¿Dónde nació y qué recuerdos tiene de su infancia?
Nací en Alemania, en la ciudad de Essen, la más grande ciudad de la región del Ruhr, también conocida como cuenca minera del Ruhr. Mis padres habían llegado allí después del final de la Segunda Guerra Mundial, a principios de la década de 1950. Al igual que mis padres, la mayoría de las personas que habitaban allí habían emigrado de diferentes regiones de Alemania y del mundo entero. Esto se traduce en una gran riqueza cultural, así como en retos sociales y políticos. Las ciudades de la región del Ruhr ya habían sido fundadas en la Edad Media, y muchos tesoros de arte y edificios antiguos han sido preservados de los avatares de una larga historia.
La cuenca minera del Ruhr, el área metropolitana más poblada de Alemania, con cinco millones de habitantes, es la mayor región industrial de Europa e integra una confluencia de once ciudades y de numerosos municipios. La producción industrial se basaba en la extracción de carbón y en la producción de acero de alta calidad. Mi infancia estuvo marcada por el encuentro con los trabajadores que ganaban su dinero principalmente en la minería, la industria o el comercio. Sin embargo, a finales del año pasado se cerró la última mina, mientras la actividad económica ha ido concentrándose, ya desde hace muchos años, en el sector terciario.
¿En qué momento entendió que su vocación sería servir a Dios y a la Iglesia?
Recibí una educación religiosa en mi familia y en la escuela, pero primero tenía la intención de estudiar medicina. Terminado el liceo, trabajé durante dos años en un gran hospital en la zona del Ruhr, y ya había conseguido una plaza para estudiar medicina. Sin embargo, mientras servía en el hospital, fue madurando poco a poco mi decisión de estudiar teología y filosofía para ser sacerdote.
¿Fue una decisión inesperada para usted?
No, creo que con la educación religiosa siempre hay una posibilidad.
¿Cómo fue el acompañamiento de su familia en esa vocación?
La Iglesia en Alemania, como en otros países de Europa Occidental, no ha sido una “Iglesia popular” durante décadas, sino que se encuentra en un proceso radical de cambio: al igual que la sociedad, está cambiando rápidamente. La Iglesia se ha convertido en una verdadera Iglesia misionera: pertenecer a ella ya no es una cuestión de rutina, como solía ser.
Así que mi familia sabía que la vida como sacerdote no era fácil, pero respetaron mi decisión y la siguieron con simpatía.
Ha prestado servicios en muchos países. ¿Qué aprendizajes se llevó de esas experiencias en lugares tan diferentes?
Como ciudadanos de un mundo globalizado, hoy conocemos muy bien las diferencias entre las culturas y las historias de los distintos países. Pero lo que a menudo no sabemos es lo que realmente nos une. Incluso nos arriesgamos a profundizar las trincheras si enfatizamos las diferencias más que las similitudes. La Iglesia es uno de los grandes actores globales del mundo. En ella, a diferencia de otras instituciones, las personas pueden experimentar que sus países y culturas forman una unidad. Esto tiene su causa no solo en la evolución genética, como Darwin ha mostrado, sino porque somos criaturas de Dios. La lección más valiosa que he aprendido de mi trabajo en diferentes países es esta: cuanto más una persona de otra cultura parece extranjera a primera vista, más fructífero y gratificante es conocerla. Las diferencias no solo no me disuaden, sino que me prometen enriquecimiento. Como dijo un filósofo alemán llamado Karl Jaspers: “El hogar es donde yo entiendo y soy entendido”. Con un poco de suerte y asumiendo un compromiso, usted puede llegar a estar en casa, por lo menos un poco, en muchos lugares.
Antes de arribar a Uruguay, trabajó en distintos destinos en Oceanía. ¿Cómo fueron esas vivencias?
Entre 2013 y 2018 serví como nuncio apostólico en Nueva Zelanda y diez estados del pacífico (Fiyi, Nauru, Vanuatu, Islas Cook, Samoa, Tonga, Estados Federados de Micronesia, Kiribati, Islas Marshall, Palaos), y también como delegado apostólico (no es acreditado como embajador pero es responsable para los asuntos de la Iglesia) en otros nueve territorios (Nueva Caledonia, Polinesia Francesa, Wallis y Futuna, Samoa Americana, Guam, Saipán, Niue, Tokelau, Tuvalu).
En los territorios donde fui yo como delegado apostólico, el nuncio está lejos porque parte de esos países pertenecen a Francia o a Estados Unidos, por lo tanto, el nuncio está en París o en Washington y no llega nunca a esos lugares. Es por eso que hay un delegado apostólico que se ocupa de los asuntos de la Iglesia.
La belleza de la naturaleza en el Pacífico es, en muchos lugares, vertiginosa. Al mismo tiempo, muchos países son pobres y están amenazados por el cambio climático. El aumento del nivel del mar está haciendo que algunas islas desaparezcan lentamente.
