Una característica común de los últimos estudios sobre la industria minera es que el mundo no está preparado para satisfacer el espectacular aumento de la demanda de minerales. Hay pocos indicios de que las supuestas 300 nuevas minas necesarias –para satisfacer las necesidades de energía limpia– de cobalto, grafito, litio, cobre y vanadio vayan a estar operativas para 2030. De hecho, cada año solo se producen unos 25 descubrimientos mineros, de los cuales solo una pequeña parte atrae interés y financiación suficientes para convertirlos en una nueva mina. El aumento de la oferta de minerales se complica aún más por los largos plazos necesarios para pasar de la identificación de un yacimiento mineral a su explotación, así como por las importantes externalidades negativas que las minas imponen a las comunidades cercanas. En la actualidad, América Latina presenta estos dos rasgos comunes. Aunque la región posee vastos recursos minerales que serán cruciales en cualquier transición energética futura, los altos niveles de confrontación política e incertidumbre plantean la interrogante de si la minería será una fuente de prosperidad o de inestabilidad política y perturbación en la región. En los casos de Chile y Perú, dos de las potencias mundiales del cobre, la producción ha crecido más lentamente de lo previsto, siguiendo una tendencia global general de estancamiento. En Chile, la producción disminuyó en 2022 respecto al año anterior y el gobierno chileno ha denegado los permisos para una mina de hierro y cobre propuesta por valor de US$ 2.500 millones, alegando que el proyecto no cumplía importantes normas medioambientales. Mientras tanto, Perú ha aumentado su producción de cobre, pero los continuos conflictos sociales han provocado el bloqueo de varias minas, poniendo en peligro casi el 2% del suministro mundial del metal.
Ryan C. Berg y Henry Ziemer, Center for Strategic and International Studies (CSIS)
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