Ruego, hermanos, que se cuiden de los que causan divisiones y dificultades, y van en contra de lo que a ustedes se les ha enseñado. Apártense de ellos. Tales individuos no sirven a Cristo nuestro Señor, sino a sus propios deseos. Con palabras suaves y lisonjeras engañan a los ingenuos.
Romanos 16: 17-19
No es necesario ser un erudito en la historia y prácticas del Imperio británico para comprender su oficio en el arte de dividir a los pueblos en su propio beneficio. Estas enseñanzas fueron codificadas para ser aprovechadas por las futuras generaciones de imperialistas por Cecil Rhodes y sus Caballeros de la Mesa Redonda. Uno de sus alumnos más destacados fue Dean Rusk, exsecretario de Estado de Estados Unidos durante las presidencias de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson. Rusk fue uno de los ideólogos del a Guerra de Corea y principal promotor de la Guerra de Vietnam. Dos décadas más tarde, Bill Clinton, otro “Rhodes Scholar”, se encargaría de cerrar las puertas occidentales a la integración política y económica de esa Rusia democrática que con severas dificultades intentaba emerger del colapso de la Unión Soviética. Las consecuencias de esas acciones se aprecian hoy nítidamente en el conflicto que afecta a Ucrania.
Cuando el discurso de libertad y democracia de los pueblos de la posguerra hizo insostenible el mantenimiento del Raj en la India, el gobierno británico envió a Lord Mountbatten como virrey para encargarse de la “transición”. El Imperio británico no iba a entregar a su posesión más preciada así nomás. Primero se encargó de atizar la cizaña entre musulmanes e hindúes, para asegurarse de que no hubiera salida posible sin la creación de un Estado musulmán independiente, que por pura casualidad controla al estratégico puerto de Gwadar, ubicado en la salida del Golfo Pérsico. Así, el 15 de agosto de 1947 nacían India y Pakistán como dos naciones independientes y al borde de la guerra.
El resultado fue la muerte de más de un millón de personas y quince millones de refugiados. Más allá del genocidio que“Dickie” impulsó entre la India y Pakistan, su vida tuvo un final trágico, cuando él y su embarcación volaron por el aire como resultado de una acción que el Ejército Republicano Irlandés (IRA), en uno de los tantos golpes terroristas que planificó para “llamar la atención del pueblo inglés sobre la continua ocupación de nuestro país” (Irlanda).
No resultó entonces sorprendente cuando después del hundimiento del ARA General Belgrano, ocurrido el 2 de mayo de 1982 –y provocando la muerte de 323 marinos argentinos–, las calles de Belfast aparecieron cubiertas de grafiti apoyando a la Argentina en su intento por recuperar las Islas Malvinas. Tampoco sería la única señal de apoyo que recibiría la Nación hermana. Según relatan algunas fuentes, cuando le fuera solicitada ayuda militar para Argentina, el primer ministro israelí Menachem Begin preguntó si el armamento serviría para matar ingleses. “Kadima” fue su respuesta, expresión que en hebreo significa “vayan adelante”. Como jefe del Irgún, Begin había sufrido en carne propia las maquinaciones de los británicos, que habían colgado de un árbol a su camarada y amigo Dov Gruner en 1947.
La reciente visita a las Islas Malvinas por parte de tres legisladores uruguayos es una provocación innecesaria hacia la Nación argentina. Probablemente su corta experiencia no les haya permitido tomar conciencia de la significación del hecho, no percatándose de que están siendo utilizados como meros actores de reparto en una obra muy bien planeada y ejecutada para dividir a dos naciones hermanas. Lo que no deben perder de vista es que cuando visitan las islas lo hacen en representación del Estado uruguayo.
Soldado Cabral
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