La Edad Moderna se buscó su camino al amparo de los conceptos fundamentales de progreso y libertad. Pero, ¿qué es progreso? Hoy vemos que el progreso también puede ser destructivo. En tal sentido hemos de reflexionar sobre cuáles son los criterios que debemos encontrar para que el progreso sea realmente progreso.
Benedicto XVI, La luz del mundo.
Durante siglos la muerte de un papa supuso un estado de agitación interna en el mundo cristiano, generando todo tipo de debates, conflictos y negociaciones que forman parte del orden eclesiástico y de toda la comunidad católica. El reciente fallecimiento de Joseph Ratzinger vuelve a poner al Vaticano bajo los focos de los medios internacionales, y es una buena oportunidad de revisar su historia y su rol en la escena internacional.
Historia
El origen de la diplomacia vaticana es muy antiguo. Se remonta a los Vicarios Apostólicos del siglo IV, en el año 380, cuando el cristianismo se convierte en la religión oficial del Imperio por orden de Teodosio I, o a los apocrisiarios acreditados en la Corte Imperial de Bizancio en el año 453 que eran clérigos embajadores enviados por el papa a la corte del Imperio romano de Oriente.
Sin embargo, el punto de partida de los Estados pontificios está en la donación hecha por Pipino el Breve, rey de Francia y padre de Carlomagno, en favor del papa Esteban II, al que habían precedido ya noventa y un papas desde San Pedro. Concediéndole quince de las veintidós ciudades de la Italia central, así como Rávena, Perusa, la provincia de Emilia-Romagna y la Pentápolis italiana que se unen a Roma, durante su pontificado por el tratado de Quierzy firmado en el año 756, que fue el instrumento legal para el nacimiento de los Estados Pontificios (José Antonio Tomás Ortiz de la Torre, El Estado de la Ciudad del Vaticano, Anales de la Real Academia de Doctores de España, Volumen 4, número 1 -2019).
El nuevo orden instaurado tras la paz de Westfalia
Pero desde la paz de Westfalia (s. XVII) que ponía fin a una guerra religiosa que llevaba ya treinta años entre protestantes y católicos, denominada así, la Guerra de los Treinta Años, el orden europeo se transformó política y religiosamente.
Los tratados firmados en Münster y Osnabrück en 1648 no solo reconocieron geografías, sino que otorgaron la libertad a los Estados para que en su territorio pudiesen profesar una u otra religión, sin la intervención de la Iglesia y de sus aliados políticos. Esto supuso un duro golpe para la Santa Sede, ya que su autoridad perdió legitimidad en la política doméstica de los Estados involucrados en aquel acuerdo, y en la esfera internacional se vio obligada a mantener una postura neutral entre las potencias.
Esta situación originó un cambio cultural en Occidente, cuyos efectos permanecen hasta la actualidad, porque la Santa Sede no cumplía solamente una función puramente eclesiástica, sino también política. El medievalista George Duby explica claramente cómo el orden eclesiástico funcionaba como un freno para la clase noble y guerrera, lo mismo que para la clase comerciante. Así, por ejemplo, durante la Edad Media el comercio de esclavos estaba prohibido por la Iglesia, por lo que aún aquel comercio llevado a cabo por cristianos al margen de las leyes eclesiásticas, se centraba únicamente en los territorios que estaban fuera de la jurisdicción de la Santa Sede (J. Heers).
De ese modo podemos afirmar que el nuevo escenario europeo del siglo XVII propició las condiciones óptimas para que los intereses expansionistas de las potencias tengan vía libre para actuar sin mayores límites que la capacidad económica y armamentística de sus Estados, siendo este el germen del imperialismo del siglo XIX que provocaría la pérdida de los Estados Pontificios en la llamada “cuestión romana”.
Ataque a la Santa Sede a finales del s. XIX
La “cuestión romana” tuvo su inicio (en el contexto de la unificación italiana) concretamente el 20 de setiembre de 1870, cuando las tropas papales, compuestas por unos 13.500 efectivos, con Pío IX, se retiraron a Civitavecchia, ante la acometida de las tropas del rey Víctor Manuel II de Saboya (Ibidem).
