Hay «momentos o períodos densos y creativos» en la elaboración de fiestas. Uno de ellos es la Edad Media, sobre todo en los primeros siglos cuando la Iglesia perfeccionó su calendario de celebraciones y lo combinó con los ritmos astronómicos estacionales que incidían en el trabajo agrario, con diversas reminiscencias de elementos precristianos, integrando a menudo fiesta religiosa y fiesta popular. […] Al actuar así, lo festivo pasaba a formar parte del «lenguaje» a través del cual se organizaba y se comprendía a sí misma la sociedad y se integraba por completo en el modo de vivir y de sentir de los hombres.
“La fiesta en la Europa mediterránea medieval”, Miguel Ángel Ladero Quesada
Todas las sociedades de todos los tiempos han tenido períodos, días, semanas en los cuales el tiempo estaba consagrado, no a las actividades cotidianas que hacen a la supervivencia diaria del hombre, sino a la vivencia de una experiencia extraordinaria conectada a lo divino. Este tiempo llamado de fiesta tenía un sentido profundo, visceral, que enraizaba en la naturaleza de las cosas y que pertenecía a un paradigma que sabía respetar los verdaderos ritmos de la biología en el quehacer humano.
Esta noción de Fiesta es generalmente incomprendida en el mundo actual, especialmente porque la idea de sagrado, como también el concepto de tiempo sagrado, son inconmensurables para un Mundo que solo sabe distinguir entre tiempo productivo e improductivo.
Los orígenes de la palabra “fiesta” están íntimamente ligados a la experiencia religiosa. Etimológicamente viene del latín Festus, que pertenece a la familia de las palabras formadas por la antiquísima raíz indoeuropea: “dhes” que en castellano refiere a “sagrado”. De esta raíz también se forma la palabra griega “Theos” de donde sale nuestro “Dios”.
En definitiva, las fiestas, en su sentido tradicional, superan a la actual concepción que predomina en nuestras sociedades urbanizadas en las que su significado yace diluido entre ritos de evasión, entretenimiento o simplemente de consumo que son las nuevas formas del ocio posmoderno, muchas veces reflejo de un mundo egoísta e individualista.
La fiesta: un día extraordinario para toda la comunidad
Pero por sobre por todas las cosas, en las fiestas de la Edad Media el énfasis estaba puesto en la participación de toda la comunidad, es decir de todos, sin excluir a nadie de la celebración. No existía tal cosa como no tener a nadie con quien pasar las fiestas. Era justamente el día en que se dejaban de lado las diferencias cotidianas para permitirse llevar por la áurea mística y compartir de ese modo una experiencia extraordinaria. Por el contrario, en nuestra sociedad contemporánea que solo pone énfasis en la productividad solitaria del individuo, la soledad aparece en medio de las fiestas como una opción más que probable.
Las fiestas tradicionales funcionaban con un armónico sincretismo, fusionándose en su seno tanto el pueblo como la religión, el folclore y la actividad agrícola, lo lúdico y lo sagrado, mostrando mediante la práctica la verdadera convivencia entre nobles, agricultores y clérigos. La alegría del pueblo medieval era tan grande en las festividades, la compenetración era tan genuina, que esta mentalidad difícilmente pueda comprenderla el intelectual contemporáneo agobiado por las presiones ideológicas de nuestro tiempo.
Por otra parte, las fiestas medievales no estaban en oposición al trabajo cotidiano, sino que más bien lo complementaban. Establecían primero una pausa necesaria a las actividades diarias. Segundo, en la medida que el trabajo anteriormente realizado había permitido una acumulación de bienes, le daban a esta abundancia una significación simbólica y metafísica de la que participaban todos. Porque la cristiandad medieval europea veía en cada festividad una reminiscencia del tiempo paradisíaco en que Adán y Eva vivían en la abundancia sin el sudor de su trabajo.
Tiempo sagrado/tiempo profano
Hay que tener en cuenta que todas las sociedades tradicionales consideraban la existencia de dos tiempos: uno sagrado y otro profano. Afirmaba Le Goff: “La liturgia hace revivir anualmente, a través de los milenios, una extraordinaria condensación de historia sagrada. Mentalidad mágica que hace del pasado el presente, porque la trama de la historia es la eternidad”. Así la religión católica, con sus respectivos rituales, recreaba el tiempo sagrado por medio de sus diversas festividades anuales.
