Con los zapatos al cielo. Vida de Jacinto Vera. Gonzalo Abadie Vivens. LEA EDITORIAL ARQUIDIOCESANA. 2022.385 págs. $550.
Jacinto Vera, el “cura gaucho” y el primer obispo de Montevideo (15 de julio de 1878—6 de mayo de 1881), será beatificado el 6 de mayo de 2023. Su figura encarna lo mejor de la tradición de la Iglesia; de vida austera se prodigó a los pobres, a los presos y a los enfermos. Siempre fiel al sacramento sacerdotal, fue instrumento de paz y reconciliación entre los orientales. Su espíritu misionero lo llevó a predicar por todos los rincones del país. No vaciló en enfrentar a los poderosos de su tiempo, conoció el exilio y las intrigas arteras. Nada de eso amilanó su espíritu de alegría contagiosa.
El testimonio del padre Luis Lasagna en una misiva a don Bosco, del cual fue amigo, lo ilustra cabalmente: “Está con nosotros y desde el primer encuentro, se reveló como hombre de suma humildad, de una amabilidad totalmente paternal, de una franqueza y simplicidad que cautiva los corazones; en el trabajo es un apóstol, un celosísimo apóstol, en el verdadero y más grande sentido de la palabra. Y con esto entiendo decir que su apostolado no lo ejerce en salones cubiertos de tapices bordados de oro, ni desde un escritorio, hundido en un suave sillón con posabrazos, sino en la cabecera de los moribundos, en el tugurio maloliente del mendigo que visita y socorre en persona, en el confesionario dentro del cual se encierra durante largas, larguísimas jornadas enteras, dispensando a sus hambrientas ovejas el pan del consejo y del perdón. Muy a menudo predica en la ciudad y, de tanto en tanto, monta a caballo y vuela a través de estas llanuras inmensas y despobladas, buscando algún grupo de ranchos para allí predicar, bautizar y confirmar”.
Varias obras se han dedicado a tan egregia personalidad, “Con los zapatos al cielo” logra culminar en forma por demás exhaustiva la reconstrucción del tiempo que le tocó vivir y su extenso apostolado. Pero, es clave mencionarlo, logra trasuntar una devoción y amor hacia el Beato en cada capítulo de la obra, recuperando una infinidad de semblanzas que conforman un friso deslumbrante de piedad y fe.
“Era bien sabido que la magra mesada que recibía Jacinto del Estado le duraba, a lo más, un par de semanas, porque así como le llegaba el dinero lo iba dando, repartía todo lo que tenía, y luego debía arreglárselas día a día, pidiendo prestado, recurriendo incluso a los sacristanes de la Matriz. Dámasa Vera, sobrina de Jacinto, contó que el cocinero le había dicho una vez: “¡Qué vamos a hacer, si no tenemos nada! Que todo se lo ha dado a los pobres”; y él le respondió: “A los pobres no les fían y a nosotros sí”
Gonzalo Abadie metódicamente logra recuperar la épica del apostolado de Jacinto Vera, que incluyó su decisiva participación en los años turbulentos de los conflictos directos del poder político con la labor de la Iglesia. Pero también abarca su participación en el Concilio Vaticano I de 1870 y su peregrinación a Tierra Santa. Su compromiso vital no cejó hasta su fallecimiento en Pan de Azúcar; el cortejo que lo trajo hacia Montevideo marcó una consternación popular que no se había conocido hasta ese momento en el país. “El gentío salió a los caminos y luego a las calles a llorar al paisano intachable y humilde que había estado al frente de la Iglesia por más de veinte años, y que era conocido hasta en los lugares más recónditos del país, que recorría todo el tiempo arriba de una carreta”.
Al decir de Juan Zorrilla de San Martín en el funeral: “El santo ha muerto”.
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