“Desde que asumí la Secretaría General, la OEA se ha hecho responsable de la agenda de democracia y derechos humanos del hemisferio occidental”, dijo recientemente Almagro en una entrevista con la Revista DEF. “La organización cuenta con una agenda clara y realizable, promueve el fortalecimiento de la democracia y la cooperación para el desarrollo en áreas prioritarias: democracia, derechos humanos, seguridad multidimensional y desarrollo integral”, agregó. El ex canciller uruguayo ha decidido presentarse a la reelección como secretario general del organismo en un momento en que la inestabilidad parece contagiarse en varios países del hemisferio sur americano.
De lograrlo se proyectaría a cumplir una década al frente de este espacio interamericano. El otro uruguayo que ocupó ese cargo fue el diplomático y ex canciller José Antonio Mora Otero, que por doce años, entre enero de 1956 y mayo de 1968, se desempeñó como secretario general del OEA.
En marzo de 2015, Almagro alcanzó la oficina principal de la OEA en Washington gracias al voto afirmativo de 33 países, solo una abstención –Guyana- y ningún voto en contra. En aquella oportunidad, el flamante secretario aseguró “en mí encontrarán un incasable luchador por la unidad americana, más preocupado en buscar soluciones prácticas duraderas a los problemas de nuestra región que por la retórica y la estridencia en las declaraciones guiadas por una u otra ideología”.
Eran los tiempos en que el auge de la Unasur y la Celac empezaba a declinar, mientras que la Alianza del Pacífico iba asumiendo un mayor protagonismo y el Mercosur entraba en una fase de parálisis sin precedentes. La crisis económica e institucional se hacía sentir en el eje A-B-V, Argentina, Brasil y Venezuela y esto repercutió definitivamente en el escenario regional. Las palabras de Almagro apuntaban una realidad: la retórica integracionista había asumido en los últimos años un tinte ideológico, alejada de las bases pragmáticas y de los proyectos concretos de unidad en diversas áreas estratégicas que hacían de esos instrumentos verdaderos hitos en la historia latinoamericana.
Durante sus primeras acciones como secretario general de OEA, Almagro vio con buenos ojos la intermediación de Unasur y Celac en la solución de conflictos bilaterales, como sucedió por ejemplo en setiembre de 2015 cuando los presidentes Santos de Colombia y Maduro de Venezuela se encontraron en Ecuador bajo los auspicios de aquellos dos bloques para encontrar una solución a la crisis fronteriza. En dicha oportunidad, el político y diplomático uruguayo dijo “no compartir la expresión de crisis humanitaria” e instó a que los países “vuelvan a utilizar los mecanismos de cooperación existentes que constituyen valiosos instrumentos”. “No me interesa ser el administrador de la crisis de la OEA, sino el facilitador de su renovación”, había sentenciado en el comienzo de su gestión. Desde este punto de vista, luego de casi cinco años, el objetivo de volver a posicionar a la OEA como el foro privilegiado para los asuntos de América Latina y el Caribe ha sido cumplido con éxito.
En diciembre de 2015 en ocasión de las elecciones parlamentarias en Venezuela, la oposición liderada por la Mesa de la Unidad Democrática logró la mayoría de la Asamblea con el 56% sobre el 40% de votos del oficialismo. Almagro consideró que se trató de una “fiesta cívica” y auguró un “futuro de paz” para el país caribeño. En enero de 2016 asumieron los nuevos legisladores y el opositor Henry Ramos Allup quedó como presidente de la Asamblea. En los meses siguientes, los intentos de impugnación de los resultados por parte del gobierno y el proyecto de referéndum revocatorio contra Maduro volvieron el ambiente irrespirable.
En este contexto, Almagro se volcó definitivamente del lado d e la oposición venezolana, invocó la Carta Democrática de la OEA y llamó a los países de la región a “tomar acciones concretas para defender la democracia en Venezuela”. A partir de ese momento y hasta ahora, la cuestión de Venezuela se volvió casi excluyente en la agenda del secretario general, como lo son también, en menor medida, Nicaragua y Cuba.
La elección de Donald Trump como presidente de EEUU en noviembre de 2016 parecía llegar justo a tiempo para potenciar esa estrategia,
especialmente cuando su antecesor Barack Obama estaba desplegando una política de deshielo sobre todo con el gobierno de Cuba. Por una parte, esto es cierto e incluso el secretario de la OEA adoptó un estilo confrontativo similar al del nuevo mandatario norteamericano a través de las redes sociales. El lobby cubano y venezolano de Florida estaba, de nuevo, perfectamente alineado con la Casa Blanca y también con la OEA.
