En el núcleo del pensamiento económico de la CEPAL siempre existió preocupación por el fenómeno de la dependencia y sus efectos en el proceso de desarrollo de los países de América Latina. “Hay que distinguir la situación de los países subdesarrollados con respecto a los que carecen de desarrollo, y diferenciar luego los diversos modos de subdesarrollo según las particulares relaciones que esos países mantienen con los centros económica y políticamente hegemónicos”, escribían F. H. Cardoso y Enzo Faletto en “Dependencia y Desarrollo en América Latina”, una década antes de que el Consenso de Washington irrumpiera como el round-up en el seno de los principales centros del saber regional. Inspirados en las ideas de François Perroux y Raúl Prebisch, la región produjo una camada de economistas brillantes –entre los cuales figura en lugar destacado el Cr. Enrique Iglesias– que lograron dar el último gran impulso al desarrollo de los países de la cuenca del Plata.
El efecto de la dependencia en el desarrollo se manifestaba de varias maneras. Uno de ellos era el control que los países centrales ejercían sobre el sistema financiero internacional y que terminó siendo un golpe en el ala al esfuerzo desarrollista de la década de los ´50, el mismo que el nuevo programa educativo se atreve a calificar como “fracaso”; sin tener en cuenta que los países de la región habían exportado gran cantidad de alimentos y otras materias primas durante la Segunda Guerra Mundial, acumulando significativos niveles de reservas internacionales en libras esterlinas. Como el Reino Unido había redirigido toda su industria hacia el esfuerzo bélico, no existían bienes de uso civil como autos, camiones y maquinaria para importar y compensar los saldos positivos de cuenta corriente. En Brasil los “seringueiros” del caucho extraían en difíciles condiciones el material esencial para los neumáticos utilizados para transportar y abastecer las tropas de Bradley y Patton hasta sus varios frentes. En aquella época los Macron de turno no estaban preocupados por el Amazonas…
La triste realidad es que mientras vitoreábamos por 18 de Julio el fin de la guerra en Europa, las reservas acumuladas se empezaban a esfumar. En efecto, culminada la guerra el Banco de Inglaterra quedó sobrecargado con las deudas –las reservas nuestras eran pasivos británicos en su gran mayoría–, por lo que a través de diferentes mecanismos sus autoridades procuraban restringir la libre convertibilidad de la moneda. En buen romance, no se podía disponer libremente de las reservas acumuladas como resultado del envío de bienes durante el conflicto bélico. Para ello las autoridades británicas no dudaron en recurrir a todo tipo de medidas, desde la relativamente inofensiva propaganda hasta amenazas de sanciones comerciales, llegando incluso al congelamiento de activos para aquellos que osaran desafiar las “instrucciones” de Londres.
La situación mundial actual requiere prestar atención a estas lecciones del pasado. Nuestra economía se encuentra altamente dolarizada, lo que la torna muy dependiente del área dólar. Por consiguiente, gran parte de la liquidez del BCU y de las instituciones bancarias se encuentra depositada en esa moneda en bancos de la zona dólar. Por otro lado, la deuda externa se encuentra mayormente emitida en esa moneda –existe mucha deuda en UIs que en realidad debemos pagar en dólares contantes y sonantes–, lo que nos hace dependientes de cualquier interrupción en los flujos de capitales internacionales.
A la inestabilidad provocada por la pandemia y la guerra ahora se agregan los problemas en el sistema bancario estadounidense, una consecuencia sin dudas de estos dos factores. Como resultado, consideramos que no es un momento para que, ley de seguridad social mediante, habilitemos a que las AFAP inviertan más fondos en el extranjero.
Esto nos dejaría aún más dependientes de los designios de bancos como JP Morgan, que algún rol parecieran haber tenido en la caída del Silicon Valley Bank. Basta un dedito para abajo de alguno de estos gigantes para provocar inestabilidad en un país del tamaño de Uruguay. Con los ahorros acumulados por el sector público y privado nacionales este escenario es totalmente evitable, por lo que consideramos no es necesario reforzar el camino de la dependencia.
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