Daría para un análisis mucho más profundo y desarrollado; nutrido de ejemplos en estos quince años de gobierno, cuando el FA llegó al poder estatal. Verlo del otro lado del mostrador, extraña su poderosa capacidad de digestión de sapos y culebras. Las elecciones del 2004 representaron un punto de inflexión en la historia reciente, culminando una hegemonía de los partidos fundacionales, con la llegada de la coalición de izquierdas al Poder Ejecutivo.
El acontecimiento -más allá de las múltiples conclusiones que se pueden extraer, según apetencias y respectivos puntos de vista- le dio un barniz de apertura y renovación al segmento gubernamental en nuestro pequeño Estado. Concomitantemente, se dio la duplicidad de condiciones, por un lado, de que llegaran otras tribus al gobierno (y no las mismas ya esclerosadas) con la sensación de optimismo de mucha gente que apostó a un giro radical (prueba de ello es que la fórmula Vazquez-Nin triunfó en primera vuelta con más del 50% de los votos) y asimismo, que quienes ejercían una sistemática y tenaz oposición, tuvieran la responsabilidad de ver la cosa pública desde el otro lado; de su autoridad. Quienes se habían amoldado a una postura netamente opositora, fruto de tantas décadas de confrontar en forma sistemática a todos los gobiernos, tenían que asumir ahora las decisiones gubernamentales, muchas de ellas que implican tener que decir el NO a demandas, que si bien pueden tener su grado de justicia, no parece ser clara su viabilidad, al menos en lo inmediato.
Curiosamente, esa cultura de oposición, un músculo trabajado durante largas décadas por la izquierda local (que va mucho más allá del surgimiento del FA como fuerza política), con partidos antiquísimos como el socialista y el comunista -ambos el cerno del FA-, más temprano que tarde y en grado de proyección geométrica, se aggiornó vertiginosamente a los espumantes del poder. Tal es así que casi no existen dos opiniones al respecto de que si la llamada inclusión financiera (en términos marketineros) o la bancarización obligatoria (en términos más coloquiales) hubiese sido promovida por gobiernos que no fueran del FA, quienes hoy son gobierno hubiesen sido sus acérrimos detractores.
Otra prueba elocuente de tal bipolaridad de la conducta de la izquierda mayoritaria son los megaemprendimientos, tales como la minera a cielo abierto: proyecto Aratirí (gestión Mujica) por un lado, y la tercera pastera de celulosa en el país: UPM2 (2da. gestión Vazquez), por otro. El primero es un proyecto frustrado que tuvo al actual candidato Martínez en la primera línea bregando por su instalación, donde a la fecha solo queda una demanda contra el Estado uruguayo de más de tres mil millones de dólares.
Y el otro es la papelera en vías de instalación, pero con la cláusula promultinacional de poder sacar el pie del estribo y bajarse unilateralmente del negocio proyectado, en cualquier momento.
No cabe duda que si tales proyectos de inversión (actividad privada ultra impulsada y financiada por el sector público), hubiesen sido llevados adelante por una administración “de derecha”, quienes por ahora detentan el gobierno no se hubieran ahorrado eslóganes y rótulos al gobierno impulsor de tales proyectos, como tratarlos de “entreguistas” y “vende-patrias”, y reactivando en modo de metáfora la “maldición de malinche”, versión charrúa. Bien que hubieran reconsiderado sus viejas consignas, alertando de las prebendas concedidas al gran capital, una venita abierta más de la históricamente espoliada Latinoamérica. La avenida 18 de julio hubiese sido un campamento permanente, el frondoso movimiento social, entre fucvams, tortafriteros y hasta juglares posmodernos haciendo piruetas, nos hubieran “abierto los ojos” a la ciudadanía de la entrega del agua, el suelo, la soberanía y la hipoteca ecológica, social y económica que iba a pesar sobre las próximas generaciones. Ahí sí que hubieran hecho un paralelismo con el gobierno argentino de Macri, tomador de deuda externa al extremo de tener vencimientos por un plazo de hasta cien años.
Y, hablando de derechos humanos, terreno que el hemisferio izquierdo tanto ambiciona reclamar para sí, es característico el hecho de cuán importante énfasis ponen en la situación carcelaria cuando son oposición. Ahí sí que le llueven al ministro del Interior de turno los pedidos de informes del art. 118 de la Constitución, los llamados a Sala por el más mínimo incidente, y los pedidos de interpelación. Y, paradójicamente, cuando la cúpula de ese Ministerio está en manos de algún sector de la coalición de izquierdas, no sucede lo mismo; no sea cosa de “complicar a compañeros” dejando en evidencia las degradantes condiciones imperantes en las cárceles nacionales, alertadas ya hace algunos años por el Sr. Nowak, enviado de la ONU. Esto es un status quo carcelario que no logran cambiar mutando el nombre de las cosas, llamándolo centros de recuperación o símiles de humanismo en simple retórica. Contrariamente a lo que podría llegar a inferirse a primer lectura, la situación carcelaria empeora si quienes bien saben poner el énfasis en los derechos de los internos —jaqueando al gobierno de turno cuando la izquierda está en la oposición— no conservan el mismo espíritu analítico y caustico cuando les toca estar a ellos mismos comandar el Ministerio del Interior y gestionar las cárceles.
En suma, se podrían agregar varios ítems al listado para demostrar la doble moral política de la coalición de izquierdas. Pero más aún que el silencio de los propios actores políticos, llama poderosamente la atención el silencio y la complicidad cínica de tantos intelectuales, cuasi intelectuales y/o simples estudiosos, artistas y artesanos, que automontados en un pedestal de soberbia frente al resto de los mortales, callan al respecto. Y, si llegan a esbozar alguna crítica, la misma no sobrepasa la superficialidad corriente. Se reservan la ironía y la acidez para cuestiones estéticas, como por ejemplo si la coalición que encabeza Lacalle Pou tiene o no su propia “foto de familia”. En forma dispar, ponen el grito en el cielo según en qué hemisferio se encuentra situado el referente que diga un exabrupto. Muy rápido olvidaron las infelices declaraciones de María Julia Muñoz (¡ministra de Educación!) cuando al considerar diferencias con el asesor Mir, lo destrató públicamente diciéndole que “no era más que un simple maestro de escuela”. Esto es una muestra cabal de que cuando les conviene, no hacen aflorar ni la horizontalidad, ni la sensibilidad. ¡Chau poesía!
Recientemente la Dra. Muñoz declaró estar muy preocupada por el crecimiento electoral de Cabildo Abierto y su “peligro para la democracia”.
También viene al caso recordar las jactanciosas declaraciones de la senadora Constanza Moreira, de que la izquierda ya había ganado la batalla cultural en el país. Además de que a la senadora (saliente) no se le ha escuchado mucho la voz para referirse a los megaproyectos de multinacionales, ni a los altos intereses de las tarjetas de crédito sobre sus connacionales, ni a los sometimientos bancarizadores, la cientista social parece olvidar que así como el pueblo les dio un crédito de confianza a su fuerza política en el 2004, más temprano que tarde se los puede quitar, confiando en otros un nuevo aire fresco de cambio.