El descenso de la población rural, a partir de la segunda mitad del siglo XX, se acentuó de tal forma que nunca antes en la historia humana hubo más población en las ciudades que en el campo. Y en ese sentido, esta transformación económica y social produjo drásticos cambios en los hábitos, las formas de vida y de relacionamiento de la población.
Para la mayoría de los agentes políticos y representantes de las ciencias sociales, sin embargo, el fin del campesinado era algo plausible y que había que acelerar en aquellas regiones (sobre todo en la Unión Soviética de los años 30 y, posteriormente, en el Tercer mundo) donde persistía la agricultura de pequeña escala. Según las teorías económicas tanto capitalistas como socialistas, el progreso hacia la “modernidad” exigía una “racionalización” de la agricultura que pasaba por el aumento de la dimensión de las unidades de cultivo y la reducción de la población rural. En el Banco Mundial, en la fundación Ford, o las empresas internacionales, los economistas expertos en cuestiones de desarrollo estaban acostumbrados a contemplar con ecuanimidad la desintegración de aquella cultura y aquellas economías rurales caracterizadas por la insularidad a manos de tecnologías e inversiones que reorganizaban antiguas economías de subsistencia.
Paul Freedman
La Comisión Europea aprobó a principios de este mes un plan de 1500 millones de euros para que se compren instalaciones ganaderas neerlandesas y “reducir” así las emisiones de nitrógeno, según informó Euronews. En otras palabras, el objetivo de este plan de la Unión Europea es pagar a los agricultores una indemnización para que abandonen sus tierras.
Actualmente, los Países Bajos es el segundo mayor exportador mundial de productos agrícolas por su valor, solo por detrás de Estados Unidos, y el año pasado batió la cifra récord en sus exportaciones agrícolas alcanzando la cifra de 122.000 millones de euros. Casi el 70% de sus exportaciones se dirigen hacia la Unión Europa, principalmente Alemania, siendo sus productos altamente valorados por su calidad.
Por otra parte, quienes hayan conocido los Países Bajos como también a su vecina Westfalia, habrán podido ver el grado de profesionalización, orden y meticulosidad en la producción agropecuaria que se desarrolla principalmente a nivel familiar, que es otro punto importante. De hecho, lo que más sorprende sobre la vida rural en esta zona de Europa es cómo la incorporación de nuevas tecnologías en el medio rural, no sólo mejora la productividad, sino que ayuda a la familia rural a tener un buen nivel de vida para poder persistir en su actividad.
Sin embargo, resulta obvio que lo que pretende la Unión Europea con esta medida es seguir expulsando a las familias rurales y a los productores del campo. Y es importante aclarar que este proceso no es nada nuevo, y que la intención de excluir a los campesinos y a las familias de la producción agropecuaria viene gestándose ya desde el siglo XIX.
Fernand Braudel, en su libro “La identidad de Francia”, lamentaba en sus párrafos finales que la cultura rural francesa que todavía estaba intacta en 1914 y que todavía resistía en 1945, había dejado de existir. Y en la misma línea, Eric Hobsbawm en su “Historia del siglo XX” refería que el hecho más espectacular del siglo XX fue la muerte del campesinado.
La resistencia histórica de las familias rurales
Según la tesis planteada por Paul Freedman en un ensayo publicado por la Universidad de Yale, titulado “La resistencia campesina y la historiografía en la Europa medieval”, tanto el capitalismo como el marxismo vieron un obstáculo en los campesinos. Por ello, la historiografía del siglo XX redujo el papel histórico del campesinado y más todavía el rol que cumplía la familia rural en las sociedades del pasado.
De hecho, se ha tendido a ver históricamente a la producción agrícola dividida únicamente entre señores y siervos, cuando resulta imprescindible saber que, durante la República romana, y en menor medida durante el Imperio y la Alta Edad Media, existía una multitud de campesinos libres que eran algo así como dueños de su tierra y sobre la cual tenían plenos derechos.
