Hay historias en la Historia que parecen entresacadas del sueño de algún escritor adicto a fantasías desmesuradas. “La Dinastía Sung” nos presenta un aspecto habitualmente soslayado de la peripecia de la sociedad china desde el fragor de la Guerra del Opio hasta el terremoto que implicó la Revolución de Sun Yat Sen y la imposición a fuego y sangre del maoísmo.
Un joven chino, Charlie Sung (o Soong, según la grafía optada) emigra adoptado por un tío ya residente en Boston. Recorre diversas áreas de EE.UU. hasta radicarse en Carolina del Sur. Allí se convierte al cristianismo, deviniendo pocos años más tarde en pastor metodista en 1885. Un año más tarde retorna a una convulsa China, claramente financiado por un magnate norteamericano, Julian Carr. En su tierra comienza a predicar a sus connacionales “paganos”. Poco tiempo transcurre hasta que vira su horizonte vocacional. Pasa a ser empresario en el rubro dela tipografía, dedicándose a publicar biblias en chino inicialmente. Pero un matrimonio concertado con la heredera de una cuantiosa fortuna en Shangai redefine su existencia. Desde allí, su meteórica carrera hacia la construcción de un cuantioso patrimonio deviene en una nebulosa. Se sospecha contactos en el lucrativo negocio del opio y profundos lazos con las tríadas del submundo delictivo.
Pero ese discutible personaje con aristas hipotéticas de “self-made man” chino tuvo una vasta descendencia. Más específicamente seis hijos. Y en algo que por momentos deviene en un peculiar “deja vu” del lema de los Habsburgo (“Que otros traten de ganar en el Campo de Marte lo que nosotros ganamos en el lecho de Venus”), Charlie Sung construyó una muy original red de matrimonios con la élite política e intelectual de la sociedad china de los albores del siglo XX.
Charlie Sung fue famoso por haber financiado la revolución de San Yat-sen, la cual finalmente provocó el derrumbe de la Dinastía Quing, más conocida como los manchúes. Como patriarca y líder del clan no tuvo igual. Inspiró a sus hijos de modo que alcanzaron notables logros, dotó a sus hijas de los dones e influencias que les permitieron tejer alianzas matrimoniales con los principales líderes financieros, militares y políticos de la nueva China, y él mismo fue uno de los empresarios más originales de dicha sociedad.
De sus seis hijos, Ching-ling se casó con San Yat Sen y hasta su muerte en 1981 apoyó a los chinos comunistas en contra del bando nacionalista. De hecho, fue una de las vicepresidentas del Partido Comunista. El resto de los Sung apoyó a Chiang Kai Sheck. Casi es innecesario mencionar que el Generalísimo se casó con May-ling, la cual se convirtió en la todopoderosa Madame Chiang. Pero Ai-ling se casó con H.H. Kung, descendiente directo de Confucio y el principal banquero de la China nacionalista. El hijo mayor, T.V. Sung fue el oscuro genio que financió el ascenso al poder de Chiang, varias veces ministro de Economía, canciller y primer ministro del régimen.
Todos ellos, con la sola excepción de Madame San Yat-sen, amasaron enormes fortunas mientras millones morían de hambre o víctimas de la larga lucha contra Japón y contra Mao.
En esta deslumbrante biografía de un clan emblemático, surge la posibilidad de comprender desde una perspectiva radicalmente distinta a las habituales, más de un siglo de la historia china. Y aproximarse, por qué no, a un atisbo de luz sobre la infinitamente más compleja relación República de China y Taiwan, y a un modelo político y económico que rebasa las definiciones de manual occidentales.
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