Las clásicas señales utilizadas por los economistas a lo largo de los tiempos nos dicen que Europa y Estados Unidos navegan a todo vapor hacia un iceberg recesivo. Estos indicadores a largo plazo apuntan casi todos a una profunda recesión mundial, aunque China pueda alterar el panorama con su salida del “Gran Encierro”. Sin embargo, los indicadores coyunturales señalan lo contrario desde hace varias semanas. Sugieren que la economía atlántica vuelve a acelerarse tras el susto de la recesión del año pasado. Se ha evitado un aterrizaje forzoso y nos dirigimos hacia otra etapa de expansión económica gracias a un crecimiento incontenible del empleo, con sus inevitables consecuencias inflacionarias. Esta opinión, que se está convirtiendo rápidamente en el nuevo consenso, ha provocado una violenta revalorización de los US$ 193 billones del mercado mundial de bonos, alentada por la retórica de la Reserva Federal de EE.UU. y el Banco Central Europeo. Los rendimientos de los bonos del Tesoro estadounidense a 2 años se han disparado 80 puntos básicos desde principios de febrero y se acercan al 5%, que resulta ser el máximo alcanzado a mediados de 2007, justo antes que el sistema financiero internacional comenzara a desmoronarse.
Entonces, ¿a qué señales debemos prestar atención? Puede que los indicadores tradicionales hayan quedado inutilizados por Covid y las convulsiones de la cadena de suministro, pero es una suposición arriesgada. El índice líder compuesto de la OCDE para el G20 lleva 17 meses consecutivos de caídas y aún no ha empezado a estabilizarse. En enero registró un nuevo mínimo recesivo de 98,4 puntos. El índice se anticipa a la economía real entre seis y nueve meses. Esta medición es aún más baja en los países del G7, con el índice alcanzando 98,1, más bajo que en cualquier momento antes o durante la recesión provocada por la explosión de la burbuja en las puntocom a principios de la década de 2000. Italia se encuentra en una situación desesperada –el indicador es más bajo que durante la crisis de deuda de la eurozona hace una década– y el Reino Unido está aún peor.
La Fed y el BCE están llevando a cabo el ajuste monetario más drástico de los tiempos modernos. Esto choca con unos ratios de deuda pública y privada que se han disparado hasta el 292% del PIB en las economías avanzadas (datos del FMI) y el 247% en todo el mundo, lo que supone un aumento de 50 puntos porcentuales desde la burbuja de deuda anterior a Lehman. La tasa de interés de una hipoteca estándar a 30 años en Estados Unidos se ha duplicado hasta el 6,5% en un año. El índice Case-Shiller de precios de la vivienda en EE.UU., que alcanzó su máximo en junio, ha caído desde entonces un 4,4%. Es sólo la segunda vez desde la década de 1930 que los precios caen a nivel nacional. Un estudio reciente de la Reserva Federal de Dallas afirma que la relación precio-ingresos de los compradores de vivienda ha alcanzado niveles nunca vistos en la historia moderna de Estados Unidos, advirtiendo que los precios de la vivienda podrían caer un 20% en Estados Unidos, con caídas paralelas en Alemania, lo que podría provocar un “efecto dominó” en la macroeconomía mundial.
Lo que está claro es que la Fed y el BCE tienen la soga entre los dientes. Se están esforzando –demasiado– por recuperar la credibilidad perdida tras dejar salir al genio inflacionario de la botella. Y están confiando en los mismos indicadores rezagados que les metieron en problemas en primer lugar. No cabe duda de que acabarán con la inflación. Pero cuanto más sigan subiendo las tasas en medio de una contracción monetaria, mayor será el riesgo de quebrar en el proceso a la economía mundial.
Ambrose Evans-Pritchard, Daily Telegraph (Reino Unido)
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