La pandemia dejó varios legados y uno de los que más preocupa por su duración y los niveles poco conocidos en el mundo desarrollado es la inflación y el poco o nulo efecto de las acciones de los bancos centrales por combatirla.
El principal problema se da en el mal diagnóstico que se está dando de la inflación o una interpretación errada que se defiende a los efectos de justificar medidas y no atacar las verdaderas razones del problema. Parece bastante raro pensar que existe un desconocimiento de los fundamentos reales de esta suba de precios tan persistente. Nos encontramos ante una inflación diferente y que se explica en causas distintas a las que eran conocidas y abordadas desde la política monetaria. Es una nueva realidad la suba generalizada y continua de los precios tiene poco que ver con el aumento de salarios, en el fondo tiene mucho más que ver con el desempeño y comportamiento de los mercados de bienes.
En un artículo reciente, Olivier Blanchard y Ben Bernake analizan el problema a partir de un estudio que hacen de las fuentes de la mayor parte del aumento de la inflación que comenzó en 2021. Al respecto destacan que fue el resultado de shocks en los precios sin que tengan que ver los salarios, incluidos fuertes aumentos en los precios de los productos básicos por su escasez y capacidad desde la oferta de fijar valores. Pero agregan que, aunque hasta ahora los mercados laborales no han sido el principal impulsor de la inflación, sus efectos son más persistentes que los de los shocks de productos. Esto último significa que los shocks iniciales de los procesos actuales de inflación se dan a nivel de los mercados de productos y no por salarios y tienen a mantenerse por el efecto escasez, espiral precios y salarios y espiral márgenes empresariales precios.
De esta forma es posible ver que la inflación de hoy indica una nueva realidad y que en última instancia es un fenómeno algo diferente a lo que veníamos acostumbrados, en el que se entrelazan fenómenos y factores múltiples y muy complejos, hasta en cierta medida desconocidos, por lo tanto, aportando niveles de incertidumbre nunca vistos. Es de destacar que la inflación fue producto de un impulso de demanda agregada posterior a un efecto restricción en la oferta. Primero la propia paralización de la actividad generó restricciones y escasez para luego tener un fuerte impulso de demanda agregada que se dan por “políticas fiscales y monetarias laxas, exceso de ahorro acumulado durante la pandemia y la reapertura de economías bloqueadas”, como dicen los expertos mencionados.
Tras la pandemia, está claro que las principales teorías y modelos de análisis de los procesos inflacionarios en especial lo que es el paradigma de espiral precios y salarios no son de todo vigentes. La inflación tuvo poco que ver con los salarios y más bien fue reflejo de lo que ocurrió en el mercado de precios.
Pero a la vez, el mercado laboral no es ajeno a este fenómeno ya que en el contexto de mayor demanda se generan efectos. A pesar de la existencia de desempleo, las expectativas de inflación no se desanclaron y había poca evidencia de una espiral de precios y salarios, de esta forma los trabajadores no lograron ganancias salariales nominales suficientes para compensarlos por aumentos de precios inesperados (un débil efecto de recuperación).
Cuando se analiza la inflación a nivel de los países desarrollados, como el caso de EE.UU. y de la zona euro, se ha observado que los mercados laborales ajustados por sí solos únicamente contribuyeron de forma modesta a la inflación desde el principio. Esto se ve en diversos estudios a nivel de EE.UU. como el estudio mencionado y hasta por el propio Banco Central Europeo en sus alertas de los últimos meses sobre el aumento de los márgenes empresariales, identificándolo como fuente de la inflación.
La inflación reflejó principalmente la evolución de los mercados de productos que es esperable y cuáles son las lecciones para la política económica y en especial la monetaria. Uruguay no es ajeno a este razonamiento y muchos estudios indican las dificultades que se generan por la política monetaria, en especial sobre la competitividad por sus efectos sobre el tipo de cambio sumado al encarecimiento del crédito y la inversión por la suba de las tasas de interés. En el medio existe margen y posibilidad de que las grandes corporaciones y determinados sectores oligopólicos tengan poder de aumentar márgenes mediante la suba de precios, lo que termina afectado el poder adquisitivo, el consumo y los comercios de menor escala que son tomadores de precios.
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