Una de las cosas interesantes que descubrí en el control remoto del televisor es el acceso directo a YouTube. Teniendo en cuenta que salí de la escuela escribiendo con pluma creo que mi generación ha tenido una bastante aceptable adaptación a los cambios. En aquellos tiempos del tintero inserto en el banco ya había aparecido la birome, pero las maestras todavía la consideraban una herejía caligráfica.
Decía Toffler en El Shock del Futuro que debíamos acostumbrarnos a educar el olvido. Ni bien aprendemos a usar un artefacto ya debemos sustituir ese conocimiento para aprender a manejar uno nuevo. Olvidar lo aprendido y aprender de nuevo. Para mitigar el estrés del cambio hay que recurrir a ciertos trucos. Mi microondas tiene una enorme cantidad de botones inútiles. Solo uso el 1, 2 y 3. Si quiero calentar menor tiempo observo el segundero y apago oportunamente.
Cuando me decidí a usar el botón YouTube del control del TV se me reveló un nuevo mundo. La oferta de películas es variada, pero, además, hay deportes y ópera. Siempre me encantó La traviata y encontré una versión coreana. Esto es, coreanos ataviados con sus trajes tradicionales cantando en italiano una historia sobre una cortesana francesa en el Paris de mediados del siglo XIX. Me preparé para ver una curiosidad.
Pero antes de seguir haré dos precisiones. La traviata no es una comida. El término proviene del verbo traviare, salir de la vía, perder el camino. Al caso, conviene la segunda acepción del Dizionario Treccani: «Allontanare dar retto cammino dell’onestà». La traviata es la perdida, una mujer de mala vida, aunque en esta historia, redimida por el amor y la penitencia.
Por último, pido disculpas a mi distinguido amigo Antonio Peirano Acosta y Lara por irrumpir en su coto de caza. Soy totalmente lego en música -entre otras cosas– por lo que este enfoque carece de esa pretensión. Sin duda el excelente articulista que es Peirano podrá aportar aspectos propiamente musicológicos.
Un poco de historia
El 1 de febrero de 1853, el periódico madrileño El Clamor Público informaba a sus lectores lo que creía una buena noticia: «El célebre Verdi está componiendo una nueva ópera titulada “La Traviata” que deberá ser interpretada por la Salvi Donate li (SIC), Graziani y Varesi. El poeta Piave ha sacado el argumento, del drama de Alejandro Dumas “La dame aux camélias”».
Un domingo de marzo de ese mismo año se estrenaba la ópera en La Fenice de Venecia. El papel de la pobre Violetta consumida por la tisis estaba encarnado –nunca mejor usado el término– por una robusta Fanny Salvini-Donatelli (1815-1891) que se transformaba así en la primera de una larga serie. Parece que el público lo tomó a risa en tanto la cantante lucía demasiado saludable para estar tan enferma como el papel que debía representar. Las cantantes de ópera actuales como Netrebko, Garifúllina, Nadine Sierra … son reconocibles no por la voz tan solo como aquel personaje del tango. Halagan el oído y resultan visualmente muy atractivas en HD (una sigla que hace tiempo ha perdido su significado de Hermano Damasceno).
Esa primera versión no recibió buenas críticas. Verdi ya había advertido que la Salvini no era adecuada para el papel. Según parece, tampoco el tenor Ludovico Graziani como Alfredo y el barítono Felice Varesi (1813-1889) como su padre ayudaron mucho. La representación fue calificada como «un fiasco» y fue silbada por la mayoría de los asistentes. Otro problema que debió enfrentar esta obra maestra verdiana ya lo había experimentado Dumas (h): el cuestionamiento ético. El tema fue considerado inmoral, al punto que dos años después de su estreno no había sido representada en el Teatro Real de Madrid.
Aunque no todos estaban de acuerdo y tiempo después se recogían comentarios periodísticos como éste: «La traviata, que hizo fiasco en su estreno en el teatro Fenice de Venecia […] ahora está entusiasmando a aquel público en el de San Benedetto».
El 19 de enero de 1854, La España informaba: «Para la noche del lunes próximo se dispone en el teatro del Conservatorio de María Cristina una función que no dejará de estar muy lucida; pues aunque el objeto principal es la repetición de las preciosas piezas de Il Trovatore y la Traviata de Verdi, que en el último ejercicio mensual fueron perfectamente ejecutadas; como esto se ha promovido por personas de elevada posición y debe esperarse por tanto que la concurrencia sea muy escogida, puede decirse que será concierto de los más agradables…».
La traviata terminó por imponerse y se ha convertido en una de las óperas más populares. La versión de la Ópera Nacional de Corea con sede en Seúl está realizada en 2018 en el marco de los Juegos Olímpicos de Pienchong celebrados ese año. La intención era promocionar los juegos con una acción pancultural. No obstante, más allá de la motivación política, el resultado fue francamente sorprendente.
El nudo de la cuestión
Si esa fue la idea, valió la pena. Hasta ese momento yo había considerado la interpretación de Netrebko-Villazón en Salzburgo 2005, donde la rusa brilla «en el esplendor del día y de la poesía» como diría D’Annunzio, como una puesta en escena insuperable. Había comprobado la presencia del mismo nudo en la garganta en el acto final cuando Violetta, a puertas de la muerte, le dice a Alfredo: Si una virgen púdica / en la flor de la edad / te entrega su corazón, que sea / tu esposa, pues así lo deseo. / Le entregas este retrato / y le dices que es un regalo /de quien entre los ángeles/ reza por ella y por ti.
Objetivamente puede sonar un tanto cursi y, además, casi sé la obra de memoria. ¿Por qué siempre el mismo nudo? ¿Me pasará igual con estos coreanos totalmente ajenos a mi cultura?
En el cierre de la obra, Violetta muere de pie y aparecen dos figuras, dos esbeltas mujeres vestidas de blanco, que la reciben y la acompañan a salir de la escena, y de este mundo. El nudo en la gola, doble.
En algún lado leí que Marcel Proust había dicho: «La traviata llega al alma». Hace un tiempo le comenté a mi amigo, el artista plástico Osman Astesiano, lo que me pasaba con La traviata. Y es verdad, no puedo evitar emocionarme con el último acto. La he visto muchísimas veces en diferentes versiones y siempre me pasa lo mismo, le dije. Se quedó un instante meditando y me respondió con esa profunda y gentil sabiduría que lo caracteriza: «¿Sabe lo que le pasa, mi amigo? Usted está viejo».
Recuerdo que no le contesté. Permanecí reflexionando sobre esas palabras un buen rato. Sopesando con objetividad los conceptos de mi amigo y contemporáneo, llegué a la siguiente conclusión: me quedo con el juicio de Proust.
Si usted tiene un control remoto con una tecla que dice YouTube y, además, le interesa la ópera lo invito a usarlo. No se arrepentirá.
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