Otra observación es que los habitantes de los estados insulares de Polinesia, Melanesia y Micronesia siguen viviendo de acuerdo con las reglas de sus culturas originales. Son tradiciones muy antiguas y venerables. Sin embargo, existen también las normas de las antiguas potencias coloniales, que se aplican a muchas cosas. Esto crea campos de cooperación, como en la educación y en el comercio. Pero también pueden surgir conflictos, por ejemplo, en la jurisdicción. Cuando los conflictos no se resuelven, aparece la sensación de inseguridad y la cohesión de la sociedad puede disolverse. Las consecuencias pueden ser problemas de delincuencia, violencia y adicción. Otra fuente de inseguridad es la rivalidad militar y económica de las grandes potencias de esta región, de la que rara vez se informa en los medios de comunicación occidentales.
“La Iglesia es uno de los grandes actores globales del mundo. En ella, a diferencia de otras instituciones, las personas pueden experimentar que sus países y culturas forman una unidad”
La única religión importante en la región es el cristianismo: las Iglesias protestantes y católicas. Ambas tienen un fuerte compromiso con la educación, pero también tienen la tarea de promover la cooperación social en las áreas de conflicto mencionadas anteriormente.
¿Cuál fue su primera reacción cuando le llegó el nombramiento para Uruguay?
Tenía y sigo teniendo mucha curiosidad por saber cómo es trabajar en América Latina, en un país de habla hispana, y particularmente en Uruguay. Por supuesto que he tenido intercambios con colegas de América Latina antes, especialmente en Nueva Zelanda, pero pensé que en Uruguay mi vida sería diferente a la anterior, entre otras cosas, porque mis viajes serían más cortos que en el Pacífico. Estaba un poco preocupado, pues había estudiado español hace 30 años pero nunca lo había usado como mi lenguaje cotidiano.
¿Tenía conocimiento de nuestra realidad?
Sabía que Uruguay era relativamente estable en los grandes conflictos políticos y sociales de América Latina en comparación con otros países. Además, no me había perdido el hecho de que era una gran nación futbolística, porque también en la región del Ruhr, de donde vengo, el fútbol es el asunto menor más bello del mundo, o quizás incluso más.
¿Cuáles son las funciones que desempeña aquí?
Como nuncio apostólico llevo dos “sombreros”: el eclesiástico y el diplomático-político, debido a la naturaleza del cargo del papa, al que represento. Él es el jefe espiritual de los fieles católicos y al mismo tiempo es el jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Como nuncio, ayudo al papa a cumplir su misión. Por un lado, refuerzo los lazos de los obispos locales con la Santa Sede; y por otro, represento al papa como embajador ante el presidente y el gobierno de Uruguay. Ambos roles tienen reglas, que se encuentran formuladas en dos libros: para la función eclesiástica es el Código de Derecho Canónico de 1983, y para la función diplomática es la Convención Internacional de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, de 1961.
¿Cómo percibe a la sociedad uruguaya?
Tengo la impresión de que en la sociedad uruguaya la gente evita polarizarse demasiado cuando no está de acuerdo. En otros países, como usted sabe, a menudo existe una lucha irreconciliable entre los campos sociales, políticos o regionales. En Uruguay, por otra parte, la gente parece estar más preparada para encontrar soluciones comunes a cuestiones de hecho, incluso cuando las orientaciones políticas son diferentes. Espero sinceramente que después de las elecciones presidenciales del domingo 24 continúe esta voluntad de cooperación, especialmente en ámbitos que son de gran importancia para la sociedad, como el papel del Estado, la economía, la educación y la seguridad.
¿Qué opinión tiene de la Iglesia católica en Uruguay?
Experimento la Iglesia en Uruguay como una Iglesia misionera. A pesar de una cierta indiferencia del público, quiere ser visible e ir a la gente, en lugar de encerrarse “en casa”, entre gente de ideas afines. En este sentido, responde a la llamada del papa Francisco, que con su palabra y ejemplo marca la dirección. Hay muchos avances convincentes, como los numerosos esfuerzos para mejorar la comunicación, pero también veo cuán grande es el desafío, porque la Iglesia recibe poco apoyo institucional y no tiene mucho dinero. El problema más profundo es, como en otras sociedades modernas, que la cuestión de Dios parece ser menos relevante para muchas personas de lo que solía ser. Sin embargo, estoy convencido de que esta cuestión no va evaporarse, sino que puede adoptar otras formas.
“La lección más valiosa que he aprendido de mi trabajo en diferentes países es esta: cuanto más una persona de otra cultura parece extranjera a primera vista, más fructífero y gratificante es conocerla”
¿Qué piensa acerca de la relación entre la Iglesia y el sistema político uruguayo, particularmente, en este año electoral?
