En Volt Rush, Henry Sanderson –corresponsal de materias primas y minería del Financial Times durante seis años–, discurre sobre el vínculo oculto entre el progreso y el colapso. Las baterías, las parteras ocultas de la revolución de las energías renovables, están aquí para salvar el mundo: así lo ve Elon Musk. Pero vistas desde los desiertos contaminados de Chile, las fábricas que funcionan 24/7 de China y las minas a medio derruir de África central, parece que están aquí para condenarlo. Empezamos con una serie de vacas sagradas, marcadas para el sacrificio. La primera: la energía solar, eólica y de las mareas son tan renovables como las baterías de las que dependen. Segunda: esas baterías no son renovables en absoluto. De hecho, como explica Sanderson, dependen de un inmenso programa de extracción de recursos. Para acabar con los vehículos de gasolina se necesitará una cantidad de litio 40 veces superior a la que circula actualmente. También se necesitarán cantidades sin precedentes de cobre, cobalto y níquel. Cantidades que una serie de entidades empresariales de ética variada están, al mismo tiempo, deseosas de localizar y encantadas de proporcionar. La “revolución verde” se reduce a un cambio de enfoque en la economía industrial y mantiene intactas las estructuras existentes de poder y desempoderamiento. Prolonga los patrones de consumo destructivos, agrava los cárteles de corporaciones parasitarias e intensifica la explotación paleoimperialista del Tercer Mundo. Lo peor de todo es que nos impide pensar.
Madoc Cairns, en Red Pepper, comentando sobre “Volt Rush: the winners and loosers in the rush to go green” (Fiebre del voltio: los ganadores y perdedores en la carrera verde), de Henry Sanderson
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