Hace muchos años entendí que, durante la Semana Santa, Dios me pedía dedicar toda mi atención a las celebraciones litúrgicas que actualizan la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Por ese motivo, dejé de asistir a las jineteadas. Sin embargo, a pesar de que en mi opinión la Semana Santa no es el momento más oportuno para celebrar la “semana criolla”, guardo un enorme respeto, cariño y admiración por todos los que de un modo u otro dan vida a ese magnífico y entrañable deporte: no es ocioso recordar que en el año 2006, durante un gobierno “progresista”, se aprobó por unanimidad la ley N° 17.958, que declaró las jineteadas “deporte nacional”.
Por eso, me apenó mucho enterarme de la muerte accidental de un caballo apenas iniciadas las “criollas” de este año. El accidente desató la furia de los animalistas contra las más caras tradiciones orientales. Empezando por las jineteadas… y siguiendo por el asado.
Tras el mortal accidente del caballo, hubo quien llegó a afirmar en las redes que a los caballos se les castiga con látigos –confundiéndolos con el tradicional rebenque, que no hiere–, o que se les ponen frenos que les lastiman la boca, cuando el bocado del caballo de jineteada suele ser mucho más suave que el del caballo de trabajo.
También se habló de torturas, cuando cada jineteada dura entre 5 y 12 segundos. Algunos caballos son jineteados una o dos veces por año y los que más corcovean, algunas veces más. Pero el tiempo total de jineteada durante el año no pasa de unos pocos minutos. Más incómodos que la jineteada puede ser el tiempo de espera que los caballos pasan en los corrales o en las cajas de los camiones que los transportan; pero eso está muy lejos de ser una tortura. La mayor parte del año, estos caballos pasan pastoreando tranquilamente en el campo.
Tampoco se tiene en cuenta que los caballos de jineteada son aquellos que no pudieron ser domados para trabajar. Y un caballo que no es útil para el trabajo, por lo general termina en el frigorífico, ya que es inviable mantener caballadas improductivas en campos que se necesitan para alimentar vacunos y ovinos. Para tener una idea, un caballo consume más o menos la misma cantidad de pasto que una vaca o cinco ovejas.
Entrevistada en Desayunos Informales, la Sra. Karina Kokar de Plataforma Animalista ha argumentado que “los caballos no tienen que servir para algo, son animales, están en este mundo al igual que nosotros”. Si bien este es un buen argumento contra el proyecto de ley de eutanasia del Dr. Ope Pasquet, la pregunta es: ¿quién se encargará de alimentar a todos los caballos que hoy van a frigorífico, hasta que mueran de muerte natural? ¿Qué pasaría si los dejaran en el campo –obviamente sin castrar, pues la consigna es evitar que sufran–? En pocos años tendríamos enormes caballadas con las que nadie sabría qué hacer. ¿O sí?
La Sra. Kokar ha dicho también que “en el campo ya no es imprescindible el animal, realmente si uno va al campo, tenemos hermosas máquinas, la mayoría de los que trabajan en el campo usan a las máquinas”. ¿Y el medio ambiente? ¿Y las emisiones de monóxido de carbono? ¿Qué diría Greta Thunberg al respecto?
Lo preocupante del planteo animalista es que no se limitan a los caballos. Detrás, vienen los vacunos, los ovinos, los cerdos, los pollos… Todo animal cuya carne se destine al consumo humano. Al respecto, ha dicho la Sra. Kokar que por el “tema clima, la ONU está diciendo y alertando que tenemos que bajar el consumo de proteína animal. Desde el punto de vista del sufrimiento animal, desde el punto de vista climático, la opción a futuro va a ser dejar de consumir animales, les guste o no les guste”.
¿En serio? ¿Esta es la “libertad” que tendremos en el futuro? ¿Tendremos que aceptar, “nos guste o no nos guste”, la imposición de una dieta carente de proteína animal porque lo indica la ONU?
Quizá los animalistas no sepan que, para el hombre de campo, el caballo no sólo es un medio de transporte o una herramienta de trabajo absolutamente imprescindible: habitualmente es un amigo, y así se lo trata. Quizá, lo que no les gusta es ver caballos corcoveando y luchando por desembarazarse del jinete que procura dominarlo, porque esa imagen es todo un símbolo de lo que representa el caballo en nuestro escudo nacional: la lucha por la soberanía, por la independencia, por la libertad de los verdaderos patriotas contra el dominio de todo poder extranjero.
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