Agulló es doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (París) y actualmente se desempeña como profesor del Instituto Latino-Americano de Economía, Sociedad y Política de la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (Brasil). Sus temas de interés abarcan la sociología política, la geopolítica, las fronteras y las diásporas. En una entrevista que brindó a La Mañana, el experto habló acerca de la Triple Frontera y sus complejidades, y explicó por qué no es del todo aceptable que se asocie a esta región con el crimen organizado. Asimismo, se refirió al rol que juega el Acuífero Guaraní en el área y sus principales riesgos.
Su especialidad es la geopolítica, en concreto, la problemática de las fronteras. ¿Qué particularidades ha encontrado en sus estudios de la Triple Frontera que la distinguen de otras fronteras? ¿Cuál es la complejidad específica que presenta un trifinio?
A las fronteras tiende a vérselas como un todo uniforme porque son una institución que, desde el proceso de descolonización promovido por las Naciones Unidas, se universalizó: únicamente en la Antártida no hay soberanías reconocidas y, por tanto, fronteras. Se piensa entonces, erróneamente, que porque todas ellas comparten elementos simbólicos comunes son iguales (en África, en Asia, en Europa) y eso no es así. De hecho, hay otra tendencia errónea muy extendida, que es identificar las fronteras con lugares concretos. La teoría fronteriza contemporánea tiene muy claro que las fronteras son prácticas sociales específicas que pueden tener lugar en las fronteras y lejos de ellas (también hay prácticas fronterizas, por ejemplo, en grandes aeropuertos muy alejados de las fronteras formales). De hecho, la complejidad de cada frontera tiene que ver con la complejidad de las prácticas sociales que tienen lugar en cada sitio.
¿La Triple Frontera es compleja?
Sí y además tiene sus especificidades. Es una de las tres o cuatro áreas de este tipo más habitadas de América del Sur; alberga la segunda represa más grande del mundo (que alimenta energéticamente a la región con mayor PIB del continente); es el segundo destino turístico de Brasil y Argentina y uno de los más importantes del mundo; es uno de los nodos comerciales más importantes de Sudamérica y además se ubica en una de las zonas con mayor producción de soja del mundo. Lógicamente, todo eso da como resultado una población diversa, heterogénea, rica. Por supuesto que es peculiar y compleja.
En 2017 publicó un trabajo titulado “Una revisión geopolítica de la Triple Frontera del Paraná” (en Soto Acosta, W. (ed.) “Repensar las fronteras, la integración regional y el territorio”). Allí usted destaca que la región se asienta sobre la tercera reserva de agua potable más importante del mundo. ¿Fue ese el principal impulso al desarrollo de la región o existen otros vectores que lo explican? Usted habla de una “combinación permanente de fragmentación e interdependencia que marca su carácter y embrolla su comprensión”. ¿Podría explicar a qué se refiere con esta expresión?
La historia de la colonización de la Triple Frontera todavía está por escribirse, pero el Acuífero Guaraní, definitivamente, no fue su principal impulso: fue más o menos descubierto en la década de 1970 y todavía no tiene un papel real en las estrategias de desarrollo. Los principales impulsos al desarrollo de la región fueron territoriales. En primer lugar, sobre todo para Brasil y para Argentina, se trató de poblar el área. De hecho, hasta la Guerra de la Triple Alianza esto había sido más o menos Paraguay. Se estableció entonces una competencia y Brasil tomó la delantera. Creo que comprendió que ocupar sin desarrollar no tenía sentido, o sea, jamás conseguirían atraer suficiente población y menos todavía hurtarle a Argentina el control geopolítico del hinterland sudamericano.
En ese contexto estaban las Cataratas del Iguazú, que comenzaron a ser explotadas turísticamente, pero Brasil quiso llegar más lejos y copió el modelo americano. Roosevelt, en plena Gran Depresión, se inventó un modelo de desarrollo regional alrededor de la construcción de presas en el Medio Oriente americano: Tennessee, Kentucky y demás. Aquí se copió (o más bien, se inspiraron en) ese modelo. Itaipú, su sistema de gestión y su papel en el desarrollo regional son un producto de eso. Otro hito fue la construcción del puente, sobre el Río Paraná, que une a Brasil con Paraguay. Esa, en realidad, fue la continuación de una estrategia orientada a conectar el puerto de Paranaguá, en la costa atlántica brasileña, con Asunción.
¿Qué consecuencias implicó esto?
Ese movimiento cambió por completo los equilibrios geopolíticos regionales y permitió el poblamiento de las dos riberas del Paraná, la brasileña y la paraguaya. Foz de Iguazú y Ciudad del Este crecieron tanto que llegaron a formar una misma aglomeración que cada vez se acerca más al millón de habitantes. De hecho, por eso hablo de fragmentación e interdependencia, pues la Triple Frontera está sociológica, comercial y culturalmente muy integrada, aunque administrativamente sigue guardando las apariencias fronterizas. Eso, como se vio durante la pandemia, le crea muchos dolores de cabeza a los ciudadanos de a pie.
