El 23 de abril se celebra el día de San Jorge. Para quienes no lo tienen presente, San Jorge es reconocido iconográficamente como el caballero que enfrenta al dragón y su culto se remonta a la antigüedad tardía, tiempo en que los mártires constituían la esencia del culto cristiano.
Jorge de Capadocia era el nombre de un soldado romano, originario de Capadocia (actual Turquía), que fue mártir y más tarde santo cristiano. Se le atribuye haber vivido desde alrededor del año 280 hasta el 23 de abril del año 303. Su popularidad le llevó a ser uno de los santos más venerados de la cristiandad. Además, la figura de San Jorge como arquetipo del caballero ideal impregnó las mentalidades del Occidente europeo medieval.
El nombre “Jorge” tiene un origen griego que significa “agricultor”. Se dice que entró a formar parte del ejército de Diocleciano en Palestina, y cuando en el 303 el emperador publicó el edicto de persecución contra los cristianos, Jorge donó todos sus bienes y ante el mismo Diocleciano confesó su fe en Cristo. Por esta determinación sufrió varias torturas y luego fue asesinado.
Según esta historia fue sepultado en Lidda, que era antes la capital de Palestina y hoy es una ciudad israelí que se encuentra a 17 km de Tel Aviv. Poco después de su muerte se construyó una Basílica donde aún hoy día se pueden ver sus restos mortales (Vatican News, “23 de abril: Memoria de San Jorge, onomástico del Papa Francisco”).
San Jorge, el caballero
La Iglesia católica incorporó tardíamente el culto de San Jorge, principalmente por el peso que tenían muchísimos relatos apócrifos sobre el Santo que le atribuían hechos milagrosos y fantásticos. Y fue tardíamente que apareció la primera versión oficial sobre su vida, la cual enumera de un modo más realista las vicisitudes y martirios que el joven caballero debió pasar a causa de su fe.
Por otra parte, la leyenda que narra la historia de un joven caballero que mató a un maligno dragón nunca fue aceptada por la Iglesia. Sin embargo, eso no impidió que se convirtiera, especialmente a través del folclore y de las historias orales, en el aspecto más reconocible del santo a pesar de ser un relato que no tenía verosimilitud alguna. Esto fue probablemente así, porque el relato cumplía una función simbólica, no solo en el orden religioso en el sentido de la eterna lucha entre el bien y el mal, sino también dentro del calendario rural, ya que la celebración del 23 de abril era la fecha que marcaba el inicio de la primavera en el hemisferio norte, siendo el dragón en este sentido una personificación figurada del invierno. Es por ello que San Jorge también era considerado el campeón de la primavera.
A su vez cabe destacar que, arquetípicamente, la leyenda del caballero que enfrenta a la serpiente o el dragón es recurrente en varias culturas, y puede remontarse a la lucha entre Indra y la serpiente Vritra, como también al relato de Sigfredo o Sigurd –en su versión islandesa– que debe enfrentar al dragón Fafnir, símbolo de la avaricia y del mal. En el antiguo caso hindú, Indra debe vencer a Vritra, la serpiente/dragón que retiene las aguas y causa una terrible sequía. Hay que decir que en todas las representaciones míticas que ilustran este combate entre el caballero y el dragón, lo que está en juego es siempre la batalla definitiva entre el bien y el mal, entre el orden y el caos.
La popularidad y la devoción que despertaban estos hechos fantásticos hicieron que se propagara la historia rápidamente, reflejándose tanto en el arte cristiano como en el imaginario de la sociedad medieval. Y tras la publicación de la “Leyenda Áurea” por Jacques de la Vorágine, la historia pasó a formar parte de la literatura alcanzando más difusión todavía.
Tal es así que algunos de los soldados ingleses que vencieron en la batalla de Azincourt en 1415 frente a los franceses, en inferioridad de fuerzas, juraron haber visto a San Jorge peleando junto a ellos, otorgándoles de ese modo la victoria. Y curiosamente esta misma historia fue repetida en distintos campos de batalla desde las cruzadas hasta las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
San Jorge, el mártir
Los primeros años del cristianismo fueron sumamente arduos. Hombres y mujeres fueron perseguidos, encarcelados, torturados y asesinados a causa de su fe en Jesucristo. La aristocracia romana que aún conservaba el culto de los antiguos dioses paganos se valía de todos los medios posibles para frenar a la nueva religión que no paraba de ganar adeptos entre la masa uniforme del pueblo.
