El pasado domingo, en que España vivía una gris y lluviosa jornada electoral, se hablaba de política, pero también de la muerte de Antonio Gala, poeta, dramaturgo y novelista, andaluz de pura cepa, tan sagaz y librepensador que podía hasta resultar excéntrico. Ya retirado en su finca cordobesa desde hace casi dos décadas, dedicó sus últimos años a la fundación que lleva su nombre, consagrada al apoyo de jóvenes creadores.
Un personaje singular
Nacido por circunstancias familiares en Ciudad Real, recibió el nombre de Antonio Ángel Custodio Sergio Alejandro María de los Dolores Reina de los Mártires de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos Gala Velasco. Con sobrada gracia afirmaba que “a partir de María de los Dolores” el nombre era compartido por la totalidad de sus numerosos hermanos.
Sobre el origen de su vocación literaria, sostenía que “se nace escritor, como se nace con determinado color de ojos o de pelo”, por más que después se desarrollen las herramientas necesarias mediante un aprendizaje. Agrega sin embargo otras motivaciones, contando que, de pequeñito, cuando su padre, sin duda como consecuencia de alguna travesura, anunció que el niño no tendría el acostumbrado paseo del domingo, le inspiró un cuento que llamó “Historia de un gato”, en el que el felino sufría el mismo castigo de verse privado de pasear. Su padre al oírlo levantó la penitencia y allí fue que él, según dijo, entendió “que la literatura podía ser algo productivo”.
Desde los nueve años vivió en la ciudad andaluza de Córdoba, en donde cursó estudios terciarios y escribió sus primeras obras literarias.
Ya licenciado universitario en varias disciplinas, en 1958 entró a hacer vida monástica en la Cartuja de Jerez de la Frontera, pero su carácter parlanchín y extrovertido hizo que los monjes le invitaran a retirarse diciéndole “Tu voz no puede ser nuestro silencio. Déjanos”, frase que él siempre recordaría.
Antonio Gala cultivaba una estética muy personal, con una suerte de refinamiento subrayado por accesorios que le eran característicos, como los ponchos y su colección de más de un millar de bastones, todos regalados, como él solía puntualizar
Su discurso siempre agudo, pleno de humor y en el límite de lo políticamente incorrecto, sorprendía y capturaba la atención del público, condición que utilizó con éxito como articulista y también en sus muy frecuentes apariciones en televisión, en donde tuvo también su propio programa. Famosa fue la serie de entrevistas que le hizo Jesús Quintero, en las que abordaban temas muy diversos generando un sostenido interés en la teleaudiencia.
Su obra
Un primer libro de poemas titulado “Enemigo íntimo”, escrito después de una prolongada estancia en Portugal, obtuvo mención en el Premio Adonáis. En Florencia, en donde permaneció casi un año, escribió el libro “La deshonra”, también de poemas, aunque ya estaba iniciando su labor periodística y una carrera como dramaturgo que sería muy exitosa.
“Los verdes campos del Edén”, estrenada en 1963 en el Teatro María Guerrero de Madrid, obtuvo el Premio Nacional de Teatro Calderón de la Barca. A esta siguieron varias obras teatrales, todas muy valoradas por el público, por lo que su autor logró vivir de la creación artística.
Comenzó a escribir novelas y en 1990 ganó el premio Planeta con “El manuscrito carmesí”, a la que siguieron “La pasión turca” (1993), “Más allá del jardín” (1995) y una decena más, que siempre encabezaban las listas de libros más vendidos. Algunas de ellas fueron llevadas al cine, lo que según el autor siempre significa un riesgo, porque el cine y la literatura son lenguajes muy distintos y puede perderse la intención del novelista al punto que éste se vea decepcionado, tal como le ocurrió a Gala con la versión cinematográfica de “La pasión turca”. Sin embargo, en otros casos se logra conformarlo, como fue el caso de la película basada en “Más allá del jardín”.
Antonio Gala obtuvo muchísimos premios, tanto en España como en el extranjero, ya sea por sus novelas, obras teatrales o guiones televisivos. Sin embargo, no le fueron otorgados los de mayor repercusión internacional como el Cervantes o el Príncipe de Asturias.
Su mayor premio siempre fue el favor del público, siendo que aún sus obras teatrales más exitosas no eran tan elogiadas por los críticos como por los espectadores que colmaban las salas.
A su vez Antonio Gala reconocía en sus admiradores un importante papel. Solía decir que una obra literaria nacía en el silencio, primer colaborador para su creación, y terminaba en los lectores. Para cada uno de ellos se completaba un libro diferente, por lo cual estos destinatarios eran los dueños definitivos de la obra.
En el año 2000 escribió su autobiografía titulada “Ahora hablaré de mí”. Publicó parte de su obra poética que tenía inédita y se fue apartando lentamente del bullicio mundano, gozando de la compañía de sus perritos en su finca “La Baltasara”
En su retiro se dedicó de lleno a la fundación que lleva su nombre, destinada a promover la formación y el trabajo de jóvenes artistas, con sede en un antiguo convento cordobés, institución a la que ha legado todo su patrimonio y donde en la paz de sus jardines serán esparcidas sus cenizas.
En una de sus últimas entrevistas dijo que se consideraba alguien que había cumplido lo que pensaba que tenía que cumplir, que era seguir su vocación, cosa que no hizo solo porque estuvo acompañado del cariño de la gente, que lo había querido más que él a sí mismo.
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