Me impresionó que la Iglesia de Montevideo haya invitado a todos los partidos políticos a reuniones en las que presentó sus posiciones, actividades y deseos a los principales candidatos. De esta manera, ha demostrado su vocación de asumir una responsabilidad concreta por el bien público. También mostró su neutralidad en cuestiones de política partidista, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia. Estoy convencido de que la Iglesia estará a la altura de su papel de actuar, como socio independiente, con los responsables políticos, para el bienestar de los ciudadanos.
Según algunos estudios, Uruguay es un país menos creyente que otros en América Latina y uno de los más secularizados de la región. ¿Qué reflexión le merece?
Todo depende de la manera de preguntar, y la gente no dice todo lo que piensa. No sé si Uruguay es un país menos creyente que otros países de América Latina. Es evidente que, a nivel institucional, el Estado practica una estricta separación de la Iglesia. Por lo tanto, la Iglesia como institución es menos visible que en otros países, pero la institución existe. Por otra parte, la fe tiene, además de la dimensión institucional, otras dos dimensiones: la individual y la comunitaria. Así que, si la Iglesia no debe aparecer en la autorepresentación del Estado, esto no significa que la fe cristiana sea menos presente. Está viva en muchos lugares de la sociedad.
Solo menciono el trabajo de la Iglesia en las escuelas católicas, en el sector de la salud y en los numerosos proyectos sociales en todo el país. Muchas personas también dan un testimonio convincente de su fe en sus familias.
¿Usted, por su experiencia en Uruguay, no cree que sea de los países menos creyentes de la región?
No, creo que la gente es religiosa o no religiosa como en el resto del mundo; la manifestación es diferente. Puedo equivocarme, pero esa es mi impresión.
¿Cómo ve a la Iglesia en el mundo?
Por su propia naturaleza, la Iglesia es como una madre, como dice el papa Francisco una y otra vez. Con la “buena nueva” alimenta a las personas que de otra manera se secarían por dentro. Permite a la gente tener un segundo nacimiento, por así decirlo, aprendiendo a creer y siendo bautizado. La Iglesia preserva esta nueva vida en los fieles, a través del cuidado pastoral y de los sacramentos. En el encuentro entre la Iglesia y las diferentes culturas, ella promueve la comprensión mutua. Al mismo tiempo, sin embargo, es abierta al tratar con las diferencias y se regocija en la vitalidad de las personas.
¿Cómo tomó el statu quo eclesial, que históricamente miró hacia adentro de Europa, la elección del papa Francisco?
La Iglesia siempre ha dado grandes pasos en su organización cuando la realidad histórica cambió. Le daré solo un pequeño ejemplo. En 1946, el papa Pío XII convirtió en cardenales a un gran grupo de obispos que no venían de Italia, sino de todo el mundo. A través de estos nombramientos, por primera vez en siglos, fueron más los no italianos miembros del Colegio Cardenalicio que los italianos. Los responsables de la Iglesia habían tomado conciencia más que nunca, a través de las miserias de la Segunda Guerra Mundial, de que la Iglesia universal debe colaborar más estrechamente en el servicio de la paz. Cuando la mayoría de los cardenales eligieron al arzobispo de Buenos Aires como papa en 2013, sabían muy bien que él tenía la capacidad, con la ayuda del Espíritu Santo, para hacer avanzar las reformas necesarias de la Iglesia, decididas por el Concilio Vaticano II.
La importancia del silencio
En alemán existe el proverbio “hablar es plata, el silencio es oro”. Originalmente, es una invitación a la sabiduría, a no decir siempre inmediatamente lo que uno piensa (a esto corresponde el refrán español “en boca cerrada no entran moscas”). Pero para Martin, el proverbio tiene un significado diferente. En su profesión de eclesiástico y diplomático, hablar es muy importante para hacer avanzar los proyectos conjuntos también a través de las fronteras nacionales y las culturas diferentes. Además, le gusta hablar con la gente para conocerla y hacerse conocer, asegura en diálogo con La Mañana.
Pero más allá de eso, destaca que no puede vivir sin silencio. Para él es una fuente esencial de vida. “Cuando usted lee en el Antiguo Testamento el pasaje donde el profeta Elías experimenta a Dios en el Monte Horeb, no en la tormenta, no en el terremoto o el fuego, sino en el silencio (cf. 1 Reyes 19, 12), sabe a lo que me refiero. Dios habla “en voz tan baja”, que se lo puede escuchar solo callándose. Así que si usted quiere saber cómo soy, piense que me gusta hablar, pero todavía más guardar silencio”, explica.
Martin es el segundo hijo de sus padres, y son un total de cuatro hermanos y una hermana. Ellos están en Alemania y él viaja dos veces al año a hacerles una visita.
El representante de la Santa Sede cuenta que tiene tres hobbies principales: música clásica, literatura y deporte. Hasta hace poco tiempo corría, pero ahora prefiere andar en bicicleta y caminar. En cuanto a la literatura, no tiene una preferencia puntual; le gusta “todo lo que es bello e interesante”.