La historia universal ha tenido grandes hombres, pensadores, guerreros, reyes y reinas que no sólo dejaron su marca en los libros, sino que ejercieron una influencia perdurable en la sociedad. Estas personas, tal como proponían Carlyle o Emerson, fueron capaces de aglutinar las fuerzas dispersas de los pueblos y conducirlas hacia un objetivo en común, un ideal.
“La Edad Media es la época en que apareció y se gestó Europa como realidad y como representación”
Jacques Le Goff
Europa es el extremo occidental del continente eurasiático. En los tiempos remotos de la humanidad este territorio era considerado como una tierra salvaje, poblado por espesos bosques y habitado por pueblos primitivos y aislados que poseían una técnica rudimentaria. Sin embargo, entre los siglos VIII y IV a.C., en la frontera oriental de la actual Europa, floreció la cultura griega que se popularizó, para decirlo de alguna manera, con las conquistas de Alejandro en Asia, siendo la primera vez en la historia que un pueblo del Occidente ejercía una influencia en Oriente. Por otra parte, la producción literaria de los griegos fue tan vasta que siglos después los romanos trasladaron al latín aquel acerbo, continuando una tradición que hoy le llamamos grecolatina o clásica. Naciendo, de ese modo, la primera expresión cultural de Europa.
Pero, aunque el Imperio romano constituyó la primera delimitación jurídica abarcando todo el continente europeo e incluyendo, además, las otras posesiones del imperio como lo fueron las costas del norte de África y del Mediterráneo oriental, etc., no había tal cosa como una conciencia europea o una identificación con algo llamado Europa.
En esa línea, dos grandes historiadores franceses, March Bloch y Lucien Febvre, consideraban que la cristiandad había influido decisivamente en la gestación de una conciencia y una cosmovisión común para los pueblos europeos medievales. Afirmaba el primero de ellos: “Europa surgió cuando el Imperio romano se desmoronó”. Y el segundo respondía: “Digamos mejor que Europa se convierte en posibilidad en cuanto el Imperio se disgrega”.
Sin embargo, durante los primeros siglos de la Edad Media, Europa se fragmentó más que nunca. Las rutas romanas rectilíneas y pavimentadas dejaron de usarse y el miedo se extendía como una red alrededor de los bosques y las sinuosas sendas. Por otra parte, Europa tenía dos grandes amenazas: los normandos (hombres del norte) y los musulmanes que controlaban casi toda la península ibérica y algunos enclaves del Mar Mediterráneo.
De esa manera, encerrada cada nación dentro su propio periplo, la Iglesia era la única institución que trascendía más allá de las jurisdicciones territoriales que imponía cada rey o señor. Sin embargo, hacia el siglo VIII surge en el linaje de los francos un hombre capaz de llevar adelante un proyecto osado y singular, su nombre fue Carlomagno, y pertenece este grupo de seres humanos excepcionales que han sido conductores de grandes cambios.
La herencia cultural de un hombre de armas
El legado de Carlomagno fue esencialmente cultural. Fue un hombre de armas que seguía al pie de la letra el modelo de los francos, en que todos los súbditos dependientes del soberano eran potencialmente guerreros que debían participar en las campañas militares de su señor, de primavera a verano; sin embargo, no perduró tras él un imperio constituido y afirmado, sino más bien una idea.
La fuerza de su ejército lo constituía la caballería acorazada, cuyos jinetes iban armados con una espada larga de doble filo. Sus tropas llegaron a reunir aproximadamente 50.000 hombres, de los cuales unos 2000 o 3000 iban a caballo. Hay que decir que el Imperio carolingio vivió básicamente de la conquista y del botín, como todos los grandes imperios desde Alejandro a Mahoma (J. Le Goff).
En los cuarenta y seis años que duró el reinado de Carlomagno, únicamente en dos años no hubo campaña militar, en 709 y en 807. Los objetivos de conquista de Carlomagno estaban situados al este, al sureste y al sur. Al este, Carlos venció a los bávaros y se anexionó Baviera en el año 788; en el norte de Alemania, tuvo que desarrollar varias y difíciles campañas contra los sajones paganos. En el sur venció al rey de los lombardos que asediaba las posesiones del papa, incluida Roma, lo que le valió ser coronado por el sumo pontífice. Sin embargo, contra los musulmanes no fue tan afortunado y encadenó algunas derrotas, la más renombrada fue la del caballero Roldán, su sobrino, según algunas fuentes.
