«Arredondo nunca supo quién era. Ávido lector de periódicos, le costó renunciar a esos museos de minucias efímeras. No era hombre de pensar ni de cavilar», dice Borges refiriéndose al asesino del presidente Idiarte Borda. Pero no es la intención de esta nota aludir a ese penoso episodio, Tampoco lo es señalar el poco aprecio que parecía tener el escritor argentino hacia los diarios. Es ese concepto de la futilidad de la prensa escrita sobre el que pondremos la mira. El Libro de Arena, que incluye este cuento, fue publicado en 1975. Sesenta años antes lo prefigura nada menos que José Enrique Rodó.
Hay cierta similitud entre ese personaje que imagina Borges a partir del relato de su pariente Melian Lafinur, entre ese hombre que «no era de pensar ni cavilar», imagen con que parece describir al lector de periódicos, y la mirada de Rodó. Uno como el otro son aristocratizantes. La diferencia estriba en que mientras don Jorge Luis descreía de la democracia porque es «un abuso de la estadística», Rodó creía deseable y posible elevar la cultura de la sociedad para democratizarla.
Hacia 1923, la poeta y editora Antonia Artucio Ferreira (1889-1979) publicó El Parnaso Uruguayo, 1905-1922. Se trata de una selección, de algún modo complementaria al trabajo de Montero Bustamante El Parnaso Oriental publicado en 1905. El libro de Montero incorpora un poema de Rodó: Lecturas. La pequeña pieza se encuentra ubicada dentro de la categoría de los «escritores que, sin haberse caracterizado como poetas, han escrito composiciones de mérito en ocasiones determinadas, o jóvenes que se inician, y que aún no han desenvuelto su personalidad literaria». La escritora floridense hace lo propio aclarando: «Incluyo las poesías de don José Enrique Rodó, convencida de que ningún mérito agregan ni quitan a la obra del maestro; no faltará quien las lea con cariño».
Al caso particular, se trata de una poesía titulada La Prensa y que, si bien, «ni agrega ni quita» como objeto literario, sí interesa conceptualmente. Es un Rodó en sus veintitrés años que da su opinión sobre el público y la actitud general del periodista de su época. Vale la pena transcribir un fragmento.
La Prensa
…El vulgo es rey: le obsequiarás sumiso,
el vulgo es el Mecenas opulento,
a quien colmar de honores es preciso…
Has de estudiar lo que le da contento,
lo que a su fino paladar halaga;
rendirle fiel y amable acatamiento…
¿Dices que es necio? «Es necio; pero, paga…»
No ha de olvidarlo el escritor del día,
aunque gacetas, y no versos, haga.
Si atiende a que, en locuaz bachillería,
mucho, de Lope acá, ganó la plebe
y aumentó la vulgar supremacía,
¿quién ya a negarle sumisión se atreve?,
¿quién, a inferir a la Igualdad agravio
al terminar del Siglo Diez y Nueve…?
…Ya suena a aristocrático resabio,
tener por menos lúcido y profundo
el parecer del vulgo, que el del sabio.
jYa desatóse, en perorar rotundo,
la «sin-hueso» plebeya…! ¡Ya obedece
al Comunismo intelectual, el Mundo…!
El texto fue publicado en el Semanario del Montevideo Noticioso del 20/01/1895. El desencanto del joven Rodó parece haberse mitigado cuando poco después de esa fecha fundó la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales. A diferencia de Borges, la disconformidad de Rodó no era hacia la actividad en sí sino a la forma bastardeada de realizarla. Con justeza señala don Romeo Pérez Antón, que Rodó «nació y murió como periodista».
En 1909, presidiendo el naciente Círculo de la Prensa del Uruguay, en su discurso en el Ateneo de Montevideo, el 14 de abril de ese año, define al periodista como un obrero. Es «el jornalero del pensamiento». Y agrega: «el obrero es, por definición, “el hombre que trabaja”, es decir, la única especie de hombre que merece vivir». Para llegar por último llevado por la pasión del discurso a afirmar: «Quien de algún modo no es obrero debe eliminarse, o ser eliminado, de la mesa del mundo».
La ciudad en sombras
La prensa escrita era el único medio de comunicación masiva. Las emisiones radiales comenzaron en nuestro país en 1922. La prematura muerte de Rodó le arrebató la oportunidad de conocer ese nuevo medio de comunicación que se popularizó rápidamente.
Rodó tenía claro el deber ser de la función periodística: la información y el comentario. La esencial, la de utilidad superior, es la primera. No obstante, sostenía la necesidad de limitarla en algunos casos. El suicidio, por ejemplo, que definía como una aberración moral, por considerarlo potencialmente contagioso. El detalle morboso de los crímenes de que hace gala «casi todo el periodismo de nuestro tiempo», dice. ¿Cuál sería la utilidad de esas pormenorizadas descripciones? Obviamente ninguna, salvo excitar la «curiosidad malsana». En esas particulares situaciones entendía necesario, a falta de una convención entre particulares, la intervención de la autoridad estatal. ¿Qué diría ahora del «comunismo intelectual» de esas redes sociales donde tantas veces se producen virtuales linchamientos colectivos desde un remoto y cobarde anonimato?
«Pero, aunque el diario es, ante todo, un órgano de información, es también un comentador, un censor, un propagandista», afirma. El diario debe definir su opinión. Y la «imparcialidad», debe entenderse como «el homenaje de respeto y de cultura debido a todas las opiniones sinceras y a todos los intereses legítimos». Véase que no cae en la tontería de sostener que todas las opiniones y los intereses sean buenos. Desde esa mirada, reclama un «amplio espíritu de hospitalidad para acoger todas las opiniones». Claro, que primero sería conveniente definir qué se entiende por «sincero» y por «legítimo», porque de otro modo, se estaría abriendo las puertas de Ilión al enemigo.
Rodó no ignora que el periódico se lee entre urgencias, ni la«condición efímera» de su sustancia (salvo las perennes reflexiones de las páginas culturales). Por eso proclama que «la Prensa diaria ha de ser como la sombra del cuerpo social: verdadera y fiel como la sombra, y como la sombra leve y pasajera».
Tenía Rodó una excesiva confianza en que «el progreso de las costumbres y las ideas [llevara] con acelerado impulso a la radicación de aquel ideal de periodismo civilizador» que él esperaba hacer realidad. Pero para eso necesitaba que cada uno de los escritores participara en su empresa moralizadora.
Cien años después, viendo el comportamiento de muchos medios, y en particular, de algunos periodistas «de investigación» la sombra parece pesada, y lo que es peor, duradera.
TE PUEDE INTERESAR: