Hace 2300 años Aristóteles se preguntaba: «¿Por qué todos los hombres que han sobresalido en filosofía, política, poesía o artes parecen ser de temperamento dominado por la bilis negra, y algunos de tal forma que incluso son víctimas de las enfermedades derivadas de la bilis negra?». Tal vez ese uso del «todos» parezca excesivo, pero desde esa afirmación a la actualidad, numerosos científicos han dedicado su tiempo a estudiar la relación entre la creatividad y la locura. Además, esa impresión aparece sustentada por los propios actores. Así, Kafka afirma que «un escritor que no escribe es un monstruo que está desafiando a la locura». Graham Greene, que «escribir es una forma de terapia […] para escapar de la locura». A su vez, Raymond Chandler –alcohólico y suicida– testimonia que se hubiera hundido [antes] de no haber podido escribir. El español Manuel de Lope entiende que la escritura: «llena un vacío que de otro modo sería ocupado por algún tipo de enajenación».
A fines del siglo pasado, el psiquiatra Arnold Ludwig, sobre el estudio de mil cinco casos de personalidades relevantes del siglo, encontró indicios que parecen confirmar el aserto. Otros especialistas aventuran que la creatividad no solo está relacionada con los trastornos afectivos, sino que también las emociones agradables influyen en esos procesos.
Pongamos el caso de dos hermanos famosos por su creatividad: Camille y Paul Claudel. En el caso de Camille, después del éxito, la depresión y la muerte. En cambio, su hermano menor, poeta, escritor, diplomático, académico, comendador de la Legión de Honor tuvo una larga vida de honores y distinciones.
Camille vivió 79 años. Los últimos treinta recluida en el hospital psiquiátrico de Montdevergues a escasos kilómetros de Avignon donde murió en el olvido.
De barro somos
En 2017 se inauguró en la localidad francesa de Nogent-sur-Seine el Museo Camille Claudel.
El sitio del museo contiene una breve nota biográfica sobre el despertar de la vocación de Camille. Parece ser que hacia 1876 la familia se mudó a esa localidad por razones de trabajo del padre. Se trata de una región de tierra arcillosa muy apta para la cerámica. A sus doce años, Camille recibió, como Corregio, su llamado: «Yo también soy escultora». Bajo la atenta mirada de su padre comenzó a modelar con resultados prometedores.
Por coincidencia o destino, los padres del escultor Alfred Boucher (1850-1934) vivían en la zona y él iba frecuentemente a visitarlos. El padre de Camille le pidió a Boucher opinión sobre los trabajos de Camille y este no solo quedó muy impresionado, sino que comenzó a enseñarle técnicas del arte a la jovencita. En 1881 ya estaban en París Mme. Claudel y sus tres hijos. Mientras Camille estudiaba en una academia, Boucher pasaba todas las semanas para seguir su evolución. Hasta que un día tuvo que ausentarse del país y le pidió a su amigo Auguste Rodin (1840-1917) que se hiciera cargo de la chica. Y aquí el cliché del artista y su alumna y modelo. Era 1882. Rodin tenía 43 y Camille 19. Rodin ya era en esos momentos un creador laureado.
No tardaron el maduro artista y su joven discípula en convertirse en amantes. A todo esto, el gran escultor vivía con Rose Beuret, de profesión costurera, con quien había tenido un hijo al que Rodin no quiso reconocer. Auguste Beuret había nacido en 1866, dos años después que Camille. Tuvo mejor suerte que el hijo abortado de Camille. Algunos biógrafos sostienen que fue obligada por Rodin. Sin embargo, ella tenía un carácter fuerte y en definitiva fue su elección.
La relación del escultor con Rose la mantuvo gracias a la paciencia de esta buena señora que soportó las múltiples infidelidades de Rodin y sus siete años de tormentoso romance con Camille. Si agregamos al hijo no reconocido, la constancia de Rose adquiere los perfiles de una modesta Penélope, aunque no estuviera rodeada de pretendientes ni descosiera lo cosido al final de la jornada. Rodín se casó con ella en 1917, año en que murieron ambos con unos meses de diferencia.
El amor martillado
La relación con Camille se mantuvo hasta 1898. En ese año Camille culminó su versión definitiva de L’Âge mûr (La Edad Madura, también llamada La Fatalidad). La obra resultó tan explícita (ella es la joven suplicante a quien una mujer mayor arrebata el hombre) que se cree que Rodin intervino para evitar, o cuando menos, posponer el pasaje del yeso al bronce. Por cierto, la obra puede tener una interpretación menos lineal porque no deja de ser una reflexión sobre la vida. Pero también es común que esas elucubraciones sobre la brevedad de los efímeros mortales coincidan con la percepción personal del fenómeno.
De hecho, la escultura recién se expuso en bronce en 1903. Lo curioso es que Camille tenía un contrato con el Estado para la realización de la obra y la situación motivó una demanda judicial bastante extensa. Algunos biógrafos creen que esta situación agravó el desequilibrio psíquico que venía sufriendo Camille. Hacia 1906, ella misma le escribe a una amiga que «estaba en tal estado de ira que tomé todos mis modelos de cera y los tiré al fuego, hizo una gran llama y me calenté los pies con su resplandor, eso es lo que hago cuando me sucede algo desagradable, tomo mi martillo y aplasto a un tipo […] Y poco después se llevó a cabo muchas más penas capitales, con un montón de escombros acumulándose en medio de mi estudio, es un verdadero sacrificio humano».
Cuando en 1910 presenta su escultura Persée et La Gorgone, la cabeza cortada es la suya propia. La muerte de su padre y protector en 1913 coincidirá con su internación en una casa de salud de donde en 1914 será trasladada a Montdevergues.
Epitafio
En todo este proceso que termina con su entrada en la institución psiquiátrica intervienen diversos actores. Su madre nunca había estado muy convencida de la conveniencia de que su hija se dedicara a actividades propias de hombres. No solo a ella le parecían atrevidas esas figuras desnudas. Cuando Camille crea La Valse le sugieren que vista la figura y pese a que accede pensando en un posible encargo por parte del Estado, no se realiza la versión en mármol porque el director del Museo de Bellas Artes consideraba que se sugería que ese baile terminaría en un acto sexual (cosa bastante difícil para un par de estatuas, dicho sea de paso).
Tampoco su madre compartía la relación de Camille con Rodin. Lo más probable es que viera a su hija como una rebelde a contramano de las normas sociales, lo cual no dejaba de ser cierto. De ahí, a condenarla a reclusión perpetua hay una distancia. Muchas lecturas actuales sobre la vida, pasión y muerte de Camille Claudel son muy duras con la madre y con el hermano Paul.
Algunas versiones afirman que la enfermedad mental fue una excusa para que la familia se librara de ella. Su frase: «La sociedad me castigó por ser mujer y querer ser libre» parece ser el epitafio que más se ajusta. Tal vez lo sea. Por lo menos, es el preferido de la narrativa en los tiempos que corren.
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