A fines de la década del 60 el hoy senador Guillermo Domenech conoció a Hugo Manini Ríos, con quien forjó una amistad que duró hasta sus últimos días. No solamente los unía un vínculo profesional, sino que con los años fueron encontrando que tenían un pensamiento similar en diversos ámbitos, como la historia y la política. Entrevistado por La Mañana, Domenech repasó los hechos más trascendentes en la vida de Hugo y lo definió como alguien con “un coraje y un optimismo que no tenía dobleces”.
¿Cómo conoció a Hugo?
Lo conocí por su actuación pública a fines de la década del 60, que organizó un movimiento juvenil que hacía actos en diversos departamentos del país. Yo tuve conocimiento de una marcha que hizo desde Sauce a Montevideo en homenaje a Artigas, incluso hizo un acto en Montevideo que llenó 18 de Julio desde el obelisco hasta la Intendencia. Yo no integraba ese movimiento, pero escuché por radio su anuncio y me hice presente porque entendía que se estaban defendiendo los valores democráticos, en un momento en el que había un movimiento guerrillero que secuestraba y asesinaba gente. Lo habré visto en dos o tres oportunidades, pero no tenía ningún otro contacto con él.
¿De qué forma surgió su vínculo profesional?
En el año 78 un amigo me dijo que tenía un conocido que necesitaba una actuación notarial y resultó ser Hugo. Ese movimiento juvenil dejó de funcionar porque el gobierno militar cesó toda actividad de carácter político, entonces él se dedicó a la actividad agropecuaria, particularmente, al cultivo de arroz. Por ese motivo necesitaba unas actuaciones notariales y mi amigo me lo presentó. Así comencé a tener actuaciones que eran de carácter puramente profesional para la actividad empresarial que él realizaba.
Con motivo de ese contacto, comenzamos a hablar de otros temas y fui descubriendo que tenía una enorme afinidad con él. Era un gran conocedor de la historia nacional, americana y universal, le gustaba mucho hablar de temas históricos de lo más variados, y a mí siempre me interesó mucho la historia, sin llegar a tener los conocimientos que tenía él. Aparte, sabía mucho de literatura, de filosofía, de ciencia política. Era verdaderamente atrapante conversar con él, porque de cualquier tema que se hablara, él iba a tener conocimiento de un detalle poco conocido o de una anécdota.
Así fui desarrollando una amistad con él, al extremo de que durante muchos años me llamó por teléfono prácticamente a diario. Era un gran conversador, un hombre de una plática atrapante. Y además era un gran analista de la realidad política nacional e internacional, tenía una visión de lo que podía acontecer, que terminaba realmente dándose en los hechos, y era muy atrapante eso de poder corroborar que las cosas sucedían tal como él había previsto que podían suceder.
¿Cómo vivió el resurgimiento de La Mañana?
Unos años antes de las últimas elecciones, él había adquirido la marca de La Mañana. Hugo siempre recordó con dolor la forma en la que se les había privado de este diario, cómo habían tenido que abandonar la empresa que había fundado su abuelo. La trayectoria de su abuelo Pedro Manini siempre era una referencia ineludible en los temas relativos a la política nacional.
Entonces, Hugo tenía como un anhelo volver a sacar La Mañana, y gracias a Dios en estos últimos años pudo verla nuevamente en la calle. Era realmente estupendo poder leer los editoriales que escribía, que escapaban a lo políticamente correcto, que no transitaban trillos ya recorridos, sino que eran opiniones siempre originales. Esa es una de las cosas más interesantes que yo puedo relatar de los últimos años de Hugo, que pudo ver asociado el apellido de su familia con esa publicación emblemática del periodismo uruguayo.
Usted también fue testigo de su crecimiento en la actividad arrocera.
Al abandonar en la década del 70 toda actividad política por imperio de las circunstancias, él se abocó a la agricultura arrocera, donde también se convirtió en una especie de caudillo del arroz que llevó a que la Asociación Cultivadores de Arroz (ACA) adquiriera un enorme prestigio. Era un negociador de primer orden en lo que hacía a la fijación del precio del arroz para los productores, y llegó a pelear los intereses del arroz nacional a nivel internacional con éxito, así que también en ese campo se destacó. Hugo se destacó en todos los campos en los que estuvo. Entonces, empezó como presidente de ACA, que lo fue por varios períodos consecutivos.
Hugo participó en la Concertación para el Crecimiento.
Hugo era un individuo conciliador y siempre trató de evitar que en Uruguay se produjera algo similar a la grieta argentina, entendía que había que tratar de armonizar las distintas fuerzas de la producción. Era un enemigo de los enfrentamientos que destruyen y buscaba sumar fuerzas para construir en beneficio de toda la sociedad. Era la antítesis al pensamiento marxista: no buscaba el enfrentamiento de los contrarios, sino la conciliación de intereses, la concertación. Su filosofía era la conciliación, no la lucha. Y no nos olvidemos de que, si bien él no era un católico práctico, tenía un profundo sentimiento cristiano, un gran interés por la actividad social de la Iglesia, y era un cristiano cabal. Eso lo llevó a formar parte de la concertación. Él tuvo siempre la esperanza de que eso llevara a la conciliación de las fuerzas productivas y políticas del país.
