Si se tratara de un matrimonio, el de Uruguay con el FMI sería uno muy estable y duradero, que ya supera con creces las bodas de oro. En efecto, la primera carta de intención con el organismo internacional se firmó en setiembre de 1960, meses después que en diciembre de 1959 se aprobara la Ley de Reforma Cambiaria y Monetaria. Desde entonces la vida económica y política del país ha quedado íntimamente ligada a los designios de la institución creada por el acuerdo de Bretton Woods. Es por ello que todo ciudadano con algo de memoria asocia al FMI con momentos de turbulencia y crisis. De un lado, la institución es ensalzada como una fuente de sapiencia y respaldo al país a ser muy tomados en cuenta; del otro, es demonizada como la fuente de todos los problemas que aquejan al continente sudamericano.
Como con muchas otras cosas, probablemente la verdad se encuentre en alguna posición intermedia. Lo cierto es que, de una manera u otra, el FMI ejerce fuerte influencia sobre la cosa nacional, aún en momentos en que no dependemos directamente de sus préstamos. Es bajo esta luz que corresponde analizar el informe sobre Uruguay que el organismo colgó de su página web hace un par de días, del cual se desprenden algunas consideraciones interesantes. “Ante las mayores presiones inflacionarias, el Banco Central del Uruguay (BCU) respondió apropiadamente con una política monetaria contractiva durante 2022, al tiempo que el peso se apreció”, es uno de los títulos en negrita del informe final de la misión a nuestro país. Claramente el FMI respalda la política monetaria llevada adelante por el BCU, a pesar de las numerosas y crecientes críticas de los expertos locales. Como en 1960, con esto no existe lugar a dudas sobre dónde es que se encuentra el norte de la política económica actual.
Pero más cauteloso que la directora de macroeconomía del MEF, el FMI coloca la suba de tasas de interés como una de las principales causas de la apreciación cambiaria. “El peso se apreció 13% frente al dólar de EE.UU. en términos nominales y 20% en términos reales efectivos, debido a los diferenciales de las tasas de interés, los términos de intercambio favorables y la mayor liquidez en dólares”, reza el informe, no dejando lugar a dudas. Pero por ningún lado se menciona el atraso cambiario o la pérdida de competitividad, dando la impresión que la baja de la inflación o la desdolarización fueran objetivos primordiales por encima del mantenimiento de la actividad y el empleo. Lamentablemente, esto nos recuerda a la misma obra de teatro del período entre 2000 y 2001, con el FMI presionando por ajustes fiscales cuando el tipo de cambio se encontraba ostensiblemente sobrevaluado, confundiendo un problema cambiario con uno fiscal. Desafortunadamente, si observamos con atención, podremos divisar algunos actores importantes de la época dentro del actual puente de mando de la economía.
No le preocupa al FMI el nivel del tipo de cambio, pero sí tiene tiempo para dedicar a la banca pública, que evidencia uno de los mejores balances en muchos años. “A fin de reducir las vulnerabilidades financieras, los bancos estatales deberían estar sujetos a los mismos mecanismos de resolución y reglas de gobernanza que los bancos privados”. ¿A qué se refieren con esto? ¿Será que la banca privada les estará soplando en el oído? No podemos olvidar que el sueño dorado de quienes concibieron la carta de intención de 1960 era reducir el peso en el sistema bancario local del BROU, institución que se ha ganado su espacio compitiendo y ofreciendo condiciones de crédito que no permiten que el mercado local de créditos se convierta en el de antisudoral o pasta de dientes. Para el que tenga dudas al respecto, le recomendamos que peguen un vistazo a los resultados que enfrentan los tomadores de préstamos en aquellos segmentos en los que el BROU no compite con fuerza, como el de créditos en efectivo; tasas de interés y niveles de desinclusión financiera propios de un país africano en medio de una guerra civil…
Lo absolutamente cierto es que es muy importante que la ciudadanía se mantenga alerta. No sea cosa que, con la excusa de la inestabilidad mundial, a esta burocracia globalizada se le ocurra introducir alguna “nueva idea”.
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