Con la generalización del concepto de desdolarización, los banqueros centrales son cada vez más reacios a quedar sobreexpuestos a activos denominados en dólares. En 2022, la tenencia total de títulos del Tesoro en manos de países extranjeros se contrajo en un cuarto de billón de dólares. En comparación, el déficit federal de ese mismo año alcanzó los 1,38 billones de dólares. La administración estadounidense necesita endeudarse cada vez más, pero la demanda mundial por bonos del Tesoro se está debilitando. Por ello, la administración estadounidense debe recurrir cada vez más a su propio público para financiar el déficit. Pero para lograr atraer tanto capital nacional, el gobierno tendrá que ofrecer tasas de interés más altas, lo que a su vez podría empujar a la economía a una recesión. Pero la adicción a la deuda no es solamente un problema estadounidense. Es endémica en la mayoría de los países desarrollados. Con la excepción de Canadá y Alemania, los demás países del G7, que sermonearon recientemente en Hiroshima sobre los peligros de las llamadas trampas de deuda en China, poseen niveles de deuda superior a su PIB. Japón, anfitrión de la cumbre del G7, tiene una relación deuda/PIB del 225%. Comparemos esto con los cinco países de Asia Central, cuyos líderes asistieron a la Cumbre China-Asia Central en Xi’an, provincia de Shaanxi, por las mismas fechas. Su ratio es de sólo el 30%.
Los países ricos pueden pedir prestado todo el dinero que deseen y ofrecer a sus ciudadanos beneficios y programas con los que los habitantes de los países en desarrollo sólo pueden soñar. Los países en desarrollo están forzados a estabilizar sus monedas mediante la compra de instrumentos de deuda denominados en las monedas de las economías ricas, como el dólar o el euro. Esto facilita la mayor transferencia de riqueza de la historia de los pobres a los ricos. Este sistema injusto ha agotado su curso y ya hace tiempo que debería haberse producido una reforma financiera mundial. Pero no cuenten con que los políticos occidentales tomen medidas para evitar un colapso financiero un minuto antes de que no tengan más remedio que hacerlo. Depende del Sur Global trazar la línea y dirigir la atención mundial hacia la madre de todas las trampas de deuda: las prácticas de endeudamiento fuera de control del G7. Lamentablemente, si la historia nos sirve de guía, la única forma que tienen las grandes potencias de hacer frente a unos niveles de deuda insostenibles es embarcarse en una política exterior agresiva, la militarización y la provocación e instigar la guerra contra uno o más de sus principales prestamistas, o –aún mejor– enfrentarlos entre sí, con la esperanza de que las negociaciones de posguerra desemboquen en la cancelación de la deuda, la reestructuración, la confiscación de activos o las reparaciones. De hecho, cuando se trata de la insostenibilidad de la deuda, la guerra es la única alternativa realista a la bancarrota. De ahí que el drama del techo de la deuda en Washington y el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y China deban verse como dos escenas de la misma trama.
Gal Luft, codirector del Instituto para el Análisis de la Seguridad Global y coautor de “Desdolarización: La revuelta contra el dólar y el surgimiento de un nuevo orden financiero mundial” (2019), China Daily
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