También tuvo un rol muy importante en la Sociedad Rodoniana.
Hugo asumió la presidencia de la Sociedad Rodoniana y logró que esta hiciera el primer congreso internacional de estudiosos de Rodó, con la dificultad que suponía traer al país intelectuales de distintos puntos del mundo, de Alemania, de España, de México, entre otros. Todos veíamos con escepticismo la posibilidad de hacer una cosa como esa, y él demostró que en el mundo Rodó es más conocido que acá. Muchas veces ignoramos que Rodó fue una personalidad intelectual poderosísima que defendió como nadie la cultura hispanoamericana, en un momento en que esta aparecía como en peligro frente a lo que llamaba la nordomanía.
Y Hugo era un entusiasta del hispanismo, orgulloso de ser lo que era, un oriental. Era una persona orgullosa de pertenecer a esta civilización hispanoamericana que integramos, y era partidario de la integración americana y de la Patria Grande, en el sentido de ser defensores de lo que somos, sin complejos, con orgullo, no por creernos superiores a nadie, pero tampoco somos inferiores. Incluso escribió un libro sobre Rodó, “Rodó y la gran Colombia”, que yo recomiendo leerlo porque la gente no comprende cabalmente el mensaje de Rodó, que pasó a ser nada más que una calle de Montevideo o un parque, pero fue mucho más que eso, y defendió nuestra cultura y el orgullo de ser lo que somos. Es muy triste vivir apenado de no ser lo que uno quisiera, o no tener el orgullo de ser parte del pueblo al que uno pertenece.
El embajador argentino Alberto Iribarne definió a Hugo como “un entrañable amigo de la Argentina, absolutamente consustanciado con la cuestión Malvinas”, según consignó Montevideo Portal.
Es cierto. Ningún hispanoamericano puede ser ajeno al drama de Malvinas, que es la muestra evidente del colonialismo del siglo XXI, que constituye una afrenta a la integridad de Hispanoamérica. En realidad, no solo se agrede a la Argentina, se agrede a Hispanoamérica. Lo que le pasa a Argentina con Malvinas le puede pasar a cualquiera de nuestros países, con algún rincón que puede ser apetecido por las grandes potencias, un sitio estratégico. Él era un convencido de que teníamos que tener las mejores relaciones posibles con Argentina y con Brasil. Admiraba mucho la política brasileña y la entendía, cosa que no es frecuente en los uruguayos. Él era un gran partidario de la integración y del entendimiento con los vecinos, lo que no quita que tengamos discrepancias, dificultades, malos entendidos y todas esas cosas que pasan en el relacionamiento entre los seres humanos. También en eso encuadraba su aprecio por el pensamiento de Methol Ferré. Ese sentimiento hispanoamericanista fue una constante en el pensamiento, en la acción y en la vida de Hugo.
¿Cómo fue el planteo para unirse a CA?
Sin haber sido fundador de CA, de alguna forma estuvo detrás de muchos de los que fuimos fundadores, alentándonos, invitándonos a aceptar el liderazgo de su hermano menor, Guido. Me hubiese gustado verlo en el Senado de la República, me hubiera resultado placentero que él fuera senador y no yo, porque se merecía una tribuna de esa importancia para difundir el pensamiento nacionalista y americanista que pregonó siempre. Hugo nos alentó a sus amigos de toda la vida a conformar ese partido, pese a que todavía no teníamos la certeza de que Guido fuera a realizar actividad política. Todos los que confluimos en la fundación del partido lo hicimos porque pensábamos que había una posibilidad de incorporar al entonces comandante en jefe del Ejército, deseando que dejara la actividad militar para sumergirse en la actividad política. Se nos dio.
Yo renuncié a la escribanía del gobierno, estuve en los primeros pasos de CA, que se fundó como Movimiento Social Artiguista, pero por imposición de la Corte Electoral tuvimos que cambiarle el nombre y fui yo el que propuse denominarlo Cabildo Abierto, porque me parecía que era también un homenaje a la vieja institución hispanoamericana a la que había recurrido con frecuencia Artigas. CA nació con ese espíritu hispanoamericanista, nacionalista, patriótico, y muchos de los que integramos ese núcleo fundacional conocíamos a Hugo.
Él era el principal inspirador de ese pensamiento, y cuando lo consultábamos sobre su hermano nos alentaba a que tratáramos de que dirigiera el partido, que iba a tener una proyección política importante. O sea que él fue un inspirador, y después de que el partido se conformó, le puso el hombro de todas las maneras posibles. Siempre fue un asesor de primera línea, tenía una gran vocación por orientar a la gente, por encontrar gente más joven que cuando él falleciera, como sucedió, levantara las mismas banderas, y sus amigos hemos contraído ese compromiso y esperamos poder cumplirlo con honor.