Un rey instruido
Un testimonio imprescindible para conocer la vida de Carlomagno es el libro escrito por Eginardo, un escritor educado en la escuela de su palacio titulado justamente “Vita Karoli”. Allí nos cuenta cómo el rey era muy dado a recibir invitados ilustres con quienes platicaba de diversas materias.
Es muy interesante el valor que le otorga Carlomagno a la enseñanza, porque, aunque él no fuera un erudito ni mucho menos, tenía bien clara la importancia de recibir una instrucción que abarcase no sólo a los clásicos y a los libros cristianos, sino también a las viejas leyendas e historias de los francos. Expresa Eginardo acerca de Carlomagno:
“Estaba dotado de una gran riqueza y facilidad de palabra y sabía expresar con la mayor claridad todo lo que quería. No se contentó con conocer únicamente su lengua materna, sino que se aplicó asimismo al estudio de las de otros lugares y, entre todas éstas, aprendió tan bien la latina que solía hablar indistintamente en esta lengua o en la suya propia; en cambio, era más capaz de entender el griego que de hablarlo”.
En el estudio de latín fue discípulo de Pedro de Pisa, quien era un afamado poeta y gramático de la época. Pero la figura más relevante que perteneció a su corte fue Alcuino, un sajón de Northumbría, nacido hacia el año 739 y muerto en 804, que se convirtió en uno de sus principales consejeros, y llegó a ser abad de Saint-Martin de Tours. Tenía fama de ser uno de los hombres más sabios de la época. Fue justamente él, el encargado de diseñar y llevar adelante el proyecto de la escuela palatina, del escritorio y de la biblioteca que Carlomagno había ordenado edificar. Siendo esta, en definitiva, la obra fundamental cuando se habla del legado del gran rey, que luego, la historiografía llamó: Renacimiento carolingio.
Eginardo nos refiere que Carlomagno: “Bajo su magisterio (el de Alcuino) dedicó mucho tiempo y esfuerzo al aprendizaje de la retórica, la dialéctica y, sobre todo, la astronomía; aprendía el arte del cálculo y escrutaba con gran atención y perspicacia el curso de los astros. […] También intentaba escribir y solía guardar bajo las almohadas de su cama tablillas y hojas de pergamino para poder ejercitar, cuando tenía tiempo libre, la mano en el trazado de las letras; pero como se aplicó demasiado tarde a esta tarea hizo muy pocos progresos”.
Un legado que aún perdura
Podemos decir que el reinado de Carlomagno estaba cargado de una significación simbólica en la que se pretendía restaurar la autoridad de Occidente, frente a la permanencia del Imperio bizantino que los adelantaba en historia y majestuosidad. En ese sentido, la coronación de Carlomagno, el 25 de diciembre del año 800, como Emperador de los Romanos en la basílica de San Pedro en Roma, realizada por el papa León III, tenía como motivo solapado reivindicar la primacía de Roma y del catolicismo frente al Oriente bizantino y ortodoxo que aun conservaba la autoridad imperial sobre Occidente a modo de título.
Por ello, para Carlomagno la unidad jurídica de Europa también iba acompañada de una unidad en el culto católico y de las reglas monásticas. Porque hay que recordar que desde los siglos V al VIII, Europa era un territorio de mestizajes, en que pueblos bárbaros de distintas procedencias se mezclaron con romanos, galos, griegos, sirios, íberos, etc. El culto católico no era homogéneo y en algunos sitios la misa se daba de una manera y en otros de otra (aún en territorio franco), lo cual exasperaba a Carlomagno. Buscando esa unificación del culto pretendía a su vez la consolidación de una cosmovisión y una formalidad común que fuera independiente de las influencias orientales.
Porque no hay que olvidar que la Edad Media fue un crisol en el que se aglutinaron diversas razas, culturas, costumbres, y de esa fusión nace el europeo, con aciertos y contradicciones, pero con un marcado signo de identidad. Y en ese sentido, el papel de la Iglesia católica fue fundamental, y constituyó el primer cimiento de la unión del continente europeo. De hecho, se podía decir que a la Iglesia se le debe el sueño, en definitiva, de una Europa en paz.
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