La semana pasada falleció Hugo Manini Ríos, hermano mayor del líder de Cabildo Abierto Guido Manini Ríos, hijo de Alberto y nieto de Pedro, ministro de don Pepe y luego líder del “Riverismo”, al producirse la división del partido por el planteo colegialista. Sobrino, a su vez, de Carlos, inspirado cronista histórico y legendario periodista, director de La Mañana, quien nos acompañó como ministro en el difícil período de gobierno posterior a la dictadura.
Esta historia viene a cuento de la particular personalidad de Hugo, envuelto desde su juventud en las luchas cívicas, con fuertes inquietudes intelectuales y la formación histórica y literaria de amplitud propia de su ambiente. También tuvo un derrotero político que supo de variantes, como la de su propio padre, también hombre de cultura, de formación muy francesa, que se separó del Partido Colorado en 1958 para formar la Unión Demócrata Reformista, de la que fue diputado.
A Hugo le conocimos por su actividad como gremialista de los cultivadores de arroz, aunque bien sabíamos quien era, porque había sido fundador de la polémica Juventud Uruguaya de Pie, creada en 1970 para confrontar con la orientación de la FEUU, volcada en aquellos años al radicalismo de izquierda y de simpatía hacia la guerrilla tupamara. En ese tiempo dramático, la JUP nucleó miles de estudiantes, en una reivindicación democrática tradicional, frontalmente opuesta al clima revolucionario que sufría el país. Se le ha teñido de una falsa aureola de violentismo, que carece de fundamento. En todo caso, la JUP se disolvió en 1974, poco después del golpe de Estado.
Volcado a la producción de arroz, también integró la organización gremial que nucleaba a los productores, incluso presidiéndola. Tanto en nuestro tiempo de ministro como en el de la Presidencia, compartimos luchas y proyectos para el desarrollo de ese sector particularmente progresista de la agropecuaria nacional.
De ese modo, nació una polémica amistad. Coincidíamos en la visión histórica de la fundación nacional, asociada al pensamiento artiguista y a la acción política y militar protagónica de Fructuoso Rivera. También en cuanto al principio liberal y humanista original del país, aunque no tanto en cuanto a la tensión entre nacionalismo e internacionalismo. Polemizábamos en cambio sobre algunos aspectos de la acción batllista, especialmente en el tema del laicismo republicano y en todo lo que rodea a la idea de “patria grande”, poco afín a nuestro universalismo garibaldino. Más aún discutimos cuando se aproximó al Frente Amplio, y especialmente al liderazgo de Mujica, pero siempre desde ese ángulo de debate civilizado que genera respeto y fortalece el sentimiento ciudadano.
Cuando su hermano Guido se lanzó a la política, le acompañó con fervor, sin aparecer en los primeros planos. Refundó La Mañana, como Semanario, volcando allí un gran esfuerzo periodístico, acompañado de su familia. En esta etapa tuvimos encuentros muy particulares, en que coincidimos para afianzar el destino de la coalición que hoy gobierna el país con espíritu democrático y visión plural.
En los últimos años volcó también entusiasta actividad en la Sociedad Rodoniana de la que fue miembro fundador. En ese carácter compartimos variadas jornadas en torno al pensamiento de José Enrique Rodó, su liberalismo, su contribución a la identidad latinoamericana y lo que significó –y significa– en el panorama de las ideas.
Como se advierte, una amistad polémica, hecha de coincidencias y discrepancias. Particularmente cortés y culto, nuestras charlas fueron siempre fértiles y muy agradables. Marcan a nuestro juicio, lo mejor de ese espíritu ciudadano, muy uruguayo, que tanto debemos cuidar en tiempos de rampante vulgaridad e ignorantes radicalismos.
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