El tunel 29. Helena Merriman. Miradas. SALAMANDRA. 2022. 390 págs. $850.
Luego de la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial, otros desafíos aguardaban a los europeos. Yalta dividió naciones, poblaciones y familias. La Guerra Fría implicó un peculiar experimento político en troces implicancias en la vida concreta de los berlineses. Alemania había quedado divida en cuatro áreas: francesa, británica, norteamericana y soviética. Se constituyen dos Estados, uno en el campo occidental y el otro en el socialista. Dos modos de vida, dos campos militares, dos economías con precios diferenciales y oferta radicalmente distinta de bienes y servicios.
El éxodo de alemanes orientales y de otros países detrás del Telón de Acero era indetenible, la quinta parte de la población germana había emigrado en un lapso muy breve, especialmente jóvenes y más capacitados profesionalmente
El 13 de agosto de 1961, las autoridades de Alemania Oriental, la RDA, en una operación relámpago, comenzaron a levantar el llamado “Muro de Protección Antifascista”.
“El túnel 29”es una historia sobrecogedora de lo que significaba realmente vivir en el Berlín dividido. Helena Merriman (1981) es una periodista y locutora británica, reportera de la BBC, que produjo un excepcional podcast con esta temática en 2019. Dos años más tarde vio la luz como libro con información complementaria. La clave era sintetizar una pesadilla que costó al menos doscientas vidas, miles de heridos, una nación dividida y que devino en el signo más icónico de la confrontación de la Guerra Fría.
Merriman recopiló incontables horas de entrevista con los supervivientes del proyecto más increíble. Un túnel no detectado por la temible Stasi, el emblemático servicio de inteligencia de Alemania Oriental. Eso implicó analizar, asimismo, miles de documentos provenientes de los archivos de la propia Stasi pues “el plan parecía desafiar tanto a la sensatez como a la geografía: construir un túnel para ayudar a los alemanes orientales a escapar por debajo de la llamada “franja de la muerte”, el paso más fuertemente custodiado por guardias fronterizos y perros pastores alsacianos, y hacerlo en un suelo arcilloso entre corrientes de agua. Sin embargo, en el verano de 1962, un grupo de valerosos excavadores, liderados por el joven estudiante de ingeniería Joachim Rudolph, que había conseguido huir de la RDA un año antes, logró lo imposible: cavar una angosta galería de ciento treinta y cinco metros de longitud entre una fábrica del oeste y el sótano de un edificio abandonado en el este. Una proeza que ni los agentes infiltrados ni los espías de la Stasi pudieron impedir, y que permitió que veintinueve personas entre hombres, mujeres y niños, hallaran la libertad”.
“El túnel 29” se cierra con una emotiva entrevista con Joachim Rudolph, pasados los años, pasada décadas de la caída del muro. La charla deriva por los demasiados muros que hay en el mundo hoy. “Hoy existen más murallas que nunca: el muro en la frontera de México y EE.UU., la barrera que separa Israel de Cisjordania y Gaza, las que hay entre Jordania y Siria, Turquía y Siria, Grecia y Macedonia, Macedonia y Serbia, Serbia y Hungría, Kuwait e Irak, Irán y Pakistán, Malasia y Tailandia, Pakistán e India, India y Bangladesh, China y Corea del norte, Bostwana y Zimbawe, Zimbawe y Sudáfrica…”.
Demasiados muros, pocos puentes. Algunos muros han sido construidos para mantener a la gente allí donde está, otros para mantenerla al otro lado; los hay que tienen por función prevenir la violencia y han resultado útiles en este sentido, otros han sido erigidos para reforzar la identidad nacional del país en cuestión. Y es entonces que Joachim Rudolph acota: “Eso sí, todos tienen una cosa en común. Allí donde hay un muro, la gente hará lo posible por cruzarlo, ya sea por encima. ¡O por debajo!”, y ríe.
Mejor que las novelas surgidas de la pluma de John Le Carré, mejor que demasiados ensayos de ciencias políticas. Aquí podemos vislumbrar el signo ominoso de gran parte del siglo XX, cuyas consecuencias nos siguen definiendo.
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