En su trabajo usted destaca dos hitos históricos en el desarrollo de la región. El primero, la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), que tuvo a la región como uno de sus escenarios principales. El segundo, la Marcha para el oeste (1938-1978), que define como una “ambiciosa estrategia de territorialización” llevada adelante por el gobierno de Getulio Vargas. ¿Podría explicar cómo es que ambos sirvieron de impulso a esta región tan dinámica?
La Guerra de la Triple Alianza parió unas líneas de demarcación, pero el área estaba bastante deshabitada. Estaba, digámoslo así, por hacerse, por inventarse. Horacio Quiroga, escritor uruguayo, dejó testimonio de cómo, a principios del siglo XX, en un área muy grande, se cultivaba yerba y poco más. El gobierno argentino de aquella época incentivaba la colonización: los precios de la tierra eran irrisorios. Brasil, como digo, es el que realmente le imprimió seriedad, con planificación e inversión, al poblamiento. Hay un mito, casi iniciático, con un vuelo que Santos Dumont hizo a la zona y un informe posterior en el que le habría contado al gobierno brasileño que los madereros argentinos se metían a Brasil ilegalmente a talar árboles. Foz fue fundada como colonia militar en 1914 pero la ocupación real del área, la masiva, vino mucho después.
La Marcha para el oeste fue un proyecto de Getulio Vargas, pero fue mantenido por la dictadura y esa continuidad fue la que le garantizó el éxito. Básicamente, se trataba de penetrar el interior brasileño dando viabilidad a esa penetración. Esas estrategias, en realidad, eran inerciales. Así fue que Brasil se fue formando (y creciendo) durante la colonia. En este caso se trató de adaptar la mentalidad bandeirante al desarrollismo. El interés geopolítico de Brasil por esta área está documentado, hay un texto muy interesante de Mário Travassos, un militar, padre del pensamiento geopolítico brasileño, que lo dice muy claramente, ¡en 1938!
Más cerca en el tiempo, usted explica que el modelo de gestión de Itaipú, orientado al desarrollo local, se inspiró en la Tennessee Valley Authority (TVA), ente público estadounidense establecido en 1933 por el gobierno de Franklin D. Roosevelt como una de las respuestas estatales a la crisis provocada por la Gran Depresión. ¿En qué aspectos se asemeja el Itaipú Binacional con la TVA?
Las cosas han evolucionado, pero el principio sigue siendo el mismo: transformar regiones con abundancia de agua en palancas de desarrollo, fundamentalmente, gracias a la producción de energía y a la de alimentos. En los Estados Unidos de los años 1930 el Medio Oriente era una región pobre y la Triple Frontera una zona deshabitada, pero con mucho potencial. ¿Las diferencias? El Medio Oriente era periférico, la Triple Frontera también, aunque su peculiaridad era estar situada en una región limítrofe. Eso multiplicaba sus posibilidades. Por ejemplo, proyectando Itaipú, Brasil arregló un diferendo fronterizo con Paraguay y además lo atrajo a su influencia. Le proporcionó energía barata y de paso garantizó suministro estratégico para regiones propias, como San Pablo o Minas, en pleno proceso de industrialización. Localmente, Itaipú ha contribuido al desarrollo, quizás no de la manera ordenada que cabría esperar, pero ha contribuido mucho. Mis noticias son que la TVA y su modelo de gestión han evolucionado con el tiempo. Itaipú también. Falta ver ahora, con Lula y un nuevo presidente paraguayo, hacia dónde irán las cosas.
Usted habla de que la región ha sido sujeta a estereotipos (la criminalidad, por ejemplo) que actúan como dispositivos ideológicos, que a su vez sirven como instrumentos de gobernanza. ¿Podría profundizar sobre esto?
La Triple Frontera ha sido asociada, sobre todo desde el atentado contra la AMIA de Buenos Aires en 1994, y por medio de no sé cuántos vericuetos (que incluyen la insistente mención a una pacífica pero numerosa comunidad transfronteriza de origen árabe), al crimen organizado e incluso al terrorismo internacional. Y los relatos importan. Esta región, hasta finales del siglo XX, solía ser mundialmente asociada a las Cataratas del Iguazú o a Itaipú, es decir, a diversión, ecología, comercio, progreso.
