Días atrás, vi en Youtube un magnífico documental titulado “La última misión: Malawi”, que entiendo necesario difundir, aprovechando este tiempo de alegría pascual que nos regala la Iglesia.
En este documental, producido por Dominus Estudios, los protagonistas son el padre Federico Highton –sacerdote misionero en Malawi–, Luis María Piccinali –realizador del documental–, los ayudantes del padre Federico y –gracias a Dios y al esfuerzo de estos heroicos misioneros– decenas de recientes conversos a la fe católica.
El video (https://www.youtube.com/watch?v=SHwP3pGO6cU&t=3031s) dura una hora y cuarenta y cinco minutos. A priori parece largo, pero el tiempo pasa volando y uno se queda con ganas de seguir viendo conversiones…
El P. Federico es cofundador, junto al P. Javier Olivera Ravasi, de la Orden San Elías. En el sitio web de la Orden, debajo del nombre, se resume su carisma fundacional: “Parresía, misión ad gentes y apostolado intelectual”.
En un video de su canal –“Que no te la cuenten”–, el P. Javier explica que parresía, significa hablar con franqueza, sin miedo al qué dirán o a las consecuencias negativas de decir o hacer alguna cosa. El P. Federico agrega que es hablar con coraje, valentía y prudencia sobrenatural. En Malawi, la Orden San Elías procura vivir la parresía mostrando el camino a la salvación eterna a personas que jamás habían oído hablar de Nuestro Señor Jesucristo o de la Iglesia católica: a personas que en pleno siglo XXI no habían visto en su vida a un hombre blanco…
No sorprende que para Piccinali, la filmación del documental haya sido “la experiencia espiritual más impactante desde mi conversión”. Si por momentos el video emociona hasta las lágrimas, no cuesta imaginar lo que habrá sido vivirlo… Pero… ¿qué es lo que tanto impacta?
Ante todo, impacta la fe y el coraje de estos misioneros: ni con un hacha se podría cortar… A un ritmo vertiginoso, el padre Federico y sus colaboradores van de aldea en aldea, con el alma desbordante de celo apostólico, “haciendo camino al andar” por los senderos más remotos.
Siempre urgidos por la necesidad de llevar la Palabra de Dios a la mayor cantidad posible de almas, no tienen tiempo que perder. Apenas llegan a un nuevo caserío, el padre saluda y se pone a predicar el Evangelio con una simpatía y una firmeza inigualables: sin rodeos, sin respetos humanos, sin medias tintas. Los habitantes de Malawi tampoco tienen tiempo que perder: tras una breve prédica del padre, las conversiones se suceden a un ritmo asombroso.
¿Cómo explicar este fenómeno en nuestro país, donde la indiferencia religiosa juega carreras con la apostasía? Alguien podrá pensar que estas gentes se convierten porque son ignorantes y crédulas, o porque caen fácilmente bajo el “embrujo” del sacerdote blanco…
A nuestro juicio, la explicación va más por el lado de la sencillez. Normalmente, la gente que vive en contacto con la naturaleza tiene menos recovecos, menos complicaciones en el alma. Por eso, sus almas pueden estar mejor dispuestas a recibir la gracia que las ilustradas y orgullosas almas occidentales, ahogadas en océanos de información y saberes serviles, que les permiten vivir cómodamente, pero no dar sentido a sus vidas…
Las almas sencillas saben que existe un mundo inmaterial e invisible, pero real. Seguramente, a menudo se preguntan por la razón de su existencia, por el Creador del mundo y las estrellas: si hay algo más allá de las estrellas, o cómo será de bella la morada en la que habita el Creador de las estrellas…
El P. Federico advierte a los católicos preocupados por la apostasía reinante, que si bien no está mal refugiarse en grupos más o menos seguros, a veces pueden exagerar con el refugio, cuando el mundo necesita misioneros generosos que gasten su vida por Cristo en los lugares más remotos del planeta. Él cree que si en todo el mundo se restauran las misiones, una legión de misioneros jóvenes y generosos, que no se conformen con cumplir los mandamientos, arrasaría la tierra y convertiría, en poco tiempo, a todos los pueblos del orbe.
Muchas almas necesitan que nos comprometamos con las misiones. Algunos irán a misionar, otros rezarán, otros donarán dinero, otros escribiremos notas… Y mientras rezamos por las misiones, nos podemos preguntar: ¿cuántas veces le hablé de Cristo –¡con parresía!– a mi vecino, a mi amigo, a mi pariente, que a pesar de ser bautizado, hace muchos años no escucha la palabra de Dios?
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