La situación de los deudores ha sido representada innumerables veces en la literatura del siglo XIX, retratando sus angustias, sus desgarros, en definitiva, su deriva a través del mundo social en el que han perdido sus derechos.
“Mis novelas burguesas son más trágicas que vuestras tragedias”
Honoré de Balzac
La vida urbana del siglo XIX creció en torno al vértigo de las finanzas, de la expansión internacional a través del comercio con las colonias, y de la naciente industria que comenzaba a gestar un nuevo modelo de producción. Sin embargo, podríamos decir que la vida social de la modernidad giró en torno al dinero, convirtiéndose de alguna manera en un símbolo de poder ante el cual se humillaban principalmente sus eternos deudores.
Honoré de Balzac, el famoso novelista francés del siglo XIX reconocido por su magnánima obra “La comedia humana” sufrió en carne propia las difíciles circunstancias de vivir como un deudor. Y a los 29 años, tras tres años de actividad comercial, supo lo que era estar hundido debiendo cerca de 100 mil francos.
Esta deuda inicial –tal como lo expresa su biógrafo Stefan Zweig– sería su piedra de Sísifo, a la que “durante toda su vida empujará sin cesar hacia arriba y de continuo verá caer una y otra vez. Este primer error […] le condena a ser un eterno deudor: nunca se hará realidad el sueño de su infancia, el sueño de poder dedicarse a su trabajo creador libre e independientemente”.
Esta situación que lo acompaño durante toda la vida lo llevó a escribir un ensayo satírico titulado, “El arte de pagar sus deudas sin gastar ni un céntimo”. Y sería reconocida su capacidad para lidiar con los acreedores, huyendo de ellos cuando era necesario. De hecho, es famosa una historia suya que narra cómo huía de las ávidas manos de sus acreedores por una pequeña puerta que tenía escondida en su despacho. Esa persecución constante, ese vivir de prestado pagando los intereses de una deuda impagable, fue la peripecia cotidiana que le tocó padecer a Balzac.
De ese modo, acreedores y deudores serán los tipos característicos presentes en toda la literatura del siglo XIX, no solo en Balzac, sino también en Dickens y Dostoievski que también padecieron el mal de la usura. Y la tensión entre ambos términos constituirá el argumento de la nueva peripecia humana, el verdadero campo de batalla de las ambiciones y los anhelos de la sociedad moderna.
Balzar, crónica de un endeudamiento
“Ha trabajado diez años en vano, sin descanso, sin tregua, sin satisfacción. Se ha sometido a todas las indignidades, ha escrito millares de páginas con seudónimo, y como negociante se ha pasado días enteros, de sol a sol, pegado a la mesa de trabajo, cuando no ha ido en busca de clientes o a bregar con los acreedores. Ha vivido en míseras viviendas y ha tenido que recibir de la familia el pan amargo de la dependencia para ser cien veces más pobre y estar cien veces más atado que antes, después de tan titánico esfuerzo” (Ibídem).
Desde el momento que el joven Balzac quiso ser escritor, supo que para desarrollar esta actividad debía realizar algún tipo de negocio paralelo que le fuera redituable. Así, se embarcó en una empresa con otros tres socios para editar las obras completas de Lafontaine. Hay que mencionar que en aquel momento no se estilaba realizar ediciones de obras completas, por lo que aquella empresa era una apuesta. No obstante, muy dado a la fantasía, Balzac consideraba que el negocio sería un éxito.
Cada socio debía desembolsar mil quinientos francos para emprender, pero semanas más tarde aquellos se retiraron cautamente de la empresa, y Balzac decidió unilateralmente afrontar los gastos de edición, que rondaban en los nueve mil francos. Aquel dinero se lo pidió prestado a su enamorada madame Berny, quien estaba hechizada por las palabras del escritor.
Sin embargo, aunque dio lo mejor de sí, la empresa fue todo un fracaso y apenas se vendieron algunos ejemplares de todos los editados. Las causas de este mal resultado fueron varias, sobre todo que había sido engañado por los impresores. Pero en lugar de retirarse y asumir su derrota, Balzac decide redoblar la apuesta, pedir más dinero prestado y así introducirse en el negocio de las imprentas.
