La interconexión en materia energética en la región hoy no es “integradora” y se limita a un vínculo para el transporte de energía, al tiempo que carece de un compromiso político para encaminar un “desarrollo regional sustentable”, según Abreu. Entrevistado por La Mañana, sostuvo que “el objetivo de la integración energética debe ser la inclusión social” y explicó lo que deberían hacer los países de Latinoamérica para lograr ese propósito.
El economista Carlos Steneri afirmó recientemente entrevistado por La Mañana que “América Latina tiene un potencial energético enorme que está subexplotado y no está integrado”. ¿Coincide con esta apreciación?
La interconexión energética en la región no es integradora, no toma en cuenta la complementación productiva de las biorregiones, su desvinculación de la globalización y el gran objetivo social de la integración. Tal como se muestra, está orientada esencialmente a reducir los costos de la energía.
Por tanto, si los países continúan desarrollando estrategias energéticas individuales, poco aportarán a una integración energética sustentable. En consecuencia, una respuesta seria y moderna debe responder a un planteo de regionalismo alternativo acompañado de una política común capaz de distribuir los beneficios y la eficiencia energética. En otras palabras, se trataría de una interconexión en la que los excedentes que genera cada Estado se comercialicen y se intercambien en beneficio de todos. Actualmente, esto no sucede, porque los países han explotado al máximo sus capacidades para abastecer su demanda interna. Si el único factor a considerar en el diseño de una estrategia de integración fuera el menor precio relativo a obtener de la energía, el resultado sería tan pobre como lo ha sido hasta ahora.
¿Cómo define la integración energética actual?
En realidad, la integración energética actual se reduce a una interconexión física para transportar electricidad y gas natural, sin el compromiso político de proyectar un desarrollo regional sustentable. Esto es así porque el objetivo es lograr el acceso a los precios más bajos relacionados con las fuentes energéticas disponibles. Es decir, la teoría “integracionista” se limita a optimizar los recursos energéticos tomando la fuente de energía más barata. Es así que los excedentes hidroeléctricos de Paraguay por los Tratados de Itaipú y Yacyretá se venden a Brasil y Argentina a precios muy bajos, mientras algo similar sucede con el gas natural de Bolivia.
¿Cree que hay margen para desarrollar una integración energética regional?
Si los países de la región deciden impulsar un proceso de integración energética sustentable, deberían avanzar en acuerdos políticos más profundos en el mediano y largo plazo. Estos tendrían que regular la internalización de costos ambientales, los estándares de eficiencia energética y la convergencia regulatoria sobre emisiones de gases y efluentes, elementos actualmente inexistentes. Todos ellos, en sintonía con los marcos normativos de la economía globalizada.
En tal sentido, si Argentina fuera el principal proveedor (tema que viene del siglo pasado), las posibilidades de exportar por gasoducto se limitarían a los países limítrofes y la demanda tendría que justificar las inversiones (Bolivia también puede ser proveedor de gas). Fuera del Mercosur hay una demanda importante de gas licuado, pero el negocio del mismo no es de producción, sino de inversión e infraestructura y transporte, atados a una demanda relativamente “cautiva” (como hizo Estados Unidos con Europa, previendo que en algún momento Europa decidiera reducir significativamente su dependencia de Rusia). O sea, hay dos negocios diferentes: por un lado, la explotación y suministro de gas por gasoducto, que dependerá de la demanda brasileña; y por el otro, la exportación de gas licuado, que requiere grandes inversiones en plantas de licuefacción, que además deberá contar con certeza con el transporte y competir con proveedores ya instalados como es el caso de Estados Unidos, Catar o Argelia.
¿Las diferencias ideológicas podrían ser un cuello de botella para avanzar en esta dirección?
Las fuentes energéticas se dividen en primarias y secundarias y las matrices de los países de la región y del Mercosur son heterogéneas. Paraguay es autosuficiente debido a la generación hidráulica. Brasil y Argentina tienen diferentes fuentes de generación e incluso disponen de plantas nucleares. Por otro lado, mientras esa energía está prohibida en el Uruguay, este exporta energía eólica a la Argentina, es decir, renovable, al tiempo que el gasoducto Cruz del Sur no se utiliza desde su inauguración en el 2003. Finalmente, debe recordarse que las represas bilaterales como Salto Grande no pueden exportar energía a un tercer país del Mercosur.
En consecuencia, una auténtica integración energética debe priorizar la sustentabilidad, la biodiversidad y los aspectos sociales del crecimiento. No es lo sucedido hasta ahora. Los actuales proyectos de articulación energética desde la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (Iirsa), incluyendo el frustrado gasoducto Cruz del Sur, se construyeron con el objetivo de bajar los precios e impulsar el crecimiento. Apenas se trata de una interconexión física para transportar electricidad y gas natural, independiente de la eficiencia energética, el cuidado del ambiente y el desarrollo sustentable.
En conclusión, los mecanismos de una verdadera integración deben tomar en cuenta los impactos ambientales, la internalización de sus costos y un precio que considere la pérdida de biodiversidad, la contaminación del aire y el uso de recursos no renovables. De eso se trata una integración política, que sería ajena a todo planteo ideológico, ya que lo esencial es potenciar una soberanía energética regional. Lo primero a superar es esa estrecha visión nacionalista, que hasta ahora ha funcionado divorciada de un sistema con base a concesiones recíprocas.
¿Cuál sería el punto de partida?
Se debería partir de subsectores y países involucrados, incorporando todos los aspectos de explotación, infraestructura de transporte y trasmisión, por ejemplo, explotación de yacimientos de gas, gasoductos, generación eléctrica y trasmisión, acceso de la industria y las familias.
Respecto al caso de Uruguay, se alcanzó un cambio muy positivo en la matriz energética que permite cubrir la demanda y exportar como se ha hecho en 2021 y 2022 a Argentina y Brasil. Los acuerdos futuros deberán ofrecer garantías y tener en cuenta que Argentina y Brasil buscarán probablemente la autosuficiencia combinada con incremento de exportaciones. Para eso Bolivia puede ser importante, mientras que Paraguay y Uruguay quedarían limitados a la hidroeléctrica.
¿Qué efectos cree que tendrá la construcción del Gasoducto Néstor Kirchner en la geografía económica de la región?
De acuerdo con las metas fijadas por las Naciones Unidas en cuanto al desarrollo sostenible en el 2030 en materia ambiental, el objetivo de la integración energética debe ser la inclusión social. Es oportuno recordar que el propio Iirsa suponía desarrollar la infraestructura para que el desarrollo permeara hacia todos los estratos sociales. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados. Por tal razón, antes de invertir en cualquier infraestructura, la relación entre la generación de empleo y los kilovatios consumidos debe ser evaluada. Todo esto, sin perjuicio de la importancia de identificar los niveles de sustentabilidad a alcanzar, tomando en cuenta las diferencias y las asimetrías existentes entre los países.
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