El silbido del arquero. Irene Vallejo. RANDOM HOUSE. 2022. 253 págs.
De las tierras hipotéticamente áridas de la filología surge una ensayista y novelista que sintetiza lo mejor de Jorge Luis Borges y Umberto Eco pero con una nota distintiva: pasión. Lo que podía ser un conocimiento enciclopédico culterano deviene en amenidad y alegría por el saber. Y esa alegría se trasunta en su obra ya clásica “El infinito en un junco”, emblemática por sintetizar lo que significan los libros a lo largo de siglos: un instrumento perfecto que atraviesa los siglos atesorando la memoria de todos, la posibilidad de construir vidas más plenas, la certeza de poder viajar a todos los mundos.
Con ese mismo espíritu pasa del ensayo a la narrativa. “El silbido del arquero” es una mágica novela polifónica en la cual se recrea una historia ya contada: la épica peripecia de Eneas, el príncipe troyano que atraviesa mares buscando la tierra profetizada.
Rememoremos que el Emperador Augusto había contratado a Virgilio para componer una obra que ensalzara los orígenes del pueblo romano. Sea dicho de paso Roma adolecía de un sempiterno complejo de inferioridad muy mal asumido frente a la cultura helénica. La solución de pensamiento lateral implementada por Virgilio pasó por recuperar el ciclo homérico en clave antagónica. Un héroe troyano logra guiar a unos escasos sobrevivientes de la hecatombe a un destino en primera instancia incierto pero que a la postre devendrá en magna venganza. Los descendientes de Eneas fundarán una ciudad que será el faro civilizatorio y que derrotará definitivamente a Grecia. Que esta obra consumió años de la vida de Virgilio y que ya en su lecho de muerte imploró por su destrucción, son algunos de los datos que complementan el hecho que la Eneida es una creación que continúa deslumbrando a través de los siglos.
E Irene Vallejo, con un espíritu muy borgiano, logra cambiar toda la historia modificando la perspectiva. Ahora hay texto polifónico en el cual las voces otrora silenciadas o invisibilizadas pasan a recuperar su centralidad. Y que, por otra parte, en un guiño cercano a estrategias postmodernas, serán el contrapunto necesario de un Virgilio dubitativo sobre cómo resolver el pedido imperial.
Es así que las mujeres de la historia podrán contar la suya, muy distinta, sea dicho de paso, de la versión clásica. Luego del largo asedio a Troya, los derrotados reciben una visión de un futuro de grandeza. Pero antes deberán soportar diversas pruebas. Una de ellas implicará el naufragio en tierras desconocidas. Es el norte de África, donde los herederos de los fenicios están comenzando a construir una nueva ciudad, sobrevivientes también de otras persecuciones y otras derrotas. Serán, luego de momentos de incertidumbre, bien recibidos por los cartagineses. La narración avanza vertiginosa hacia un final trágico. La Reina de Cartago pasará a ser la heroína con la cual es imposible no sentir una empatía que atraviesa los milenios.
Pero asimismo, Vallejo explora una hipótesis fascinante: los nombres que definen la creación literaria están peculiarmente relacionados con lo tradicionalmente asignado a lo femenino. El texto se puede asociar a la trama, a lo textil. Hablamos de la urdimbre de una historia, del nudo de una narración, nos referimos a nuestra lengua nativa como la lengua materna, esto es, el idioma, la creación literaria están consustancialmente ligados al arquetipo femenino.
Vallejo también recrea el arquetipo del héroe. De la clásica definición del héroe como un ser que triunfa prueba tras prueba, Vallejo apuesta por una transgresión clave. Eneas, el derrotado, el que técnicamente abandona el campo de batalla, es el que apuesta por una vida futura. El heroísmo real es hacer lo nunca hecho, es preservar la estirpe que recupera la grandeza de Príamo y construye una civilización que definirá el derrotero de Occidente.
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