Como no podía ser de otra forma, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, compareció en la última edición del Foro Económico en Davos. Esto no debería resultar sorpresivo desde el momento que la Unión Europea es el organismo que más acata las instrucciones impartidas por Klaus Schwab en “El gran reseteo”. Pero sí llamó la atención su llamado a crear un “club de materias primas críticas”, uniendo socios con “ideas afines”; es decir, todos aquellos que se amolden a las directivas de la UE. La alemana explicó que Europa depende hoy en un 98% de “un solo país, China”, y que con “solo tres países que representan más del 90% de la producción de litio”, la cadena de suministro se ha vuelto “increíblemente tensa”, lo que ha provocado que los precios se dispararan, “amenazado la competitividad”; por supuesto, se refiere a la competitividad de la industria europea, no la de los países subdesarrollados que producen los insumos para la “agenda verde”. El objetivo: “superar el monopolio existente”.
Durante su discurso del Estado de la Unión en setiembre pasado, ya Van der Leyen advertía que el litio y las tierras raras se convertirían en un futuro cercano más importantes que el petróleo y el gas, y que por tanto Europa debía evitar volver a ser “dependiente”, como ocurrió con los hidrocarburos, aprovechando la instancia para anunciar la Ley Europea de Materias Primas Críticas.
Es lógico, ninguna empresa o país desea colocarse en situación de dependencia de ningún suministro. La paradoja es que lo que para el mundo desarrollado es un insumo fundamental, para algunos países desarrollados podría llegar a ser un importante rubro de exportaciones que sirva de palanca de desarrollo. De la estrategia europea se desprende que, sin ningún pudor, el mundo desarrollado va a seguir promoviendo los oligopolios en toda aquella tecnología que domine –desde la internet a las vacunas, pasando por las energías renovables– y apuntará a promover la disgregación ante cualquier intento de unión de productores de materias primas.
Para aquellos que todavía no han logrado comprender –o no quieren que la ciudadanía lo vea–, este gran juego y esta preocupación europea por la dependencia explica el motivo por el cual desde el viejo continente se promueve a toda costa el hidrógeno verde; al mismo tiempo que sus adláteres en la región hacen los mayores esfuerzos por dividir al Mercosur. Quizás lo hagan inadvertidamente, pero en los hechos le están haciendo los mandados a una Europa que por ahora no logra sustituir al gas natural ruso. El mayor de los temores sería que a los países del Mercosur se les ocurriera armar una OPEP de los alimentos, el cobre y el litio, y que, para poder comprarlos, los países desarrollados tuvieran que suscribir onerosos contratos secretos, como el de Pfizer y tantos otros.
Eso sí que sería subvertir el orden del mundo. Pero mientras nuestros sistemas políticos se mantengan adecuadamente divididos, no existirán riesgos para el norte. Ursula y su club de Toby podrán continuar durmiendo tranquilos, con tiempo incluso de incursionar en los asuntos internos de aquellos países que se animen a desafiar sus instrucciones.
Cristóbal R. Stefanini
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