perdido. Y lo normal era que al oral pasara un porcentaje mínimo de los que rendían el examen escrito. Una manera muy rara de hacer docencia. Espero que las cosas hayan cambiado.
¿Cómo se inició en la literatura?
Bueno, eso es difícil de saber. De muy pequeña, cuando pedía que me hicieran un cuento y los mayores no me complacían, según dicen, me lo hacía yo misma en voz alta. Parece que sorprendía por la coherencia del relato, y por la imaginación que demostraba. En la escuela, las maestras elogiaban mis redacciones. Y de más grande la sorprendida era yo, cuando empecé a ganar algunos concursos literarios.
¿Cuál fue su formación literaria?
Desde luego que muy mínima, porque en ingeniería teníamos un solo curso de literatura en primer año de preparatorios, en el que tuve de profesor nada menos que a Ángel Rama. Las obras literarias que tuve la oportunidad de estudiar formalmente fueron en los cursos superiores de francés y de inglés. Años más tarde, ya en España, participé de cursillos que fueron muy formativos, como el que dictó Antonio Muñoz Molina, para escritores hispano parlantes en la Universidad Menéndez Pelayo en Santander.
¿Qué significado tiene para usted haber sido reconocida con tantos premios importantes del mundo literario?
Ganar un premio es siempre una satisfacción, pero no hay que darle más valor del que tiene. Creo que Juan Carlos Onetti no ganó ningún concurso y sin embargo es un grande de la literatura. En cualquier caso, la participación en certámenes literarios tiene la utilidad de que uno prepara el trabajo, lo pone en orden, lo corrige y hace que resulte un producto presentable. Por lo demás, mi opinión es que hay que desconfiar tanto del éxito como del fracaso. Franz Kafka debe haber vendido muy pocos libros en su vida y Giuseppe Tomasi di Lampedusa nunca vio publicada su novela “Il Gattopardo”, pese a que lo intentó con varias editoriales.
Se suelen tomar como opuestos los números y las letras. ¿Cómo acompasa la vida de ingeniera con la de escritora?
En realidad, no son para nada opuestos. Suele ocurrir que alguno a quien le resulten difíciles las matemáticas decida estudiar una carrera de las llamadas “humanísticas”, pero eso tiene poco que ver con la vocación. Es escaparle a una dificultad. La vocación es como el enamoramiento, no tiene explicación racional. Uno puede tener facilidad para determinada asignatura o actividad y sin embargo no tener vocación. Hay muchos ingenieros que han sido también muy buenos escritores, como es el caso del español Juan Benet.
En cuanto a la manera de compatibilizar las dos profesiones, no lo veo para nada complicado. Difícil sería ser monja de clausura y a la vez relacionista pública de una empresa. Escribir se puede en cualquier lado y la imaginación se puede disparar en cualquier circunstancia. De hecho, la ingeniería, el ambiente de las obras y también las historias que he podido conocer en los lugares de trabajo, han servido de base a cosas que después escribí. Porque las obras no son solo hormigón y máquinas trepidantes. Hay un riquísimo material humano.
¿En qué se inspira para escribir?
El elemento disparador de una historia y una novela suele ser muy variado. Puede que sea una noticia, un trozo de conversación que uno escucha por azar en medio de la calle, un personaje que le resulte interesante. En cualquier caso, me parece que el elemento indispensable es que ese disparador, que puede que sea mínimo, debe pasar por la emotividad. Por ejemplo, hay quienes te dicen “tengo una historia fabulosa de algo que le pasó a un familiar mío…” y te largan una historia llena de aventuras y de situaciones complejas, suponiendo que vas a tomarlo como argumento para un cuento o una novela y sin embargo a uno no le dice nada, porque no ha pasado por la propia emoción. En cambio, puede que veas el rostro de alguien desconocido que te inspire compasión o rechazo, o lo que sea, y ese punto de contacto con tu propia emotividad es lo que da pie a una historia.
Otras veces uno cuenta la realidad pura, vista desde su propia óptica. Mi primera novela “No hay tiempo para más” que publicó editorial ARCA en 1992, cuenta con todo detalle sucesos reales que ocurrieron en la Intendencia de Colonia. Claro que no pude incluir todos los acontecimientos, para que la novela no resultara demasiado inverosímil. Sabido es que la realidad supera siempre a la ficción. El único personaje inventado en la narración es el de una supuesta secretaria, voz narradora de los hechos. La pena que sentí por la muerte del intendente, fue para mí en ese caso el elemento disparador de una novela que pretende alertar sobre la necesidad de superar ciertas modalidades del quehacer político. En cualquier caso, en toda ficción, aún en la que parezca más delirante, siempre hay elementos de la realidad que uno ha podido experimentar.
¿Qué proyectos tiene a futuro?
Tengo varios libros que están esperando, no solo que tenga el tiempo de escribirlos, sino que encuentre la mejor forma de hacerlo. Es un proceso largo y puede que algunos no sean escritos nunca, pero eso no tiene importancia. Cuando uno tiene algo muy fuerte que decir, por lo general logra decirlo, y si no llega el momento quizá es porque no valía la pena.
¿Quiénes diría que han sido un ejemplo a seguir para su vida?