Nadie niega que en la Triple Frontera puede haber crimen (lo del terrorismo ya es mucho más discutible), pero a veces se olvida que esas cosas también las hay en lugares donde no hay frontera. Asociar esta área a la criminalidad, intentar instalar un relato así, es medio sospechoso. Exagerar los problemas puede justificar intervencionismos, pero también puede ser conveniente para ciertos lobbies nacionales asociados a la seguridad, al control y al proteccionismo; a una concepción, en definitiva, muy tradicional y poco cooperativa de las fronteras. No hay que olvidar que en las fronteras, que son relaciones sociales, suele haber muchos más actores que los formalmente reconocidos.
Usted sugiere que estos estereotipos podrían llegar a “justificar” intervenciones (incluso militares) de actores extrarregionales, algo que preocupa a Brasilia, lo que plasmó en su Plan Estratégico de Fronteras (2011). ¿Cuáles son las herramientas concebidas en este plan? ¿El recurso a proteger es el Acuífero Guaraní?
En estos momentos es exagerado hablar de intervencionismos militares por parte de actores extrarregionales, pero no de discretos intereses civiles extrarregionales. El Acuífero Guaraní llama mucho la atención. El agua dulce es, por muchas razones, el futuro, y en Sudamérica hay mucha. Con todo, la principal preocupación en el Plan Estratégico de Fronteras que aprobó Dilma en 2011, e incluso en su sustituto, que aprobó Temer, daba la impresión de que la preocupación principal era la criminalidad organizada, y la desorganizada; incluso el contrabando parecía preocupar más que el acuífero o que organizar la convivencia de otra forma en las fronteras.
Las diferencias de enfoque no son tan grandes, con Dilma se trataba de implicar un poco más a los actores locales y de buscar consensos y se abría la puerta a formas de gobernabilidad transfronteriza. Temer, generalizando mucho, restauró jerarquías y dio mucha más presencia al ejército, a la policía, a la aduana, a los servicios secretos. Una y otra son visiones limitadas de lo que es y de lo que puede ser una frontera. Una consecuencia concreta es la exagerada cantidad de cámaras que están colocadas hoy en el puente que une a Brasil con Paraguay. Muchas son muy sofisticadas, tienen reconocimiento facial, inteligencia artificial. Casi todas están puestas ahí con una misma lógica y rinden en un solo sentido.
Siguiendo la línea de razonamiento que le comentaba, uno podría concebir que la producción y exportación de hidrógeno verde (que se produce con agua dulce y energías renovables) es una forma de exportar agua al mundo desarrollado. Visto de esta forma, la Agenda 2030 podría ir en contra de los intereses de la región en conservar el Acuífero Guaraní para su propio desarrollo. La Triple Frontera posee en abundancia los dos recursos necesarios para producir hidrógeno verde. ¿Es concebible que potencias extrarregionales fomenten un conflicto en el trifinio para lograr un mejor control de un recurso que consideran fundamental para la transformación energética de su propia industria? ¿Qué puede decir al respecto?
Vayamos por partes. Eso de que la Agenda 2030 puede ir contra la sostenibilidad del acuífero es discutible. Hoy, uno de los mayores riesgos para su conservación es el desarrollo atolondrado de la agricultura intensiva. Esta área, empezando por los parques nacionales, tiene amenazas muy serias. Al final del problema hay una cuestión de supervivencia social. Itaipú Binacional, antes de Bolsonaro, tenía muchos proyectos ambientales muy ambiciosos a punto de ser desarrollados que, al parecer, se frenaron. Quedaron algunas iniciativas conservacionistas. Lo frustrante es que esta región, debido a su ubicación, tiene un potencial enorme para convertirse en un área de experimentación ecológica a nivel no solo brasileño y paraguayo, sino sudamericano.
¿Por qué no pensar en el desarrollo industrial de energías renovables? ¿Por qué no innovar en emprendimientos verdes, en servicios públicos sostenibles? ¿Por qué no explorar posibilidades como la que sugieres del hidrógeno verde? Lo que a esta región le hace verdadero daño es seguir teniendo una idea fragmentaria de la frontera y depredadora de la economía de frontera. Eso ha traído crecimiento, pero ese crecimiento ha ido dejando huellas en el territorio, creando desigualdades sociales, relaciones asimétricas.
¿Qué se debería hacer entonces?
Es muy necesario repensar las cosas y que todos los actores lo hagan. Después de la pandemia se hicieron planes de todo tipo, ¿y en qué quedaron? En nada. Se volvió a lo de siempre: comercio, ladrillo, turismo de Disney World. Me hablás de intervenciones extrarregionales. Quizás haya que pensar en eso, pero también debería pensarse en esos actores de otro modo, es decir, no todo lo de fuera es malo. Si las apuestas aquí fueran atrevidas, creativas, quizás podría atraerse a otro tipo de inversor. Lo que hay que hacer es esforzarse por mirar hacia la Triple Frontera de otro modo, con otro espíritu.
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