Este conflicto entre la Santa Sede y el Estado italiano lo padecieron cinco pontífices: Pío IX, León XIII, Pío X, Benedicto XV y Pío XI. Concluiría con el Tratado de Letrán del 12 de febrero de 1929, consolidando con esta firma la soberanía política, financiera y territorial del Vaticano.
El 6 de abril de 1964 la Santa Sede se convirtió en observador permanente de la ONU.
Benedicto XVI y sus postulados éticos para el siglo XXI
“Vemos cómo el poder del hombre ha crecido de forma tremenda. Pero lo que no creció con ese poder es su potencial ético. Este desequilibrio se refleja hoy en los frutos de un progreso que no fue pensado en clave moral. La gran pregunta es, ahora, ¿cómo puede corregirse el concepto de progreso y su realidad, y cómo puede dominarse después positivamente desde dentro? En tal sentido hace falta aquí una reflexión global sobre las bases fundamentales”. (Benedicto XVI ob. cit.).
La figura de Benedicto XVI, cuyo nombre secular es Joseph Ratzinger, forma parte del legado de Juan Pablo II quien, gracias a su formidable intuición, supo darle a la Santa Sede nuevamente un lugar de importancia en el marco de las relaciones internacionales. Su habilidad diplomática fue determinante para que diariamente recibiera autoridades y personalidades de todo el mundo. Benedicto XVI, con marcadas diferencias con su predecesor, continuó esta política poniendo énfasis en las nuevas problemáticas globales del siglo XXI que eran diferentes a las de las décadas finales del siglo XX.
“Si Juan Pablo II fue el Papa de las intuiciones deslumbrantes, Benedicto XVI es el Papa del razonamiento metódico y la acción. El primero fue sobre todo la imagen, este último es principalmente ‘logos’”. (Juan Pablo Somiedo, Geopolítica Vaticana: De Juan Pablo II a Benedicto XVI).
Siempre se reconoció a Benedicto XVI como un docto teólogo y un fino intelectual. Continuando la labor de los autores eclesiásticos, tuvo el empeño de conciliar la fe y la razón. Durante su papado criticó duramente la dictadura del relativismo, considerando que este concepto, tomado de las ciencias físicas y aplicado a las humanidades, había sido devastador para la cultura occidental. Porque desde el momento en que todo es relativo ya no podemos distinguir con claridad entre el bien y el mal, o qué es verdadero y qué falso. Entonces, ¿cómo saber hacer las cosas bien sin tener jerárquicamente un concepto específico de valor?
Por otra parte, realizó una crítica al capitalismo de corte neoliberal, al incontrolado sistema financiero como a la idea de un crecimiento económico sin límites como dogma único de la economía mundial. Además, remarcó, en más de una ocasión, que el principal culpable de la destrucción del medio ambiente, tema tan en boga en estos días, era este sistema económico sin límites éticos ni morales.
Relaciones con China
En el marco de las relaciones internacionales, Benedicto XVI tuvo grandes acercamientos con Cuba y China. Con esta última, desde el año 2007 la Santa Sede comenzó un proceso para reanudar las relaciones, siendo que el 21 de septiembre de 2007 la Asociación Patriótica Católica China nombró como arzobispo de Pekín al padre Joseph Li Shan, uno de los obispos chinos que ha obtenido la aprobación del papa Benedicto XVI, sin haber sido nombrado por él.
La muerte de Joseph Ratzinger debería ser una oportunidad para valorar la política de la Santa Sede en la escena internacional, como también para volver sobre los postulados intelectuales de Benedicto XVI que son fundamentales para repensar algunos aspectos de nuestra sociedad occidental que hoy en día yace inmersa en ese relativismo, llamado posverdad, que ampara tanto a la violencia como a la ignorancia en distintas partes de este planeta.
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