El que recorre los campos, cuida el ganado, riega los cultivos, hace aplicaciones, cosecha, ordeña, esquila, levanta un alambrado, extrae miel, son tantos los oficios que incluye el concepto de trabajador rural que es imposible nombrarlos a todos.
Este domingo 30 de abril se celebra el Día del Trabajador Rural, día establecido por la ley N° 19.000, promulgada el 15 de noviembre de 2012.
El texto legal es de solo dos artículos. En el primero se establece la declaración que se celebrará anualmente cada 30 de abril, y será “feriado no laborable” lo que se ha de tener en cuenta para el pago de los trabajadores que se desempeñan en actividades rurales.
El artículo segundo indica que “el Poder Ejecutivo organizará y promocionará, durante ese día, las actividades y medidas necesarias destinadas a difundir la importancia de la labor del trabajador rural en nuestro país”.
Dicha ley complementa o se suma a la N° 18.441 promulgada cuatro años antes y que regula la jornada laboral y el régimen de descansos de los trabajadores rurales.
Ambas normas son fundamentales para el trabajador rural, una porque hace a su tiempo de trabajo diario o semanal igualándolo al resto de los trabajadores de otros segmentos de la actividad laboral sin descuidar las particularidades del trabajo que desempeña, y la otra porque visibiliza un sector del trabajo que muchas veces no es visto en su verdadero valor.
Curiosamente, las adversidades que el mundo ha sufrido o sufre ahora, primero con la pandemia, luego que con la guerra en Ucrania y la sequía que afecta a buena parte del Cono Sur como de Europa, han servido para poner en relieve la importancia del trabajo rural como de los trabajadores rurales.
Hace más de 2000 años, el comediógrafo griego Aristófanes decía que “en las adversidades sale a la luz la virtud”, lo cual ha quedado claro para quienes se desempeñan en el medio rural. Ninguna sociedad, por más urbana que se aprecie de ser, puede prescindir de quienes jornada a jornada hacen posible nuestra seguridad alimentaria. Y de ahí surge, como se repetía cual eslogan en lo peor de la pandemia, que “el campo no para”. Esa simple frase no era voluntarismo, sino la expresión de una realidad: cerraron escuelas y liceos, se postergaron intervenciones médicas, se pararon obras de infraestructura, toda actividad humana fue afectada, pero cada mañana los tambos enviaban los camiones con leche a sus respectivas industrias, el mercado recibía los camiones cargados de frutas y verduras cosechadas el día anterior, o las cabezas de ganado eran trasladadas desde los campos a los frigoríficos. Lo mismo el trigo, el arroz, la soja y así todos los rubros.
Además, merecido es el recuerdo de los esquiladores uruguayos cuyo desempeño fue noticia en España y el mundo.
Ahora, cuando una sequía persistente golpea todos los sectores productivos, los trabajadores rurales asumen una vez más el desafío en un esfuerzo extremo por salvar, en la medida de las posibilidades humanas, el fruto de su trabajo. El resultado se ve en las ferias con productos más pequeños, de menor belleza o calibre como le dicen los expertos, pero igualmente nutritivos y ricos; el resultado se ve en las carnicerías con carne que a pesar de todo sigue siendo de la mejor en el mundo; y también en esos campos en que no crecieron los cultivos de la última zafra, pero desde ya están preparando la tierra para la que se viene y sin quitar los ojos del cielo.
Son hombres y mujeres de todos los perfiles y todas las edades, a quienes deberíamos recordar cada vez ponemos un alimento sobre nuestra mesa.
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