John Kekes, un filósofo de origen húngaro con una fuerte impronta conservadora, es profesor emérito de Filosofía de la Universidad de Albany, Nueva York. Este fascinante ensayo glosa una pregunta que atraviesa culturas y siglos: ¿cuál es la razón del Mal? Busca dar una respuesta más allá de las visiones de trascendencia de origen religioso pero que no cae en la respuesta racionalista tradicional, hija del Iluminismo dela Europa optimista con las virtudes de la ciencia, la razón y el progreso.
El ser humano está definido por su dualidad, compleja y paradójica, por la cual anida tanto la posibilidad de hacer lo correcto y lo pertinente, en definitiva, el bien, pero simultáneamente puede surgir el oscuro deseo de cometer actos malignos. Existen estos dos polos, por más que queramos invisibilizar o negar la sombra. Esto nos lleva a una actitud en la que presuponemos que la maldad reside en los otros, mientras buscamos desesperadamente justificar nuestros actos, intentando homologarlos con actitudes correctas.
Desde Platón hasta Freud, desde Santo Tomás de Aquino, Leibniz, Spinoza, Kant hasta San Agustín han reflexionado sobre este tema, quizás el tema por antonomasia de la Filosofía.
John Kekes señala: “El mal es un problema moral, tal vez el problema moral más básico y más serio, y que constituye una amenaza permanente para el bienestar humano”. El mal solo tiene sentido cuando el daño que implica es ocasionado por seres humanos en contra de sus semejantes. La maldad de una acción consiste en la combinación de tres componentes: la motivación malévola de los hacedores del mal, el daño serio y excesivo causado por las acciones, y la falta de una excusa moralmente aceptable para ellas.
Para avanzar en la comprensión profunda del tema, Kekes ejemplifica con diversos casos de maldad: la cruzada contra los albigenses en 1240 en el sur de Francia, el Terror de Robespierre entre 1793 y 1794, la conducta de Franz Stangl, comandante de un campo nazi de exterminio entre 1933 y 1944, los asesinatos cometidos por el clan de Charles Manson en 1969, la “guerra sucia” instigada por Henry Kissinger en la década de los 70 y, para finalizar, las actividades criminales de un psicópata llamado John Allen en 1975. El concepto subyacente es delinear una perspectiva laica desde la cual se reconoce la existencia del Mal.
“He argumentado que el mal constituye una dificultad fundamental para la cosmovisión religiosa. No se trata exactamente de algo nuevo, ya que esta dificultad ha sido reconocida desde hace mucho tiempo tanto por los defensores como por los críticos del enfoque religioso. Quizás sea menos conocido que la cosmovisión secular también enfrenta una dificultad fundamental a propósito del mal. La dificultad no radica en explicar de qué manera el mal se ajusta a la cosmovisión, como es el caso en el enfoque religioso, sino en explicar de qué manera podrían transformarse las condiciones naturales para reducir la difusión del mal. Si la confianza religiosa en la ayuda sobrenatural es infundada y si la visión del Iluminismo de que la maldad es necesariamente irracional tampoco tiene justificación, si las apelaciones tanto a Dios como a la razón no son convincentes, entonces, ¿qué puede hacerse para superar el obstáculo que presenta el mal para mejorar la vida de los seres humanos?”.
“Las raíces del Mal” constituye una invitación ineludible a realizarnos las preguntas pertinentes de la vida. Un aporte clave para la reflexión en épocas que prestigian tan solo el nihilismo y la ansiedad permanente.
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