“Tradicionalmente se ha visto en el siglo II a. C. la época de la crisis de la pequeña propiedad campesina romana y de la aparición de la gran propiedad esclavista. El motor de ambos procesos habría sido la expansión militar. Las causas que se aducen para explicar esta crisis social-rural romana suelen ser las siguientes: i) el servicio militar prolongado impedía al paterfamilias no sólo trabajar en su producción, sino también controlar la evolución de la misma; ii) los soldados desarrollaban, durante su servicio militar, apetitos consumistas que no podían satisfacer luego, llevando una vida campesina.; iii) por último, la imposibilidad de rivalizar con la gran propiedad en la producción de vid y olivo para el mercado y la afluencia de cereales a bajo precio desde las provincias condenaron a la pequeña propiedad a la autosuficiencia” (Pablo Sarachu, El campesinado bajo imperial).
De ese modo, fue justamente el pasaje de la República al Imperio, el tránsito de una época de relativa paz a un período de guerra lo que contribuyó en cierta medida a que las pequeñas unidades productivas tradicionales entraran en crisis y fueran menguando.
Sin embargo, estos pequeños establecimientos supieron permanecer a pesar de las dificultades mencionadas, y el caso de los Países Bajos resulta bastante paradigmático. Pues los frisios (ancestros de los actuales holandeses), como bien refiere Tácito, tenían en tiempos del Imperio romano un efectivo sistema productivo basado en la ganadería y la agricultura. Y cuando los vikingos llegaron a las costas actuales de los Países Bajos en el siglo IX, los frisios ya habían configurado un excelso sistema de canales y presas, que no sólo tenía como fin ganarle tierras al mar, sino también un uso defensivo, tal como lo podemos leer en la saga escrita en el siglo XIII por Snorri Sturluson titulada, “La saga de Egil Skallagrímson”.
Por lo que la cultura agropecuaria familiar neerlandesa supo resistir primero a los romanos y después, durante la Edad Media, a los vikingos y los francos.
Función histórica de la familia rural
En definitiva, el papel de la familia rural no puede ser soslayado. En torno a las explotaciones agropecuarias también fueron necesarias otras estructuras como podían ser molinos, herrerías, hornos, etc. O sea, la producción a pequeña escala posibilitó a su vez un desarrollo tecnológico acorde a la demanda naciente de la cultura agraria.
Por otra parte, a través de esta actividad, nació una ética de trabajo y un profundo sentimiento de comunidad. Entre las familias rurales fueron necesarias fuertes solidaridades relacionadas a un uso colectivo de los espacios ganaderos y forestales. Lo mismo sucedía con el regadío, donde también era necesaria la colaboración entre los distintos habitantes para el uso y el mantenimiento de los sistemas hidráulicos.
A la vez, los agricultores cumplían una función de defensa colectiva para hacerle frente a los robos y, hasta en casos anteriores, en la época imperial romana, por ejemplo, se asignaban lotes de tierra conquistada a colonos e individuos, con la condición de que cada campesino que recibiera un lote defendiera su parte.
Conclusión
En síntesis, este proceso de la expulsión de los agricultores de la tierra escapa a lo puramente económico-ambiental, pues en definitiva el problema de la modernidad radica probablemente en sus desequilibrios. Y el aporte de los agricultores a la cultura debe ser considerado hoy más que nunca, sobre todo teniendo en cuenta que el problema de los alimentos y del agua es el tema de nuestro presente e inmediato porvenir.
Pero tal como sucedió en etapas anteriores de la historia, el pretendido afán radical de progreso y modernización suele esconder violentos excesos, como fue el caso soviético de Holodomor, que quiere decir: “muerte infligida por el hambre”, que fue una hambruna diseñada por Joseph Stalin contra los agricultores y aldeanos rurales de Ucrania en la década del 30.
Por eso no estaría mal cuestionarse si este plan rural no es acaso otro “diseño revolucionario” y estaríamos frente a un “Holodomor” contemporáneo.
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