“La religión cristiana ha permitido que el calendario, en el transcurso del año, se ajuste a un orden pasional, repetido siglo tras siglo. A la alegría familiar de la Navidad le sucede, o ha sucedido, el desenfreno del Carnaval, y a éste, la tristeza obligada de la Semana Santa (tras la represión de la Cuaresma). Por otra parte, en oposición al espíritu de la triste y otoñal fiesta de Difuntos, está el de las alegres fiestas de primavera y de verano… Muerte y vida, alegría y tristeza, desolación y esplendor, frío y calor, todo queda dentro de este tiempo cargado de cualidades y hechos concretos, que se mide también por medio de vivencias”. (Ibidem)
Si añadimos todas las fiestas que tenía el calendario medieval, como Navidad, Año Nuevo, Epifanía y Carnaval, más las fiestas cívico-políticas, las fiestas eclesiásticas, las agrícolas y las de cada cofradía o gremio, comprobaremos con asombro que en aquel entonces la tercera parte del año era tiempo de fiesta.
Navidad
Desde tiempos inmemoriales, el 25 de diciembre, o sea el día del solsticio de invierno, era festejado por casi todos los pueblos agrícolas de la historia. La significación que tenía esta fecha era que tras suceder la noche más larga del año, la luz que había menguado comenzaba a brillar gradualmente con más intensidad a partir de entonces. Sin embargo, en la Antigüedad Tardía el pueblo romano había perdido su vieja religiosidad y prefería los horóscopos y la astrología a sus antiguos dioses. Esa fue la razón por la que el cristianismo primitivo comenzó a ganar cada vez más adeptos. El ejemplo y el trabajo que hacía la comunidad cristiana para con los necesitados fue visto con admiración y regocijo por el pueblo romano (a excepción de la aristocracia romana que fue renuente en principio a esta nueva fuerza religiosa). Y poco a poco el cristianismo se volvió un símbolo de renovación frente a la decadencia de un mundo que se sentía envejecer.
Así, cuando el papa Julio I en el siglo IV estableció durante el reinado de Constantino la fecha del 25 de diciembre como el día nacimiento de Cristo (en el mundo arcaico no había costumbre de consignar las fechas de nacimiento sino las de defunción), estaba cumpliendo con una demanda del pueblo romano que en aquel entonces abrazaba al cristianismo y a su ideal de sobria simpleza, haciendo de este día un símbolo que fuera reflejo de un nuevo tiempo para todos (cristianos y paganos): el inicio de la era cristiana.
La Navidad, junto con la Pascua (nacimiento, muerte y resurrección de Cristo) fueron las fiestas que más representaciones teatrales y artísticas motivaron en la Edad Media. La razón de esto era que, al estar los evangelios escritos en latín, una lengua que ya muy pocos podían comprender, el teatro y la poesía en lenguas vulgares eran necesarias para que el pueblo pudiera entender la historia de Cristo, de ahí los villancicos y los actos navideños. Estas representaciones se llevaban a cabo en las iglesias y el pueblo mismo se encargaba de todos los aspectos correspondientes a su representación como vestuario, escenografía, iluminación, guion y actores.
Según la tradición, en el siglo XIII San Francisco de Asís fue uno de los pioneros en realizar el primer pesebre, llevando a escena todos los componentes que de algún modo hicieron del nacimiento de Cristo un evento mágico.
Actualidad
El antiguo sentido de las fiestas se ha perdido en Occidente, al menos de manera colectiva, pervive acaso en el hogar familiar donde todo ha comenzado. En una sociedad en la que las personas son más espectadores que actores de su propia vida, son más consumidores que hacedores en su propio devenir, yacen muchas veces olvidadas las viejas raíces espirituales y espaciales de nuestro profundo humanismo. Los tesoros intelectuales más brillantes de nuestra civilización occidental se hallan en la Edad Media. Volviendo a ellos podemos recuperar parte del antiguo espíritu, no solo de las fiestas sino de nuestra sociedad, no ya como una suma de individuos, sino más bien como una verdadera comunidad que era lo que promovieron aquellos Apóstoles tras el conocimiento de Cristo.
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