Teniendo presente que ninguno de los principios que rigen a los hombres están dominados por algún tipo de determinismo, todo hace pensar que el próximo 24 de noviembre el desenlace electoral va a ser, puntos más puntos menos, acorde con las encuestas de opinión.
Todo hace pensar que se va a producir una saludable rotación en el manejo de la cosa pública. Y que después de quince años de promesas incumplidas y proyectos que no pasaron de buenas intenciones, la ciudadanía va a apostar por el inicio de una nueva etapa.
Como objeción al eventual triunfo del Dr. Lacalle Pou se maneja el argumento de la dificultad que va a significar ejercer el gobierno con el respaldo de una coalición y no de un partido.
¿Quién puede ignorar que el Frente Amplio surge en 1971 como una coalición de partidos que representaban filosofías políticas diversas, y hasta podría decirse incompatibles unas con otras? ¿Quién no recuerda que fue el PDC quien brindó al Frente Amplio el lema permanente que lo habilitó para competir en las elecciones de 1971, permitiéndole acumular votos de diversos partidos con ideologías antagónicas? Habían los que profesaban la fe cristiana. Y los que se adherían a la teoría de que las religiones son el opio de los pueblos, y a un materialismo dialéctico vigente en media Europa. Muy frescas estaban en aquel entonces las sangrientas represiones de Budapest y Praga. Y ni que hablar que en esa época los creyentes cristianos participaban de la idea de una Iglesia del Silencio (Europa del Este), entre los que se contaban los dirigentes del PDC, Juan Pablo Terra y Daniel Sosa Días.
Si coaliciones tan inverosímiles como esta llegan incólumes -partidos más partidos menos- al 2004 y a partir de ahí durante 15 años logran ponerse de acuerdo para mantenerse en el poder, qué argumento pueril pueden esgrimir los personeros del continuismo de que una coalición, solo por el hecho de no contar con una figura político-electoral como encontró el Frente Amplio en el PDC, va a estar inhibida de organizar un gobierno.
El primer triunfo se logró el 27 de octubre cuando la ciudadanía terminó con la nefasta mayoría parlamentaria que sirvió para anular el parlamento, y en muchos casos para aprobar a tapas cerradas y sin discusión leyes que no favorecen en nada el interés nacional. Mayorías que impidieron el funcionamiento del Parlamento como organismo de contralor de irregularidades cometidas en varias dependencias del Estado, y que tanto daño le han hecho al bien común. Sin ir más lejos, la permisividad que exhibió el Parlamento con la negociación a puertas cerradas llevada adelante entre el Ejecutivo y una empresa multinacional, la cual logró extraer condiciones extraordinarias al Estado uruguayo.
El próximo domingo la ciudadanía tiene la opción de elegir un gobierno con amplio respaldo parlamentario y que tenga la capacidad de corregir el rumbo para lograr que nuestro país recupere su fuerza de voluntad y la confianza de que con esfuerzo y trabajo se superan las peores dificultades.