Se ha hablado hasta el hartazgo de ese delincuente de cuarta llamado Astesiano cuya contratación como custodia del Presidente es increíble que haya pasado los filtros de los asesores de Torre Ejecutiva, pero no tanto de otro caso que muestra la corrupción en estado puro, descarnado, vergonzoso, como lo fue la fuga del narco Morabito, requerido desde Italia y cuya fuga de la cárcel en pleno centro de Montevideo nos dejó muy mal parados en su momento.
Hace más o menos una semana y media atrás, el diario El País publicó el interrogatorio del fiscal que estaba encargado de la causa, el Dr. Lackner, al exdirector de la Policía el 15 de diciembre pasado. Pues bien, leyéndolo, y si la reproducción es fiel, da la impresión de que estaban tomando el té con masitas, con expresiones de sorpresa de parte del Sr. Fiscal y con respuestas increíbles e infantiles del Sr. Layera. Parecería que además de estar tomando el té estuvieran jugando a las escondidas. Claro, por supuesto, el gran culpable fue Bonomi, qué lástima que falleció.
El escape del narco en cuestión debió haber contado con la colaboración de por lo menos el 90% de los efectivos que estaban en la Cárcel Central en ese momento, con la ayuda además, de que, oh curiosidad, las cámaras colocadas en la esquina, justo, justo, ese día no se sabe bien por qué, no funcionaban. ¿Casualidad o causalidad? Humildemente me inclino por la segunda opción.
El asunto es que desde hace años que se le da vuelta a la noria y los responsables no aparecen. En su momento el accionar del Sr. fiscal Lackner generó molestia en el oficialismo, pero ahora ya no tiene más la causa que ha pasado a manos de la fiscal Silvia Porteiro. ¿Se conseguirá averiguar algo de uno de los casos de corrupción colectiva más grande de que se tenga recuerdo? Es una incógnita, ha pasado ya mucho tiempo y de una manera u otra los involucrados –o la mayoría de ellos– pueden haber tejido sus coartadas. De todas maneras, el tema es muy revelador de hasta dónde llegaron las cosas en la Policía en la administración anterior.
No deseo terminar esta nota sin una reflexión. Morabito era un delincuente pesado, prófugo desde hacía unos veinte años en Italia y tan pesado como él era Gerardo González Valencia, el narco mexicano con el que, se dice, tomaban café juntos. En Uruguay no estamos muy acostumbrados a estos niveles de delincuencia organizada. De repente se captura a un homicida que dio feroz muerte a un par de personas y les prendió fuego por asuntos de familia, pero eso no es delincuencia organizada. Esa delincuencia mayor suele manejar mucho dinero para muchas cosas, buena ropa, mujeres bonitas, relojes de miles de dólares y… amenazas. ¿Podríamos estar en esa situación? Da para pensarlo más detenidamente al menos.
E. M. Vidal
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