“Sin haber aprovechado la lección de las experiencias precedentes, repitió una vez más la práctica anterior: salvar una empresa completamente fallida ampliándola de nuevo. Cuando la editorial no consiguió mantenerse a flote, tomó la imprenta a guisa de salvavidas; cuando la imprenta se fue a pique, procuró sacarla del atolladero añadiendo a la empresa fallida una fundición de tipos. Lo que hay de trágico en esto, como en todo lo que emprende Balzac, es que en el fondo la idea es buena” (Ibidem).
De alguna manera, los personajes de Balzac pertenecen a los tipos característicos de aquella época napoleónica en la que Francia se había lanzado ciegamente a conquistar el mundo. Por ello los héroes de este novelista son ambiciosos y aventureros que desde las provincias de Francia se dirigen hacia París en búsqueda de un lugar en la escena social.
Estas personas que han dejado todo atrás para emprender un utópico sendero, terminarán exprimiendo sus fuerzas siguiendo un ideal o sueño que será socavado en los antros de la ciudad. Donde no solo el alimento, el alojamiento y lo básico está mediado por el dinero, sino las mismas aventuras, las empresas, los amores dependen de su posesión. Porque en el París de Balzac todos deben ganarse un lugar por sus propios medios, y en el laberinto de negocios, de embustes y usureros, estos recién llegados serán fáciles víctimas.
“Grandeza y decadencia de César Birotteau”
César Birotteau es un personaje de una novela de Balzac que representa al prototipo del burgués promedio francés de aquella época. A través del relato de su historia explica cómo un hombre de bien puede ascender hasta los altos peldaños de la sociedad y hundirse rápidamente en la más penosa pobreza.
Balzac admiraba de este personaje su carácter emprendedor, porque consideraba que la gente como él había impulsado el progreso económico de Francia. Pero al mismo tiempo, denunciaba a través de su historia las angustias y humillaciones que debían pasar aquellos que caían en las manos de sus acreedores.
Por ello, en la primera parte de la obra, Balzac muestra el ascenso de César Birotteau, quien es perfumista de profesión y cuyo negocio de perfumería es todo un éxito. Esta situación lo lleva a vincularse con lo más selecto de la sociedad, hasta que es nombrado vicealcalde y comienza a realizar inversiones inmobiliarias con personas de dudosa reputación. Al mismo tiempo, su esposa e hija comienzan a vivir una vida rodeada de lujos y gastan mucho dinero en actividades superfluas como realizar un baile para la alta sociedad.
Sin embargo, en la segunda parte de la novela comienza su caída. Su notario Roguin, quien era el encargado también de cuidar sus depósitos bancarios, huye de la noche a la mañana con todo su dinero. Y César Birotteau debe declararse en quiebra. Para pagarle a sus acreedores consigue un empleo. Tras años de trabajar sin descanso, Birotteau termina de pagar hasta el último franco que adeuda. Pero tristemente, tras saldar aquel monto y quedar libre, tiene un infarto y muere. La moraleja de la historia que deja entrelíneas Balzac es que para los deudores la única salida a sus deudas es pagando hasta la muerte.
Un novelista con experiencia de la realidad
Quizás el aspecto diferencial entre Balzac y otros escritores pertenecientes al realismo francés del siglo XIX fue su experiencia vital. Ya que, como bien expresa Zweig : “Trabajando con los empleados, luchando con los usureros, negociando con desesperada vigilancia con los proveedores, Balzac adquirió muchísimo más conocimiento de las relaciones y de los contrastes sociales que sus grandes colegas —Víctor Hugo, Lamartine o Alfred de Musset—, los cuales cultivan sólo el romanticismo, lo que eleva el alma, lo que engrandece, mientras él sabe ver y presentar también lo que en los seres humanos es cruelmente pequeño, lo que es innoblemente mediano, lo que es ocultamente violento”.
Por ello a la hora de hablar sobre el padecimiento que sufren los deudores, es bueno interiorizarse en la lectura de este genio del siglo XIX que supo vivir lo que hoy viven y padecen casi un millón de uruguayos.
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