Sin embargo, el escenario terminaría siendo más complejo. Con el desplazamiento del ala más progresista, liberal y posmoderna de los demócratas, emergió con fuerza el poder de las iglesias evangélicas no solo en EEUU sino en América Latina, donde venían en crecimiento desde varias décadas atrás, ganando terreno en la periferia empobrecida de las grandes urbes y en los medios de comunicación, gracias al peso de importantes contribuyentes. Muchas organizaciones anti-aborto se acercaron a Almagro y en un principio lo consideraron un potencial aliado, pero ahora las cosas parecen estar cambiando. Según OpenDemocracy, en octubre 27 grupos antiabortistas escribieron una carta al secretario de Estado, Mike Pompeo, pidiendo que EEUU retirara su apoyo a un segundo mandato de Almagro.
En medio de la ola del impeachment contra Trump, figuras como Bernie Sanders y Alexandra Ocasio-Cortez aparecen más comprometidas con la agenda de los nuevos derechos que con la estrategia política y militar de EEUU para el hemisferio sur. En este sentido, muestran una cercanía particular con algunos líderes de izquierda de América Latina e incluso toman distancia de Almagro, como sucedió recientemente con una carta firmada por catorce congresistas demócratas de EEUU que criticaron el rol de la OEA y en especial de su secretario en la crisis de Bolivia.
Este panorama posiblemente motivó que apareciera una primera competidora para Almagro y no deben descartarse que lo hagan otros más. Se trata de la ecuatoriana María Fernanda Espinosa, del riñón correísta, ex canciller y actual presidente de la Asamblea General de la ONU. En un mensaje difundido la pasada semana, Espinosa dijo que se trataba de un “gran honor” que varios países postularan su nombre “justo en este momento cuando el continente necesita convergencia, necesita más diálogo, necesita unidad en la diversidad. Escuchar a todos los Estados, a los grandes y a los pequeños”. A continuación, marcó claramente su perfil: “construir una agenda positiva que combata la pobreza y las desigualdades, que mire el tema del cambio climático, de la igualdad de género y los derechos de las mujeres, la agenda indígena y la agenda de seguridad. Es mucho lo que hay por hacer en la OEA. Y también por supuesto sería maravilloso que luego de 71 años de historia, la secretaría general de la OEA esté ocupada por una mujer”.
Otra figura de relevancia que ha tomado distancia de Almagro en los últimos tiempos es nada menos que el ex secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza. A raíz de la crisis boliviana, Insulza sostuvo en entrevista con CNN que si bien “los servicios técnicos de la OEA funcionan muy bien” y entendieron que “la elección simplemente no fue todo lo transparente que debería ser (…) en mi léxico cuando una persona que está en el gobierno es depuesta, o sea se le obliga a salir de su cargo de manera involuntaria antes que termine su periodo, ese es un golpe de Estado”. Cabe recordar que Insulza había sido defenestrado por los gobiernos de izquierda de la región al ser considerado un defensor de la “línea intervencionista de la derecha”. Evidentemente, las categorías de izquierda-derecha no son suficientes para explicar este complejo panorama.
En este contexto, no parece al día de hoy ni que Almagro ni que Espinosa pudieran lograr los 18 votos necesarios para la Secretaría de la OEA del próximo quinquenio. Mientras tanto, Unasur parece haber naufragado definitivamente y hasta su sede se convertirá en una universidad indigenista administrada por la CONAIE de Ecuador. El más reciente Prosur, que buscó sustituir al anterior, también está agonizando antes de siquiera tener algún tipo de actividad.
El Grupo de Lima se ha visto sumamente golpeado por una serie de episodios que restaron autoridad “moral” a los gobiernos que lo sostenían, desde la renuncia del ex presidente Kuczynski en Perú por temas de corrupción hasta las masivas protestas en Chile, Ecuador, Honduras y Colombia, sumado al cambio de signo de gobierno como en México y Argentina, que auguran la desaparición o por lo menos la mutación radical de este Grupo.
Mientras tanto desde Uruguay, quien se maneja como el próximo canciller, Ernesto Talvi, declaró en entrevista con diario El País que “apoya la actuación del uruguayo Luis Almagro como secretario general de la OEA aunque no quiso pronunciarse sobre si el gobierno debe respaldar su reelección”. “Fue un secretario general atípico, casi un activista; pero un activista de causas que compartimos”, dijo. Además, dice el artículo, Talvi “no apoyó la creación de nuevas instituciones multilaterales como el Grupo de Lima (…) en el entendido que la OEA es más representativa”. Mientras tanto, el presidente electo, Luis Lacalle Pou, también en entrevista con El País, señaló que valora la “posibilidad de tener a un uruguayo en ese estrado tan importante”. “La opción final será obviamente en consulta, no preceptiva, pero con los otros partidos y mayoritariamente con la coalición”, añadió.