Mis padres. Tenían un gran temple para afrontar las dificultades. “A Dios rogando y con el mazo dando” solían decir, y nunca se desanimaban por nada. Eran personas de mucha fe y disfrutaban de esas pequeñas cosas que a menudo pasan inadvertidas cuando la actividad nos desborda. Cuidaban con verdadero afecto a sus animales y a las plantas de su jardín. Observaban mucho el cielo y nada de la naturaleza les era indiferente. Pero sin duda que el mundo está lleno de buenos ejemplos, no solo de los santos y personajes de la historia, aunque estos últimos muchas veces son construcciones que poco tienen que ver con su verdadera personalidad. Hay muchos seres de los cuales podemos aprender.
Cuénteme sobre el rol que tuvo esta casa en la cultura uruguaya.
Hubo una época, coincidente con la Segunda Guerra Mundial, cuando los artistas más importantes, que no podían actuar en Europa, venían a los países del Cono Sur, y mi tío Roberto, que desde muy jovencito era crítico musical, solía invitarlos a su casa luego de los ensayos o de los conciertos. Más de una década después, eran los artistas amigos o conocidos de mi padre los que visitaban la casa, no solo músicos, también pintores y escritores. Ya más recientemente, mi madre, Martha Lagarmilla, presidía el Centro de Estudios Musicales Argentino-Uruguayo, que organizaba muchos eventos artísticos no solo en salas de concierto, sino también en la casa, en donde tenía su sede.
Hoy la casa es Monumento Histórico Nacional. ¿Qué significa para usted esa distinción?
Es una distinción muy merecida, porque conserva hasta gran parte del mobiliario original, pero también genera algunos inconvenientes.
¿Por ejemplo?
En zonas urbanas en las que el valor de una propiedad depende de la cantidad de pisos que se pueda construir en ese terreno, una vez demolida, el hecho de ser monumento histórico, que ni siquiera se puede demoler, hace que su precio baje de forma sustancial. Pero en este caso, aún conscientes de ello, fuimos nosotros mismos los que iniciamos gestiones para que se declarara monumento.
Otro inconveniente es la dificultad para realizar tareas de mantenimiento, o reposición de elementos que ya no se fabrican o no existen operarios con la capacitación o el instrumental para hacerlo. Ya han desaparecido las viejas “marmolerías” y el trabajo en yeso es totalmente distinto al que se hacía antes y atiende a otros mercados.
Por otra parte, en Uruguay las ayudas estatales para el mantenimiento de los monumentos históricos son mínimas.
¿Desde cuándo vive en España y por qué?
Hice en España varios cursos de posgrado y me homologaron los títulos uruguayos al de ingeniera de Caminos, Canales y Puertos, que es la máxima titulación de ingeniería en España. También allí tuve varios premios literarios y se publicaron algunas de mis obras. A pesar de que ahora no está en su mejor momento, todavía es un muy buen lugar para vivir.
¿Cómo es su vida en España actualmente?
Trabajo mucho, y ahora en gran parte teletrabajo, por lo cual hay veces que ni te das cuenta en qué parte del mundo estás.
¿Considera que Uruguay es un país de lectores?
Eso para mí es bastante difícil de evaluar. Los libros en Uruguay son bastante caros en relación al precio que tienen en otros países. Pero no sé si eso es definitorio para que la gente sea más o menos lectora.
¿Cómo ve el nivel cultural del uruguayo promedio?
Siempre se dijo que el nivel cultural de argentinos y uruguayos es bastante alto, pero no sé si esa situación se mantiene o pudo haberse deteriorado. Hay algunos programas de televisión que hacen sospechar que el público al que van destinados no destaca por la cultura.
Un especial vínculo con la música y el arte
Conoció a muchos artistas durante la infancia, como visitantes que llegaban a su casa. Recuerda en particular a Paco Espínola, a quien define como “un excelente cuentista oral” y que la sentaba en sus rodillas para contarle “Saltoncito”. También le gustaba mucho escuchar al guitarrista Abel Carlevaro. Otro asiduo visitante de la casa era el pintor Manuel Espínola Gómez, que “exponía con gran vehemencia y claridad originales conceptos sobre el arte pictórico”, contó a La Mañana.
En España conoció al maestro Joaquín Rodrigo y a escritores como Antonio Muñoz Molina, y a Luis Eduardo Aute, quien llegó a ser un gran amigo suyo.
La entrevistada considera que la música es muy importante para su vida, y de hecho la ayuda en otros ámbitos de creación. Por ejemplo, suele escribir escuchando música, no como un elemento de distención o de acompañamiento, sino como disparador de la imaginación. “A muchos pasajes de cuentos o novelas les asocio determinada música, aunque pueda no tener relación evidente”, comentó.
Otro aspecto de su vinculación con el mundo de la música es el manejo de las obras de su padre. Cada poco tiempo le piden desde distintos países partituras, o permiso para hacer ediciones, o grabaciones, y ha logrado mantener todo el archivo de sus originales y grabaciones bastante “ordenado”, a pesar de que no sabe leer música. “Es una tarea titánica”, confesó, sobre todo cuando encuentra versiones de una obra que se diferencian en pequeños signos que no sabe interpretar, por lo que no puede valorar si se trata de un pequeño accidente gráfico o de una diferencia importante.
Menos mal que puedo recurrir a la ayuda de amigos que no son analfabetos musicales como yo”, dijo entre risas.
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