Hace tres años que Uruguay y la región vienen registrando lluvias por debajo de lo normal. Esto no se debe, por supuesto, al mentado “cambio climático” pues en términos históricos es lo más natural del mundo que el clima cambie cada tanto. Nuestra sequía no se debe, por tanto, ni a las plantaciones de eucaliptus ni a la producción ganadera ni a la actividad industrial, sino al conocido y estudiado fenómeno de La Niña y lo que los expertos denominan “oscilación antártica negativa”.
Las sequías siempre afectan más a los suelos de basalto en el norte y cristalino en el centro del país, donde la roca se encuentra a pocos centímetros de la superficie del suelo. Entre el calor del sol, el viento y la retención de calor de la roca, relativamente superficial, la pastura queda –literalmente– atrapada entre dos fuegos. En los suelos más profundos, la situación puede ser algo menos grave, pero de perdurar la sequía, el endurecimiento de las arcillas también es letal para las plantas.
Algo parecido a lo que ocurre en la tierra ocurre en las almas, cuando está ausente la vida espiritual. Esta es para el ser humano lo que el agua para el campo. Para obtener muchos kilos de materia seca por hectárea –principal indicador de productividad de las pasturas– se necesita mucha agua. Análogamente, para el crecimiento espiritual, se necesita mucha gracia de Dios.
Ahora bien… ¿cómo conseguir esa gracia, tan necesaria para que el hombre sea feliz, para que pueda vivir en paz con Dios, consigo mismo y con los demás –a pesar de los mil problemas que trae consigo la vida–?
El primer medio es la oración, que está al alcance de todos los bolsillos. Pero, sobre todo, se puede obtener a través de los siete Sacramentos que instituyó nuestro Señor Jesucristo cuando fundó la Iglesia católica: el Bautismo, la Confirmación, la Confesión, la Eucaristía, el Matrimonio, el Orden Sagrado y la Unción de los Enfermos. En cierto sentido, podemos decir que los Sacramentos son a la gracia, lo que nubes son al agua: la contienen y la derraman sobre las almas de los fieles.
En el campo, que un pasto se seque no hace daño. Que dos, tres o diez pastos se sequen, tampoco. Pero que se sequen miles y miles de hectáreas de pastos, produce pérdidas cuantiosas para los dueños de los campos y para la sociedad en su conjunto: la sequía nos afecta a todos. Algo similar ocurre con la “sequía social”, producto de la apostasía: nos está afectando a todos.
Tiempo hubo en que Occidente era cristiano. Pero poco a poco, las almas de los hombres se fueron “secando”, porque dejaron de acudir a la fuente de la gracia. Sobre todo, a la Confesión y a la Santa Misa. Así, se fueron apartando de la fe de sus ancestros, y se declararon agnósticos o ateos. Al principio, ni se notaba. Pero la seca se extendió y cuando quisimos acordar llegamos al siglo XXI con las reservas espirituales casi agotadas. Esta sequía espiritual, sobre corazones “rocosos”, se refleja en una notable pérdida de sentido en la vida material.
¿Cuáles son los síntomas de esta “sequía”? Egoísmo y corrupción de unos pocos y extrema pobreza de muchos; más autos y mascotas que hijos; personas muriendo solas en ciudades con millones de habitantes; abundancia material, junto a un profundo vacío existencial; desesperación, angustia, drogas, violencia: falta de sentido de la vida; desmesurada preocupación por el cuerpo y la materia –la ecología, el sexo, el dinero, la salud– y olvido de la dimensión trascendente del hombre…
No es raro que, en medio de semejante panorama, el hombre que abandonó al Dios verdadero termine –como decía Chesterton– creyendo en cualquier cosa: desde los diecisiete “Objetivos de Desarrollo Sustentable” de la Agenda 2030, hasta ideologías descabelladas como las que sostienen que el sexo se elige. Desde que “no tendrás nada y serás feliz”, hasta que la felicidad está en una libertad irrestricta. O bien, que el Estado –por absurdos que sean los protocolos que impone–, solo trata de cuidar al pueblo. Incluso, hay quien llega a creer que la salvación está en “el jabón de la descarga”.
¿Cómo encontrar la paz del alma en este contexto? ¿Cómo volver a encontrar la verdad, tan necesaria para ser libres? ¿Cómo hallar ese elemento vital, imprescindible para crecer? Muy simple: volviendo a los Sacramentos. Volviendo a la fuente de la gracia. Sobre todo, porque Dios ansía darnos su gracia. Recibirla solo depende de nosotros.
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