Prefirió tener un perfil más bajo a nivel político.
Sí. Él se daba cuenta de que estaba, aun cuando todavía no se había despertado su enfermedad, en el fin de su trayecto vital, y además sabía que CA se había conformado con el apoyo de muchas personas que no le respondían exactamente a él, o sea, hizo sus aportes, pero también hubo otros, y entendía que eso tenía que ser conducido por su hermano, que tenía todas las condiciones para acaudillar un partido político como CA. Él era el hincha número uno de su hermano.
Usted ha destacado su rol en la familia luego de la pérdida de su padre.
Él siempre quería convocar a reuniones de la familia. Tenía una forma de ser muy particular, porque podía ser muy duro en un reproche o en una discrepancia, pero luego procuraba ser cariñoso, amable, no dejar heridas. Eso lo caracterizaba en la vida familiar y en la vida social, con nosotros, con sus amigos. Le interesaba mucho estar rodeado por aquellas personas a las que apreciaba, y era de esas personas que convocaba a reuniones, ya fueran sociales, políticas, porque le gustaba aglutinar gente. Y además era como un maestro de vida, siempre tenía opiniones muy llamativas, generalmente, reñidas con lo políticamente correcto, y tenía esa característica que es una impronta cristiana, saber perdonar, encontrar una disculpa, un atenuante.
¿Cómo lo veía usted en estos últimos tiempos?
Él padecía una enfermedad que yo creo que hizo eclosión hace dos años, pero nunca lo sentí quejarse, nunca lo vi desesperado, nunca lo vi nervioso, alterado o atemorizado por la enfermedad. Si hay una cosa que caracterizaba a Hugo era un coraje y un optimismo que no tenía dobleces, esa es una de las cosas que yo admiraba de él, que tuvo reveses muy importantes en la vida, pero nunca lo vi quebrado espiritualmente. Seguramente, la procesión le iba por dentro, pero parecía no flaquear nunca. Nunca lo vi angustiado, triste, siempre lo vi como una persona con ánimo y una fuerza moral indestructible. Y así lo vi el último día de vida, en su lecho, pocas horas antes de morir, que me dio un abrazo, me apretó la mano y pensó que quizás iba a sobrellevar esta situación, porque además era un optimista. No he conocido otra figura de su talla intelectual.
¿Cuáles eran los temas que no podían faltar en una charla con él?
No podía faltar la historia ni la política. Una semana antes de que falleciera fui con un amigo a visitarlo a la casa, llegué a las ocho de la noche y nos quedamos hasta las doce de la noche, y en esas cuatro horas prácticamente habló de forma ininterrumpida, nos dio una conferencia sobre la historia de Rusia y el Imperio austrohúngaro, y terminó hablándonos de la política nacional. En varias oportunidades nos parecía impropio estar tanto tiempo sabiendo que él estaba enfermo y quisimos levantarnos, pero nos pidió que nos quedáramos, que quería terminar de decirnos algo, y así estuvimos hasta las doce de la noche.
¿Cómo lo va a recordar?
Lo voy a recordar todos los días, porque fue un maestro de vida. Fue, sin contar a mis padres, la persona que más influyó sobre mi forma de pensar, sin pretender nunca imponerme nada. Y fue un amigo entrañable, su casa era mi casa, su familia era mi familia, al extremo que era muy frecuente que él me invitara a reuniones familiares en las casas de sus hermanos, por ejemplo. Él insistía en que lo acompañara porque me consideraba como de la familia. ¿Qué homenaje más grande puede hacerle una persona a otra que considerarlo un hermano de la vida como me consideró Hugo Manini?
Entre el campo y La Mañana
Domenech describió a Hugo como una persona “infatigable”, dado que se iba los jueves a su campo ubicado a 400 kilómetros de Montevideo y volvía los domingos, y tenía su editorial pensado y en unas pocas horas lo escribía, además de otros artículos.
“Realmente me alegra mucho que haya podido cumplir su sueño de dirigir La Mañana, de escribir, de dejar un testimonio escrito de su pensamiento. Recurriremos a él para inspirarnos ante los hechos que podamos tener que enfrentar”, afirmó. En la misma línea, mencionó que era “impresionante” su capacidad de trabajo: “se subía a un tractor, a una cosechadora, bajaba, manejaba 400 kilómetros y daba conferencias, dirigía reuniones, escribía artículos”.
Además, destacó que permanentemente hacía un análisis de la política nacional e internacional, y que siempre tenía una opinión fundada con la que se podía coincidir o no sobre lo que estaba sucediendo y lo que podía suceder. “Tenía un poder extraordinario para adivinar cuáles podían ser las consecuencias de los actos que se estaban realizando, tenía una capacidad asombrosa de adelantarse a los acontecimientos”, concluyó.
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