Navegar por el balance del BCU es un ejercicio difícil, un arte que parecería reservado para iniciados. Pero siempre se encuentra algún dato interesante que se deja mostrar a los no legos en esa ciencia lúgubre que es la economía. Una simple resta entre los saldos de reservas a fin del 2022 y del 2021 nos arroja que la autoridad monetaria perdió reservas internacionales por US$ 1.800 millones. Sin dudas que debe existir alguna intrincada explicación para el fenómeno basada en algún modelo de fundamentos solo disponible a la inteligentsia de ese gran Gosplan en que se ha convertido el organismo. Pero con los datos disponibles al ciudadano común, no me queda más remedio que interpretar esta pérdida de reservas como un signo más de la aguda sobrevaloración cambiaria con que nos ha galardonado BCU. Y que solo por no ofender la sensibilidad de los custodios del término, no me atrevo a calificar de atraso cambiario. También llama la atención que en una nota al balance monetario se informe que los datos a marzo de 2022 fueron modificados, a raíz de haberse identificado “un error de registración” que afectaba el dato de las reservas internacionales. Nada más ni nada menos. Claramente son cosas que ocurren. Sin embargo, cualquier institución o agente supervisado por el BCU es sancionado al más mínimo error en reportar información. Pregunta: ¿quién se ocupa de sancionar al BCU cuando es éste el que se equivoca? En mi opinión, recién cuando lleguemos a comprender la respuesta a esta pregunta es que la ciudadanía se encontrará preparada para entregar una mayor independencia a una institución que ha presenciado dos grandes crisis bancarias en su relativamente corta vida. Por más que algún exjerarca –y apologista del atraso cambiario– reclame por ella intensamente a través de las redes sociales, no se puede delegar más autoridad sin que las líneas de responsabilidad queden mejor definidas.
Jaime Buchanan
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