Es en este periodo que surge la figura del mártir; la palabra deriva del griego “martys” que quería decir: “testigo”, de donde se formaba “martyros” que significaba: “testimonio”. Por lo que el mártir era considerado como un testimonio vivo de la fe y de la existencia de Dios. De ese modo, comenzó a crearse una mística en torno aquellas personas que fueron capaces de soportar terribles sufrimientos sin abandonar su fe.
En todo caso, podemos afirmar que los mártires son una novedad del cristianismo y en ese sentido, estos martirios o sacrificios crearon un sistema de reconocimiento y de valoración aceptado públicamente. De hecho, la devoción por los mártires y los santos estaba por encima de las mismísimas autoridades eclesiásticas. Fue por esa razón que uno de los géneros literarios que gozaba de mayor popularidad durante la Edad Media eran las hagiografías, o sea la vida de los santos.
Además, el culto de los mártires y de los santos estaba íntimamente ligado al culto de las reliquias.
“En la Alta Edad Media esta idea engarzó con la vieja concepción cristiana según la cual santos y mártires eran considerados intercesores privilegiados del hombre ante Dios y cuyas reliquias se consideraba que estaban cargadas de una potencia divina capaz de curar enfermedades y realizar milagros. Así pues, la búsqueda de la intercesión de los santos para obtener el poder divino se convirtió en una de las motivaciones más poderosas para visitar santuarios lejanos”. (Álvarez y Gutiérrez “Historia y literatura: maravillas, magia y milagros en el Occidente medieval”).
Así, los guerreros cristianos adoptaron y adaptaron la figura de San Jorge mártir en un santo guerrero. De hecho, se le adjudica a Ricardo corazón de León el haberlo invocado como protector de las cruzadas.
Durante las cruzadas, la gran popularidad del culto a las reliquias formaba parte del pensamiento religioso de los caballeros, y para el siglo XV las devociones a las reliquias de Cristo ya se encontraban en su punto más alto. La veneración de objetos e imágenes relacionadas con el Salvador era el elemento fundamental del sentir religioso de aquel momento. De ese modo, las reliquias eran un vehículo místico de ascensión del hombre hacia Dios.
Desde 1456 en Barcelona y en otras localidades de Cataluña, San Jorge se convirtió en santo patrón. Aunque cabe decir que la devoción que hacia él era anterior, pues se remontaba a los últimos años de Pedro IV, que hizo trasladar los supuestos restos del santo en 1378.
La fiesta se celebraba durante uno o varios días no laborables. Por lo general eran tres días festivos y se desarrollaba una amplia gama de actividades que iban desde la limpieza y el adorno de calles, como encender fuegos de artificio y luminarias, y como también al desarrollo de juegos y entremeses públicos.
San Jorge: la fiesta de las rosas y los libros
En la actualidad la fiesta de San Jorge en Barcelona tiene una particularidad que la hace especial en el mundo entero, ya que logró reunir en una sola festividad el día del libro y del derecho de autor con el día de San Jorge. Por lo que ese día se instaló la tradición en la ciudad condal de que los paseantes le regalen una rosa a su enamorada y la enamorada le regale un libro a su amado. Ya en el siglo XV se organizaba en Barcelona una feria de rosas con motivo de Sant Jordi, y acudían a ella principalmente novios, prometidos y matrimonios jóvenes. De ahí surgió la costumbre de regalar una rosa en esta fiesta. Por otra parte, el origen de la fiesta asociada a los libros surgió en la segunda década del siglo pasado cuando el escritor valenciano Vicent Clavel i Andrés, director de la editorial Cervantes, propuso a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona y al Gremio de Editores y Libreros organizar una fiesta para promover el libro en Cataluña. Desde entonces, cada 23 de abril se instalan innumerables puestos ambulantes de ventas de rosas y libros por todas las calles de la ciudad en honor al santo.
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